CONTRATAPA

Hollywood que nos hiciste mal

Por Roberto “Tito” Cossa

El escritor uruguayo Juan Carlos Onetti, que vivió buena parte de su vida en Buenos Aires, observó que los médicos argentinos –decía– “no sólo son médicos, también hacen de médicos”. Es decir que los médicos argentinos necesitan afirmar su personalidad, enfatizarla mediante tics que la mayoría de la gente les adjudi ca a los médicos. Son médicos, pero también representan al médico.
Esta característica no es privativa de los galenos. Ocurre lo mismo con los abogados, los policías, los vendedores de tienda y los periodistas. Y también con los plomeros. A la hora de dar el veredicto sobre el motivo que originó la mancha de humedad, el plomero argentino también hace de plomero.
Y qué decir de los escritores. Nos dejamos la barba, fumamos en pipa y solemos sentarnos en la mesa de un viejo bar, pedir una ginebra desastrosa y ver transcurrir el mundo con mirada torva. Hacemos de escritores.
Al menos entre los hombres de nuestra generación, esta manera de ser tiene mucho que ver con el cine de Hollywood. Hemos transitado los años de nuestra infancia –años en los que se forma la irremediable personalidad– intoxicados con estereotipos consagrados por modelos exitosos y admirados. No es extraño, entonces, que un inocente niño argentino que alguna vez vio en la pantalla a Gary Cooper, de chaqueta blanca, sacarse los anteojos y con una mirada adusta decirle a un paciente de ficción “usted tiene un cáncer”, hoy –ya sexagenario– reproduzca los gestos del actor, aunque el diagnóstico sea una simple gripe. El médico imita a Gary Cooper.
Esta conducta no es privativa de los hombres del común. Cuanto más encumbrado es el argentino, más recurre al estereotipo. La primera vez que Carlos Menem, ya presidente, viajó a los Estados Unidos y visitó la Casa Blanca tuvo su primer encuentro con su colega norteamericano. El protocolo le marcaba transitar unos treinta metros hasta el lugar donde lo estaba esperando George Bush. Menem avanzó bamboleando los brazos, al estilo cowboy, con las manos “cerca de las cartucheras”. Parecía James Cagney al encuentro de vaya a saber qué historia imaginaria con John Wayne.
Esta traslación de imágenes suena a inocente, pero no parece tan divertida en los momentos trágicos de la historia. ¿Cuánta película de Hollywood influyó en la personalidad primaria de Leopoldo Fortunato Galtieri a la hora de mandarnos a la guerra? Basta ver las imágenes de la época. El majestuoso general frente a la multitud vociferando “les presentaremos batalla” ¿no estaba reproduciendo una escena de las tantas películas con las que Hollywood cargó su imaginario infantil?
Es natural que un militar tenga un modelo al cual quiere imitar. Quizás San Martín se creyó Napoleón –seguramente su maestro– en el momento de alcanzar la cima de los Andes. Pero en aquella época no existía Hollywood. Es buenos preguntarse: ¿Galtieri se creyó el general Patton cuando decidió la invasión a las Malvinas, sensación comprensible, o reprodujo la imagen del actor George Scott que representó al célebre general norteamericano en una también célebre película? O lo que es más grave: ¿Galtieri se sintió Patton en el momento de tomar la decisión o tomó la decisión para imitar a George Scott?
Quizás ahí está la diferencia que la historia marca entre San Martín y Galtieri, ambos generales de la Nación. A uno lo construimos con bronce; al otro, con celuloide pintado. Uno nos elevó a la gloria; el otro nos hundió en la humillación.
La culpa la tiene Hollywood.

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