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Como si todos fueran Astiz
Por Sergio Kiernan
Por reflejo corporativo, la Iglesia está empezando a “defenderse” de los escándalos por abuso sexual con el argumento de los tontos: que el horror y la bronca por las violaciones de menores a manos de sacerdotes significan en realidad “un ataque difuso a la Iglesia”. Estanislao Karlic, presidente del Episcopado, es apenas el último en subirse al tren de las excusas. A Karlic le parece “increíble” que a los casos recientes se les sumen “causas de tantos años atrás y que se organicen los escándalos en todas partes.”
Notable: para el obispo los “escándalos” se organizan.
Supuestamente, monseñor es un veterano pastor de almas, por lo que sería esperable que supiera alguna que otra cosa del alma humana. Por ejemplo, que ser forzado groseramente por un padre es algo que puede tomar “tantos años” para ser hablado en público. Que las víctimas, los padres de las víctimas y la comunidad en general pueden sentirse sinceramente enfurecidos por la traición de sus pastores y el silencio de la jerarquía.
Karlic defiende la corporación, reacciona como un hombre de uniforme. No parece entender lo que le puede hacer a su Iglesia el estado de sospecha que él colabora a crear. Tal vez debería tomar su pasaporte y viajar un poco.
En Irlanda le podrán contar la catástrofe que le cayó encima a la Iglesia por proteger a sus violadores de menores. El catolicismo es una parte integrante de la identidad nacional irlandesa, como en ningún otro país. La práctica religiosa es cotidiana y sincera. Hasta la década pasada, la Iglesia disfrutaba de un nivel de autoridad moral y política insólito: hasta ganó el plebiscito por el divorcio. Entonces ocurrió: un padre violó a un alumno, la familia se le animó a la institución, que en lugar de socorrerla y consolarla como debería se dedicó a proteger a su uniformado como si fuera Astiz. Hubo un escándalo y mucha gente abusada “tantos años atrás” se animó a hablar. No fue una conspiración: fue poder contar al fin una verdad abrumadora. La Iglesia de Irlanda perdió su poder, perdió el segundo plebiscito, perdió hasta su autoridad moral.
En Estados Unidos fue peor: la Iglesia tuvo que pagar muchos millones y los padres que ejercen la docencia no pueden quedarse a solas con sus alumnas o alumnos, por honestos y decentes que sean.
Y todo por la defensa corporativa, por no admitir nunca nada, por portarse como si todos fueran Astiz.