Miércoles, 18 de agosto de 2010 | Hoy
DEPORTES › OPINIóN
Por Pablo Vignone
Pocas vacas tan sagradas pastan en el valle del deporte universal como el sacrosanto reglamento del fútbol, una gran deidad que sólo los sumos sacerdotes de la International Board tienen derecho a evaluar con criterio decisivo. En esa imperecedera estática de procedimiento se ampara la máxima dirigencia del fútbol para restarles espacio a las discusiones más urgentes que requiere la reglamentación. A propósito del gol no cobrado de Frank Lampard contra Alemania en Su- dáfrica, muy a regañadientes se introduce en el temario de la próxima reunión de la IB la cuestión de las ayudas externas al arbitraje.
Pero, ¡sorpresa!, parece que no costaba tanto cambiar los reglamentos. El presidente de la FIFA, Joseph Blatter, despabila repentinamente la atención anunciando la posibilidad de una medida ejemplar para combatir lo que se supone es la nueva plaga que aqueja al fútbol en los Mundiales. Los empates en la fase inicial.
El ex coronel del ejército suizo descubrió que “en primera ronda los equipos salen a no perder y hay partidos aburridos” y que para evitar ese tedio, lo certero sería que los partidos igualados se definan en tandas de tiros desde el punto del penal. Un cambio radical, probablemente bienvenido por unos cuantos tecnócratas, pero para nada original ni mucho menos ideal. ¿Lo propondrá oficialmente? ¿Logrará imponerlo?
El fútbol argentino experimentó esa “solución” en la temporada 1988-1989, sin resultados provechosos. “La idea es del presidente de la AFA, Julio Grondona –se informó en la edición de Página/12 del 11 de septiembre de 1988, casi 22 años atrás—, quien intenta de esta forma buscar que los equipos pongan en la cancha una mayor vocación ofensiva, algo que a priori resulta muy difícil de pronosticar, sobre todo porque las propuestas no pueden reglamentarse con una resolución emanada desde el Comité Ejecutivo de la AFA. Nadie puede asegurar que otorgando un punto más a quien convierta mayor cantidad de remates desde el punto del penal cuando un partido finalice igualado vaya a terminar con la especulación.”
En la tercera fecha de aquel campeonato que acabó coronando a Independiente, ocho de los diez partidos terminaron empatados: se convirtieron sólo 52 de los 94 penales rematados. El equipo de Avellaneda ganó el título igualando once de los 38 partidos que disputó, dos empates más que Boca, su escolta. A fin de temporada, la innovación fue silenciosamente puesta fuera de circulación. Dada la estrecha relación que los une, Grondona podría refrescarle a Blatter la experiencia... si es que no lo hizo ya.
El presidente de FIFA emparienta el aburrimiento con los empates, pero lo cierto es que la cantidad de igualdades registradas en Su-dáfrica 2010 (14) es menor que la de la fase inicial de Francia 1998 (15), la primera Copa del Mundo con 32 equipos participantes. También hubo 14 empates en la primera ronda del Mundial 2002, en Japón y Corea del Sur; es decir, no se advierte una tendencia negativa rotunda como para impulsar semejante movida. (En la primera fase de Alemania 2006 se registraron once empates, el 20 por ciento menos que en Sudáfrica.)
¿Son los empates los exclusivos proveedores del aburrimiento? Si la cantidad se mantiene más o menos constante, son otros parámetros, en cambio, los que señalan la declinación. Por ejemplo, los goles. Si en los 48 partidos de la primera fase de Francia 1998 se anotaron 126 tantos (2,62 por encuentro), y en Japón-Corea del Sur fueron 130 (2,7), en Alemania 2006 (con menos empates), la cifra cayó a 117 (2,43) y capotó en Sudáfrica 2010, con apenas 101 goles en 48 partidos (2,1).
Semejante declaración de intenciones por parte del dirigente suizo suena, por lo pronto, a cortina de humo, destinada a ahuyentar la atención de temas más sustanciales, como opinó Sebastián Fest el lunes en este diario, cuando escribió que “la ofensiva contra el ‘aburrimiento’ sirve también como táctica de distracción: el plan de Joseph Blatter (...) relega a un segundo plano la renovada discusión por la falta de apoyo tecnológico en los arbitrajes”.
Sin embargo, resulta evidente que no es ésa la única discusión que Blatter evita plantear. Este zafarrancho de los penales elude la puesta en foco del verdadero drama de la primera fase de los Mundiales desde Francia 1998. Treinta y dos equipos son demasiados para una Copa del Mundo.
El negocio lo reclama pero el fútbol lo sufre. En el esquema actual, con el corriente sistema de Eliminatorias, con cupos distribuidos entre las confederaciones regionales de manera polémica y con criterio político, se ven perjudicadas Europa y Sudamérica, las regiones que aportaron todos los campeones del mundo de 1930 a la fecha y que, salvo rarísimas excepciones, cuentan con las selecciones más destacadas: en 2010, siete de los ocho cuartofinalistas eran miembros de la UEFA o de la Conmebol; el único ajeno fue Ghana. En 2006 ocuparon las ocho plazas.
Con seis equipos africanos, tres asiáticos y dos de Oceanía en la fase previa, alcanzaban los dedos de ambas manos para contabilizar los partidos atractivos que prometía esa fase inaugural. Los hechos no desmintieron más tarde el pronóstico. El aburrimiento no es patrimonio de los empates, sino de la creciente cantidad de equipos sin nivel suficiente para una exigencia suprema, que llegan al Mundial preparándose sólo para no perder por goleada.
En Francia 1998 hubo tres partidos en la fase inicial con cinco goles o más a cuenta del vencedor: Holanda 5, Corea del Sur 0; España 6, Bulgaria 1; Argentina 5, Jamaica 0. En 2002 la cifra se redujo a dos: Brasil 5, Costa Rica 2, y Alemania 8, Arabia Saudita 0. En 2006, sólo se registró el inolvidable Argentina 6, Serbia y Montenegro 0. En la reciente Copa del Mundo, Portugal le hizo siete a Corea del Norte, un equipo con ímpetu, pero sin clase para un torneo de elite. Políticamente es correcto; desde lo deportivo, semejante amplitud resulta desafortunada.
Paradójico: el fútbol se ha “emparejado” –en palabras de Blatter, quejoso por presunta la proliferación de empates– porque las diferencias entre las potencias y el resto son cada vez más palpables. El ejemplo más obvio es el de Africa, porque lo que se suponía un avance relativo del fútbol de ese continente –la incorporación de mayoría de entrenadores europeos que disciplinaran desde lo táctico a jugadores naturalmente dotados y permitiera a esos seleccionados a dar el último salto a semifinales– acabó computándose como un retroceso.
El historiador británico Jonathan Wilson coincide en que 32 equipos para la Copa del Mundo “son demasiados”. En un reciente artículo publicado en el Guardian, sugiere que Sudáfrica 2010 “fue mucho mejor que el Mundial de 2002 y algo mejor que el de 2006, pero mucho menos que cualquier otro Mundial que haya visto, y no se debe a que todo tiempo pasado fue mejor. A esta Copa del Mundo le faltó un partido verdaderamente bueno, un enfrentamiento de ida y vuelta entre potencias”, y le atribuye esa carencia al gigantismo de la Copa del Mundo.
“Expandir el torneo siempre iba a diluir la calidad –opina Wilson—. Desde el punto de vista de FIFA, parte del objetivo de la Copa del Mundo es alentar el desarrollo del juego en todo el planeta, organizando un festival en el cual cada región está representada. Es necesario un equilibrio, pero la falta de partidos clásicos en torneos recientes parece indicar que se ha ido demasiado lejos”, señala el analista.
Cuando el Mundial queda reducido a 16 equipos, a partir de octavos de final, la calidad aumenta, subraya Wilson. “El promedio de gol no lo es todo, pero resulta notable que una vez que equipos como Argelia, Honduras o Suiza, que esencialmente juegan a no perder, quedaron eliminados, aumentó de 2,1 a 2,6”.
¿Sobran empates? Sobran selecciones. Pero el principio de “una federación, un voto”, que instaló a Blatter en el sillón del máximo poder en 1998, es inseparable del actual esquema. Lo que no faltan son beneficios: con 32 equipos, Sudáfrica 2010, el Mundial más rentable de la historia, recaudó 3200 millones de dólares, de los cuales 2700 corresponden a ingresos en concepto de derechos televisivos, propiedad exclusiva de FIFA. El balance final se dará a conocer en marzo de 2011, meses antes de una nueva votación en la entidad.
El suizo va por la reelección. Como bien recordó Fest, “era una máquina de lanzar propuestas innovadoras y arriesgadas en sus primeros tiempos como presidente”, pero su conservadurismo creció parejo con el volumen de los dividendos. Tiene 74 años y si triunfa, regirá la FIFA hasta 2015, cercano a los 80. Aunque el de las 32 selecciones no fue un invento suyo, supo explotarlo a su conveniencia. Africa lo sabe a la perfección. No va a cambiarlo ahora, como dice el slogan de la multinacional que comanda, “por el bien del juego”.
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