PLáSTICA › EL MUSEO DE ARTE Y MEMORIA DE LA PLATA
Conjuros contra el olvido
El Museo inaugurado en diciembre muestra obras de Alonso, Vigo, Ferrari, Ontiveros, Fuertes, Contreras, Brodsky y Soubielle.
Por Florencia Battiti*
El debate y la reflexión sobre nuestro pasado reciente y el ejercicio de una memoria crítica que no se aplaque con argumentos tranquilizadores involucran a todos los actores sociales, incluidos los artistas. Ellos abordan, desde el lenguaje metafórico del arte, un pasado siniestro que exige ser interpelado. Sus obras se inscriben y operan en el campo de batalla de memorias en conflicto y aportan, por la multiplicidad de sentidos que disparan y su apelación a una experiencia estética activa, un ámbito propicio para socavar certidumbres e inaugurar nuevos espacios de reflexión.
De este modo, las elaboraciones estéticas se constituyen como una vertiente más del trabajo sobre la memoria social dado que “el pasado ominoso requiere, para convertirse en una experiencia operante y transmisible de imágenes y relatos, tanto como de interpretaciones racionales y conceptuales” (Hugo Vezzetti, “Variaciones sobre la memoria social”, revista Punto de Vista, Año XIX, Nº 56, Buenos Aires, 1996, pág. 5).
El conjunto de obras reunido en esta exhibición refiere a un tiempo en el que el terror se instaló en todos los ámbitos de la vida social. Entre los artistas convocados confluyen diferentes edades y experiencias de vida en el tránsito que condujo desde el imperio del terrorismo de Estado a la recuperación de la democracia. En cada uno de ellos, la experiencia de la dictadura ha dejado su huella y con sus obras nos proponen un acto de memoria que funcione no como recuerdo que persiste en el tema sino como parte constitutiva del presente.
En el grupo de collages que ilustraron algunos de los fascículos semanales del Nunca Más editados en 1996 por Página/12, León Ferrari (1920) se ocupa de un tema urticante para la sociedad argentina: el rol de la jerarquía eclesiástica durante la última dictadura militar. El collage, que arrastra la tradición crítica del dadaísmo y fue utilizado con ingenio por otros movimientos de vanguardia, se convierte, en manos de Ferrari, en una poderosa herramienta de subversión que deconstruye el discurso “oficial” de diarios y revistas para crear otro discurso, en el que aparece, no exenta de humor, una mirada acérrima sobre las complicidades en las que se respaldó la dictadura.
Inscripto en la tradición de la figuración crítica, Carlos Alonso (1929) apunta con su pincel hacia la violencia que desató el terrorismo de Estado, desde las prácticas de desaparición forzosa a los desarraigos abruptos y obligados. Con impecable calidad técnica, se obstina en desenmascarar aquello que la sociedad todavía prefiere ocultar. Son el hombre y la mujer los protagonistas de sus telas y sobre estos personajes Alonso parece descargar una suerte de furor expresivo que roza más el espanto que la risa.
Desde la fotografía, Marcelo Brodsky (1954) alude también al exilio, el mismo que en la Antigüedad significó un castigo y que para muchos argentinos representó la posibilidad de sobrevivir. Aunque partiendo de una experiencia personal –ese instante en el que, en un acto distraído, se mezclan, en un manojo de llaves, la vida truncada que se dejó con la que está comenzando–, la imagen fotográfica opera como una caja de resonancia, buscando encontrar un eco colectivo e invitando al espectador a hilvanar conjeturas.
Los objetos y fotografías de Claudia Contreras (1956) parecen haber brotado de un territorio de recóndita intimidad. Así como en nuestra sociedad conviven víctimas y victimarios, sus objetos conllevan idénticas proporciones de horror y belleza poética. El ábaco construido por Contreras contiene cuentas confeccionadas con finas tiras de papel impreso con las listas de las personas desaparecidas publicado por la Conadep.Entre la paradoja y el gesto de denuncia y reclamo, el objeto nos remite a una “cuenta” imposible de saldar.
Edgardo Vigo (1928-1997) ha sido, sin duda, un precursor del arte conceptual en nuestro país. Sus propuestas han estado signadas por el acertijo, la ironía, la broma o el absurdo demandando, en todos los casos, una participación activa por parte del espectador. Desde el particular umbral que impone el humor, Vigo dispara comentarios de corte político o articula juegos en torno a las paradojas del lenguaje. En esta oportunidad, su obra oficia de homenaje a las Madres de Plaza de Mayo y al símbolo de resistencia ininterrumpida que celebran, cada semana, con su “ronda” en reclamo de Verdad y Justicia.
Trazando una lectura desde el presente, la galería de personajes que Hugo Soubielle (1934) despliega en sus obras remite, simultáneamente, a un tiempo de utopías y a su consecuente frustración. En un mismo plano confluye la figura de Salvador Allende, quien fuera en los primeros ‘70 la promesa del socialismo latinoamericano, con los emblemas del autoritarismo y la violencia irracional, personificados en las figuras de Adolf Hitler y Augusto Pinochet. Soubielle parece querer capturar, a golpe de vista, un universo de proyectos cercenados por la intolerancia y la desmedida sed de poder.
Por su parte, Daniel Ontiveros (1963) nos presenta a un pintor y a un revolucionario que idearon propuestas utópicas desde sus respectivos ámbitos de acción. Arte y política, personificados en las figuras yacentes de Kasimir Malevich y Ernesto Guevara, y relacionados compositivamente en el formato de díptico que adopta la obra, parecen compartir sólo la instancia de la muerte.
Apropiándose de algunas estrategias del arte pop –la serialidad, la repetición, los personajes del comic–, Rosana Fuertes (1962) elabora un discurso visual que pone el acento en los iconos populares del imaginario colectivo. Utilizando la forma esquemática de una camiseta de fútbol como soporte de sus obras, Fuertes ordena, en un mismo registro, imágenes que evocan contenidos de alta significación e iconos vacíos de sentido que lindan lo decorativo. Parecería que, en los tiempos que corren, todo comentario político se encuentra condenado a la convivencia con lo banal.
Vivimos una época en la que abundan los discursos sobre la necesidad de no olvidar los horrores del pasado para así evitar que se repitan. Sin embargo, la disputa sobre qué recordar, qué olvidar y, sobre todo, qué sentido otorgarle a los recuerdos, obedece siempre a una selección que implica una toma de posición ética y política. Es en este sentido que el trabajo específico de los artistas que revisitan el pasado abre un espacio de interpretaciones que actúa como una conjura contra el olvido. (En el Museo de Arte y Memoria, Calle 9 Nº 984, entre 51 y 53, La Plata.)
* La autora –Lic. en Artes (UBA)– es curadora de la muestra temporaria del Museo de Arte y Memoria y está a cargo de la producción artística del Parque de la Memoria de la ciudad de Buenos Aires.