› Por Juan Forn
Muchos lo conocieron con la cara (y la panza) de Benicio del Toro, en la película que hizo Terry Gilliam sobre Miedo y asco en Las Vegas. Pero su nombre en la vida real no era Dr Gonzo (“mi abogado samoano, ciento cincuenta kilos de gargantuesco apetito por cuantas bebidas, drogas y actividades peligrosas se hayan inventado en este planeta”) sino Oscar Zeta Acosta y, en su breve y rotunda trayectoria profesional, dejó unas cuantas evidencias de que existió, aunque parezca el mejor de los personajes inventados por Hunter Thompson (que no inventó un solo personaje en sus libros, salvo él mismo).
La leyenda dice que Thompson se proponía cubrir una carrera de motos en el desierto de Nevada para una revista deportiva “cuando los ácidos empezaron a hacerme efecto” y terminó inventando él solo la versión hardcore del Nuevo Periodismo, descontrolando Las Vegas con su “abogado samoano” y enviando a Rolling Stone, desde la habitación 1483 del Hotel Flamingo, un manojo de notas delirantes que se convertirían en “la más lúcida e insobornable necrológica de los años ’60” según Tom Wolfe.
Cuando Miedo y asco en Las Vegas apareció en dos entregas sucesivas de la Rolling Stone, ilustradas por el demente Ralph Steadman, muchos pensaron que lo de “abogado samoano de ciento cincuenta kilos” era una joda con la que Thompson retrataba en clave a su compañero de tropelías Steadman, legendariamente expulsado por borracho del periodismo inglés. Pocos repararon, unos meses después, cuando Rolling Stone publicó el siguiente trabajo de Thompson (“Strange Rumblings in Aztlán” sobre el asesinato del periodista chicano Rubén Salazar por la policía de Los Angeles durante los disturbios de agosto de 1970), que el activista que Thompson mencionaba en su nota como “el Malcolm X chicano” (según lo había definido el FBI), el hombre que se atrevía a desafiar en solitario a todo el poder californiano convocando a su colectividad a sumarse a las filas del Brown Power (“Poder Morocho”), era el mismo abogado samoano que tomaba ácidos como confites y proponía fornicar con todo el cuerpo de baile del Caesar’s Palace en Miedo y asco en Las Vegas.
Acosta estudió abogacía de noche, trabajó para la fiscalía de Oakland hasta que se cansó del maltrato a los chicanos, movilizó a su comunidad a participar en actos de desobediencia civil, compartió escenario con Angela Davis y Abbie Hoffman, escribió dos libros que fueron la piedra fundadora de un movimiento literario llamado indistintamente Chicanismo y La Raza, y desapareció de la faz de la tierra en 1974 (algunos dicen que eliminado por la CIA; se lo vio por última vez embarcando en una lancha en la costa mexicana). En una carta le había escrito a Thompson: “Yo uso la ley al límite de sus confines. Quizá esté forjando una nueva ley”. En Miedo y asco en Las Vegas, Thompson le hace decir: “Aquel capaz de hacer una bestia de sí mismo logra acallar el dolor de ser hombre”. Y lo convierte, en ése y varios libros más, en la Brigada Ligera que acude a rescatarlo de cuanto bardo se haya metido (“Hora de llamar a mi abogado samoano”).
Muchos de los mantras-gonzo de Thompson son frases de Acosta, entre ellos el más famoso: “La mente es más poderosa que el cuerpo” (a repetir sin pausa en los momentos “verdaderamente críticos”). Aun así, siempre Thompson negó rotundamente que Acosta tuviera alguna influencia en la creación del Periodismo Gonzo (y después de la de-saparición de Oscar Zeta dijo que “la única razón para describir a ese activista chicano de cien kilos como un descontrolado samoano de ciento cincuenta fue para protegerlo del sistema de Justicia y la policía californianos, que querían su cabeza a cualquier precio”).
Ojalá alguien traduzca algún día los libros de Acosta, especialmente Autobiography of a Brown Buffalo (el otro se llama The Revolt of the Cokroach People), donde hay una escena en que él y Thompson van buscando por el desierto aquella dichosa carrera de motos, en un descapotable, con una chica sentada en medio de los dos, y Thompson (The King, en el libro de Acosta) dice: “Esto tiene que estar lleno de esos caminos para burros que hacen ustedes”. Acosta contesta: “Y de restoranes donde servimos calentitos los gringos que cazamos por ahí”. El Rey dice: “¿Siguen practicando esos ritos, ustedes los aztecas?”. La chica mira a Acosta con los ojos como platos: “¿Usted es azteca?”. Y Oscar Zeta contesta: “Soy el último. Mi familia es todo lo que queda de los aztecas”.
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