Domingo, 15 de septiembre de 2002 | Hoy
CINE
Después de su celebrado debut con Mundo Grúa, Pablo Trapero estrena una de las películas (por obvios motivos) más anunciadas y esperadas del año: El bonaerense. Sin ningún afán periodístico por denunciar las conocidas zonas oscuras de la Bonaerense, la iniciación de un pibe que entra a la cana precisamente para no caer en cana permite asomarse a los sobrecitos, los ascensos, los travestis, los desarmaderos, el chiquitaje y otras trenzas de poder alrededor de una comisaría al otro lado de la General Paz, sin por eso perder un ápice de la intriga del policial y la acción de una película del Oeste. Del Oeste del conurbano.
Por Horacio Bernades
YO QUIERO SER POLICIA
No creo en el cine de denuncia. Creo que eso es para el periodismo, e
incluso en ese punto prefiero el periodismo de investigación, se
apresura a decir Trapero, que a los 29 años y desde las épocas
de Mundo grúa viene intentando aclarar a quien quiera oírlo cuál
es su posición frente a lo real. Frente al realismo, también.
¿Te asumís como un cineasta realista?
A mí lo que me interesa de la realidad no es copiarla, ni siquiera
ser demasiado fiel a ella. En El bonaerense ocurren cosas frente a las que,
si te ponés muy verosimilista, podrías hacer objeciones. Pero
las dejé así como estaban, porque a mí el verosimilismo
mucho no me calienta. Lo que me atrae de la realidad es la posibilidad que brinda
de descubrir algo que noconocés, mundos que te son ajenos. Sólo
en ese sentido podría calificar lo que hago de realismo. Lo que me mueve
a hacer una película no es decir algo, bajar línea o dar-mi-opinión-sobre-lo-que-está-pasando,
sino cosas con las que me cruzo en mi vida cotidiana y me llaman la atención.
Mundo grúa empezó el día en que levanté la vista
y vi una grúa industrial bajando y subiendo, y me puse a pensar cómo
sería la vida del tipo que estaba trepado allá arriba.
¿Y El bonaerense, cómo surgió?
Yo soy de la misma zona que muestro en la película, esa línea
del oeste que va de San Justo a La Matanza y de Laferrere a Isidro Casanova,
al borde de la Ruta 3. De hecho, en la película aparece el negocio de
venta de repuestos de mi viejo, el edificio donde mi hermana tiene su consultorio
de psicóloga, y además actúan mis viejos y mi abuela. Yo
mismo hago un cameo, rapado y con uniforme policial, durante la escena de entrega
de premios a los nuevos cadetes. Volviendo a la pregunta, cuando empecé
a estudiar en la FUC cruzaba todos los días la General Paz, y me planteé
qué cosas traía aparejadas ese cruce de provincia a Capital, de
la periferia al centro. Así que empecé a bosquejar la historia
de un tipo que hacía ese mismo trayecto. Pero era una cosa demasiado
autorreferente, no tenía mucho atractivo en términos dramáticos.
Esto se resolvió a partir del día en que me empezó a despertar
curiosidad la forma en que a un tipo le cambia la vida el hecho de entrar en
la policía.
¿Cómo se la cambia?
La cana es como un mundo paralelo, hecho de reglas y códigos bien
cerrados, donde se mata y se muere. Los que entran son tipos comunes, más
allá de que siempre pinte algún loquito, de esos a los que les
tiran los fierros. Pero la mayoría de los que entran son tipos que no
quieren matar, afanar, coimear o currar, sino simplemente tener un sueldito
mejor que el de albañil o lavacopas. Buscan estabilidad, obra social,
jubilación y vacaciones. A matar o afanar aprenden después, pero
de entrada lo único que quieren es ganarse el mango. Lo que yo me preguntaba
es qué es lo que lleva a un tipo a decir un día: Voy a ser
policía.
LA DELGADA LINEA AZUL
El Zapa, en realidad, jamás dice Voy a ser policía.
No se lo propone: entrar en la cana es, paradójicamente, su única
salida para no caer en cana. De entrada nomás, Trapero muestra que la
línea que separa el delito de su combate en realidad no existe: al Zapa
lo agarran, y así como lo agarran lo sueltan, gracias a su tío.
Del pueblo, de la cárcel del pueblo, El Zapa va a parar a una comisaría
del conurbano. Allí lo destinan a una garita, al borde mismo de la General
Paz, después de que un comisario conocido se ocupa de que le bajen la
edad (el Zapa tiene 32, y la edad para ser aspirante es de menos de 30). Con
28 va a andar bien, dice el comisario amigo, mientras le pasa a una administrativa
un cigarrillo, a modo de módica coima.
De ahí en más, todo es cuestión de tráfico de influencias,
favores que se pagan, devolución de gentilezas, una permanente puesta
en práctica de ese hoy por mí y mañana por ti
que funciona como espada de Damocles y terminará atrapando al Zapa en
una red de complicidades compartidas de las que nadie escapa. Lo que practica
Trapero a lo largo de El bonaerense es una verdadera anatomía policial.
Una anatomía de base, no de las altas jerarquías. Absolutamente
respetuoso del punto de vista elegido para narrar la historia, Trapero nunca
muestra más allá de lo que los ojos del Zapa pueden ver. Y lo
que ve son los límites de la circunscripción: la comisaría,
la garita, el subrepticio ascenso de un subcomisario a comisario, el chalet
sospechosamente bacán donde éste vive, el sobrecito que le pasa
un desarmador de autos a un superior, un travesti a un cabo, la confiscación
de unos pandulces el día de Navidad, un festejo deNochebuena a tiro limpio,
la ejecución por la espalda de unos pibes, el enfrentamiento a tiros
sobre un puente, el mejicaneo de un botín.
UNA PELICULA DEL OESTE
Como El Rulo, El Zapa es pura pasividad. Jamás decide nada. Desde el
momento en que acepta abrir una caja fuerte, es arrastrado por el encadenamiento
de las circunstancias, y éstas lo llevarán hasta uno de esos lugares
desde los que no se vuelve, cuando se convierte en brazo derecho de un maldito
oficial. Si El bonaerense tiene un aura más trágica que Mundo
grúa, donde la fatalidad ya tejía lo suyo, es porque lo que está
en juego no es una cuestión de edad y sobrepeso sino la vida misma. Y
porque, en su condición de pajuerano aterrizado en la zona caliente del
conurbano, El Zapa es un ser aún más desvalido que El Rulo. Menos
escrupuloso también. Así como se ocupa de mostrar que la garita
se asienta justo de este lado de la General Paz, Trapero pone al Zapa al borde
del pathos trágico, pero nunca lo lleva hasta el lado de allá.
Película de iniciación, desde que el comisario le da la bienvenida
a La Bonaerense (después de haberle preguntado si sabe en lo que se mete,
como si se tratara de un nuevo capitán Willard), Trapero muestra todos
los ritos de pasaje del Zapa: el rape a máquina, el uniforme, las felpeadas
de los superiores, el no tener dónde dormir, los favores concedidos,
la instrucción. Cuando acepta apretar al dueño de un comercio
en nombre del comisario, El Zapa pasa del otro lado, como lo hacía Willard
en Apocalypse Now al cruzar el puente de Do Lung. La referencia puede parecer
desproporcionada, pero un enfrentamiento a tiros sobre un puente de la General
Paz recuerda muchísimo a esa escena de la película de Coppola
en la que un morocho alucinado dispara a ciegas desde su trinchera, en medio
de la noche cerrada. El bonaerense como película de guerra, pero sobre
todo como película del Oeste. Del Oeste del conurbano.
MAS ALLA DE LAS NOTICIAS
Esta película del Oeste tiene, sin embargo, una fuerte impronta documental.
Esta se manifiesta en el propio origen de la película, cuando Trapero
repara por primera vez en el sentido que tiene cruzar la General Paz. Pero también
en esa ética, muy propia del documentalista, de querer aprender de lo
real antes que imponerle una tesis. Si se trata de una película de iniciación,
esto corre también para el espectador. Viendo El bonaerense, cualquier
hijo de vecino puede percibir que está yendo más allá de
las noticias de los diarios, hasta ese corazón de las tinieblas que todos
los días bombea sangre ajena sobre los titulares.
¿Hiciste algún trabajo de investigación sobre el tema?
Leí todos los libros que pude, me asesoré con Ricardo Ragendorfer
(que además hace un cameo, como un borrachín de comisaría),
me puse con policías retirados como Luis Decats (que hace el papel del
comisario que mete al Zapa como aspirante) e hice una especie de trabajo
de campo no muy sistemático, consistente en pasarme horas enfrente
de una comisaría o de una garita y en hablar con policías con
cualquier excusa. Iba y hacía una denuncia de robo o extravío,
me acercaba y le pedía fuego o la hora a un agente de guardia, y después
le sacaba conversación para que me contara cosas. Pero hasta ahí:
te repito que no soy un fundamentalista del detalle realista, no pretendo que
la película sea un calco de la realidad. Sólo uso el realismo
como plataforma de despegue. Una vez que tengo los datos que necesito, me pongo
a trabajar en el guión. Y en ese terreno tuve también mi consultor,
Doddy Scheuer, uno de los tipos que más saben del tema y que también
tiene su cameo en la película, en la escena en la que asume el nuevo
comisario.
¿Dejaste mucho material afuera?
Sí, junté mil anécdotas, muchas de ellas increíbles.
Pero no me servían para la película, porque yo tenía que
ajustarme a lo que le ocurre al Zapa, a lo que él vive o ve a su alrededor.
Ese era mi tema, y cuando elegís un tema te tenés que circunscribir
a él, ponerte límites, porque si no terminás haciendo cualquier
cosa. Lo que yo quería contar era la historia íntima de este tipo
que de la noche a la mañana se encuentra metido en la policía,
como quien se mete en un sueño del que no puede salir. Para mantener
el punto de vista, yo tampoco podía salirme de ese sueño.
LA PISTOLA DEL ZAPA
El interés por la intimidad del protagonista llevó a Trapero a
incluir un elemento que, llamativamente, hasta ahora el nuevo cine argentino
había dejado completamente afuera: el sexo. Hasta el momento, lo más
parecido a eso había sido el sandwichito de milanesa que la dueña
del kiosco le ofrece al Rulo en Mundo grúa, los roces entre hermanos
de La ciénaga o el apriete, con la ropa puesta y de parados, que Freddy
le hace a Rosa en un pasillo de pensión en Bolivia. Peligros del minimalismo
a ultranza, esa fórmula de menos es más que parece
obsesionar a nueve de cada diez realizadores jóvenes puede terminar dando
por resultado un puritanismo empobrecedor.
Yo quería mostrar qué le pasa al Zapa. Pero como el tipo
casi no habla, tenía que buscar por otro lado. Me quedaba el cuerpo,
y ahí fue que decidí mostrar sexo, porque me daba la posibilidad
de que el personaje expresara por ese lado lo que no decía. A su vez,
como el medio en el que El Zapa se mueve está cargado de violencia, esa
violencia debía transmitirse también al sexo. Ahí
es donde aparece Mimí Arduh, ex vedette que hace de instructora del Zapa,
y que más temprano que tarde estará manoseándolo y dejándose
manosear dentro de un auto, al borde de la Ruta 3, mientras, trepada sobre él,
repite que mejor no. No sólo está absolutamente notable Mimí
Arduh en su papel de veterana algo quemada pero todavía capaz de galopar,
sino que esas escenas abruptas, transpiradas y urgentes además
de la del auto hay otras dos, en un pasillo y sobre el piso son una verdadera
clase práctica de cómo filmar a una pareja cogiendo. Cogiendo
en crudo, sin esos cortes y fundidos que suelen convertir el sexo en cine en
algo tan soso y falso como un aviso de champú.
Ventajas del realismo bien entendido, ése en el que los personajes hacen
las cosas que hace la gente. Aunque sea una película sobre policías,
El bonaerense es también una sobre gente.
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