PLáSTICA › ELBA BAIRON EN LA GALERIA LUISA PEDROUZO
Los sistemas de relaciones
La artista presenta una bella y rigurosa muestra individual en la que una serie de objetos relacionados entre sí evocan la tradición de la naturaleza muerta, traspuesta al volumen.
Por Fabián Lebenglik
La muestra que Elba Bairon presenta en estos días en la galería Luisa Pedrouzo funciona como una aproximación volumétrica, objetual y escultórica al género de la naturaleza muerta y los bodegones, claro que desde un punto de vista absolutamente libre –en las formas, disposición y escalas–. La sensualidad de su obra está asociada a la lentitud, al silencio y a la huella del trabajo manual, a la relación con el cuerpo, con lo orgánico.
Las particulares naturalezas muertas de Elba Bairon, en las que traspone un género pictórico al espacio y el volumen, vuelven corpórea una tradición desarrollada fundamentalmente en la superficie (de una tela). Esa trasposición es el resultado de un largo proceso que comenzó hace unos veinte años, porque la artista –nacida en La Paz en 1947 y formada en Montevideo y Buenos Aires en los años sesenta y setenta– comenzó siendo dibujante, pintora y escenógrafa y se volcó lentamente hacia la forma y el volumen a mediados de los años ochenta, porque, según dice, “sentía que había más libertad, más alternativas disponibles, más caminos. Así seguí, más o menos callada”.
El salto de su obra hacia lo corpóreo es sorprendente, también desde el punto de vista de su homenaje a la enciclopedia moderna, a través del refinamiento que la caracteriza, donde se cruzan la evocación, la distancia, la autorreferencialidad, cierto humor sensual y una evidente elegancia.
Más allá de los cambiantes atributos de lo bello, resulta evidente que la condición de lo artístico está naturalmente adherida a la obra de Bairon, porque se trata de alguien que destila la concepción moderna de la belleza en cada uno de sus trabajos.
Las formas ambiguas que Bairon moldea –esta vez en pasta de papel– sugieren o evocan, simultánea o alternativamente, las de drupas, frutos, piedras, galletas, carozos, secciones del cuerpo, etc. Y todos estos elementos –al modo de hipótesis nunca verificadas– a su vez resultan portadores de un volumen carnoso, de una materialidad sexuada, a mitad de camino entre lo orgánico y lo mineral.
Junto con la libertad de las formas su obra irradia una notable precisión y un no menos notable rigor formal, ambas características vinculadas a su formación inicial en dibujo, pintura china y grabado, donde los procesos técnicos son inherentes a la realización. Con una formación así, pautada por técnicas, métodos y reglas, queda luego en el artista la posibilidad de su uso en una obra.
A partir de la concreción de un lenguaje propio surge la articulación entre los distintos componentes del alfabeto. Bairon logra en la suma de sus trabajos un sistema de relaciones, escalas, texturas, colores, brillos y sentidos. En ese mundo propio, las reglas del juego son establecidas por la artista, que en la construcción de sus objetos actúa por complementaciones, asociaciones y equilibrios poéticos e inestables.
En el pequeño hall de recepción de la planta baja se exhibe uno de los “brotes” de pared que Bairon viene realizando desde hace algunos años, y que acentúan la particular relación que guarda todo su trabajo, entre arte, decoración y espacio arquitectónico. En este sentido, el espacio frío y neutro de la galería toma cierta temperatura a través de las asociaciones múltiples que genera esta obra.
El punto de apoyo también es un punto de partida que en todos los casos la artista resuelve con sabiduría: el piso, un estante o una mesa resultan sustentos perfectamente apropiados, ya que establecen las respectivas distancias con el cuerpo del espectador en general y con el ojo en particular. Son modos indirectos el modo en que un obra debe ser mirada.
La mesa que elige como base –y como parte de la obra– en un rincón de la galería le permite exhibir, como si fuera una traducción sensual de unamesa de disección, siete piezas que oscilan entre lo mineral y lo corporal y que lucen como un bello descuartizamiento. Las piezas, que pueden verse como objetos individuales –pero que la artista coloca como parte de una secuencia visual–, también resultan portadoras de un gen narrativo, de una acción, que podría exceder lo visual.
Lo mismo sucede con dos enormes figuras colocadas sobre el piso –una muñeca china de 1,75 m, recostada, y una gallina de 0,63 parada a su lado- como exiliadas de una gigantesca torta de cumpleaños. Allí también hay una hipótesis narrativa, al modo de los restos diurnos de un sueño.
Según escribe Daniel Molina en el catálogo, “si bien los objetos que muestra Bairon son Ideas materializadas, no debe confundirse lo que ella hace con el arte conceptual: sus objetos son perversos precisamente porque no ilustran una idea previa, un concepto que esté antes y les garantice un sentido cierto o, al menos, cierto sentido. No hay nada cierto ni cómodo ni definible en estos objetos puestos en un orden que no sigue ninguna otra regla que el abandono de la regla. Hay que decirlo: Bairon pertenece a ese extraño grupo de artistas que siguen produciendo arte, que no se transformaron en animadores de la escena cultural para consumo de expertos en ciencias sociales que hacen teoría del arte en serie. Lo que ella hace desestabiliza teorías. Porque el arte es un sentido que no se masifica. Así son estos objetos de Bairon: bellos en sí, sin rótulos, sin conceptos que expliquen nada ni produzcan nada más que desconcierto para una mente entrenada en la explicación. Necesitada de un sentido común garantizado”. (En la galería Luisa Pedrouzo, Arenales 834, hasta el 24 de mayo.)