Miércoles, 18 de agosto de 2010 | Hoy
CIENCIA › DIáLOGO CON JUAN JOSé CANTERO, SECRETARIO DE PROMOCIóN DE LA CIENCIA DE CóRDOBA
Pobre jinete, él, que debe saltar de provincia en provincia, de disciplina en disciplina, de las tortugas a las estrellas buscando la verdad científica, si es que tal cosa existe. Pero si la verdad no llegara a existir, igualmente se puede administrar en beneficio de todos.
Por Leonardo Moledo
Desde Córdoba
–Bueno, a ver. Dígame ¿cuáles son los desafíos del sistema de ciencia argentino y de la provincia de Córdoba?
–Todo lo que tiene que ver con la difusión y divulgación de la ciencia.
–Bueno, pero por qué...
–La Argentina en el caso de investigadores individuales no está mal posicionada según los indicadores de ciencia y tecnología en la escala latinoamericana. Ahora, cuando uno evalúa sistemas, cuando tiene que evaluar el impacto de una investigación no es fácil. Aparecen unos cuantos déficit en lo que yo veo que es la transferencia del conocimiento a los que debieran apropiarse de él. Tanto la sociedad, la gente común, como quienes debieran aplicar conocimientos de punta y sólo lo hacen fragmentariamente y sin la plenitud que se merecen los avances que tienen los mismos conocimientos en su propia región o país. Eso es porque sencillamente hay un abismo entre la sociedad y la producción de conocimiento.
–Sí, pero ¿sabe qué? Se habla mucho de mejorar la cultura científica, pero ahí hay un déficit.
–Sí, las responsabilidades en esto son compartidas. El sistema científico tiene una característica muy particular en el reconocimiento del merito, que usa la medición bibliométrica como una cuestión casi sine qua non para evaluar al investigador. Y está bien, no es discutible, porque es una forma práctica y mucho más fácil que algunos otros indicadores difíciles de constatar. Pero hay otras mediciones de prestigio en la Argentina que lamentablemente están muy incompletas, como la medición de la transferencia que hacen los investigadores. No estoy hablando de patentes, hablo de transferencias comunes, a la gente común, a municipalidades, ONG, comunas y organismos públicos.
–Eso implicaría un cambio político...
–Ciertamente, sabemos que es difícil de lograr, pero en Córdoba estamos trabajando en ese sentido. Queremos que el sistema científico se relacione plenamente con el sistema político. A veces el problema es que los propios políticos muchas veces no saben calificar y definir los problemas que tienen, no hablo de problemas de plata, sino de problemas de conocimiento.
–Pero también desde el lado del sistema científico hay cuestiones que podrían corregirse...
–Claro, porque el mérito está asociado a la cuestión bibliométrica casi en forma excluyente, y es un déficit del sistema no incluir dentro de los méritos la cuestión de la transferencia, la divulgación y la difusión.
–Tradicionalmente para los ojos académicos aquellos que se dedican a la divulgación y difusión no son buenos investigadores o no tienen jerarquía, pero eso está cambiando.
–Está cambiando, pero si uno toma cualquier sistema de los más formales que tenemos vemos que falta mucho, incluso en las propias universidades de gestión pública no está valorado como corresponde. Es una pena porque se pierde el tiempo y se termina despilfarrando dinero del conjunto de la sociedad en renovar investigaciones que ya han sido hechas o reclamarlas en otros ámbitos extranacionales.
–Y en Córdoba, ¿qué están haciendo al respecto?
–En donde particularmente hemos puesto énfasis, cuya praxis va a ser un invento, es en poder hacer realidad una arquitectura de gestión del conocimiento. Por ejemplo, frente a una cuestión problemática que es cuestión de Estado, como saber cuánta agua uno tiene para tomar en una provincia.
–¿En que consiste el proyecto?
–La idea es preguntarles a las autoridades de aplicación estatales qué es lo que no saben. Por su parte, el sistema científico ha construido una red formada por todas las universidades de la provincia de Córdoba para poder entender cuál es el recurso hídrico subterráneo, el agua es un recurso escaso que merece una atención urgente, cuánto hay y cuáles son los modelos de uso sustentable para entregarle ese conocimiento al propio Estado. Esto es una invitación a que el conocimiento que se generó con dinero público, ya sea por programas nacionales, federales o provinciales, vuelva con el valor agregado del conocimiento aplicable y entendible para los decidores.
–Para que el conocimiento científico sea una política pública.
–En efecto. Estamos detrás de esta arquitectura, que me parece que va a ser bien recibida por los organismos que están en la gestión del conocimiento. Por un lado, nunca estuvo mal decir las verdades aunque duelan; por el otro, cuando un funcionario está a cargo de una cuestión de Estado debe reconocer que hay cosas que quizá no conoce y se le debe preguntar a quienes saben. Pero además de eso hay que buscar un compromiso vinculante, que se transforme en política pública que se ejecute y con control ciudadano.
–¿Cuáles son los problemas a resolver por la comunidad científica del país?
–Uno de los problemas que tenemos es no saber definir los problemas. Vuelvo al comienzo: el tema es que el actual sistema científico consiste en sobrevivir en una carrera académica que reclama publicar los resultados de la mejor forma posible. No va a cambiar hasta que no haya un verdadero reconocimiento a la participación en la resolución de problemas concretos.
–Hablemos entonces de otro problema concreto.
–Pensamos también en problemas como la ausencia de un ordenamiento territorial que permita hacer un uso inteligente del espacio rural. Lamentablemente en los temas ambientales no hay prueba y error, cuando uno transforma un bosque en un campo agrícola, no hay retorno al bosque. Ya desde hace largo tiempo nos merecemos tener un programa discutido por todos los actores, los públicos, los privados y el habitante común, donde uno pueda ver caracterizados los servicios ecosistémicos y pueda decidirse si va a correrse o no la frontera agrícola, analizando y evaluando los costos y beneficios, porque hoy funcionamos en forma espasmódica,
–¿La sojización va a terminar por afectarnos de modo irreparable?
–Yo no tengo nada contra el genotipo de la soja. Tengo mucha preocupación porque los Estados provinciales no están asumiendo un papel protagónico que tendrían que tener en ordenar sus propios territorios, en poder generar las bases científicas, ambientales, sociales, económicas. Debemos ser responsables de las decisiones que tomemos porque lo vamos a sentir mucho más cuando perdamos la mayor parte de los servicios ecosistémicos si seguimos a este ritmo.
–Entiendo...
–Creo que así como hay un pronóstico del tiempo tiene que haber un pronóstico ambiental en la Argentina, en el que el Estado tiene que decir mire, yo voy a necesitar desplazar esta frontera agrícola en este lugar y lo van a saber todos, lo cual no significa estar desmontando de noche para que no se enteren, no habría chances de esconder los árboles debajo de una alfombra, hay que hablar con verdades, planificar, controlar los daños, valorar los impactos antes de que ocurran.
–Cuénteme algo más que estén haciendo desde el MinCyT de Córdoba.
–Tenemos 39 Programas, pero le cuento del programa “Continuum”, el último que hemos generado en el MinCyT. Es un programa innovador, inédito en el sistema. Para aquellos hombres y mujeres científicos que se están jubilando, les damos una oportunidad de que sigan trabajando. El plan concreto es poder construir un mapa del conocimiento para ayudar por un lado a preservarlo y después a difundirlo, permitiéndoles que vayan a divulgar en distintas comunas, municipalidades, escuelas y demás. El mapa del conocimiento le sirve al propio sistema científico porque muestra y puede especificar y decodificar cuáles son los secretos del aprendizaje. Y después ayudarles económicamente para que puedan escribir el libro que nunca han podido escribir, con todo lo que han aprendido y que se pueda difundir en el sistema científico y dossiers que se puedan distribuir en todas las escuelas. Este es un ejemplo sencillo de un programa donde hay una demanda concreta de gente que a los 65 años se va y está en la cima de la producción científica, un despilfarro para el país y para el sistema, que tardó casi treinta años para tener un investigador serio y en el momento en que está en su esplendor de la producción científica lo disparamos del sistema. Esta es una forma de inclusión social. Son investigadores que lejos de los avatares de la competencia y de la cuestión bibliométrica tienen sus capacidades intactas y pueden ayudar, por ejemplo asesorar al Estado en grandes temas del Estado.
–Esto realmente es una buena idea. Realmente: que los investigadores que se jubilan se dediquen a la divulgación... Mmmm... sería interesante que la tomara el ministerio nacional.
Informe: Ignacio Jawtuschenko.
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