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Por Eduardo Aliverti

Es cierto: no se desmienten los off the record. Están para eso, justamente. Si se sabe algo pero no quién lo dijo, aquel que lo refute entrará en el juego del provocador. Sin embargo, algunas declaraciones anónimas son tan altisonantes que obligan a salirles al cruce, so pena de que ganen una credibilidad inmediata.
Y eso es lo que acaba de pasar con la frase de un ministro del gabinete nacional, pegada al congreso peronista que convocó Duhalde: “Si el Gobierno no tiene candidato a presidente, no hay interna”. Absolutamente nadie salió a negarlo.
Le faltó decir que en ese caso tampoco habría elecciones generales, pero aunque parezca mentira debe quedar algún resto de pudor como para no animarse a admitir que algunos jueces también están bajo la fusta o jugando para los intereses del oficialismo y que, en consecuencia, es muy probable que se declare la inconstitucionalidad del llamado a comicios nacionales. De todas maneras, si lo hubiera dicho sólo habría sorprendido a alguien que viva en una burbuja.
Así de escandalosa es hoy la movida gubernamental para aprovechar lo que llaman “veranito económico” y la persistencia de la extrema debilidad opositora. Del Duhalde agobiado por los crímenes en el Puente Pueyrredón y la falta de acuerdo con el FMI, al Duhalde envalentonado con los olvidos populares y la estabilidad de la miseria. Ganar tiempo es la consigna y el mandoble a las pretensiones de Menem sirvió como anillo al dedo.
Habrá que detenerse, una vez más, en el hecho de que si pueden estar jugando de este modo inmoral, donde todo no es más que una gigantesca puesta en escena en la que sólo cuentan las cuotas de poder personales y de facción, es porque hay las condiciones sociales y electorales que lo permiten. Algunos datos son interesantes, en materia de permitirle al conjunto popular romper el corsé ideológico que los liberales le encajaron durante tantos años a fuerza de sangre y marketing.
Por ejemplo, comprobar que se puede vivir sin acordar con el Fondo. Es decir: vivir sin estar peor todavía. Pero otros aspectos –la inmensa mayoría– son reveladores de hasta qué punto subsisten ataduras, temores, falta de audacia, imposibilidad de ver un poco más allá de lo que muestran los candidatos y figuras de las fuerzas tradicionales. ¿Cómo interpretar, si no, que al hablarse del próximo presidente de los argentinos deba hacérselo en términos de cualesquiera de quienes fueron partícipes directos, en los últimos años, de la catástrofe nacional?
Penoso, pero no sorpresivo: estos personajes, y sus partidos, continúan llenando el vacío que por su tozuda inmadurez no pueden ocupar las fuerzas que se intitulan alternativas.
Y por lo visto, habrá que seguir esperando. Por ahora, alcanza para oponerse pero no para reemplazarlos.

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