CONTRATAPA
El pesado yugo de los populismos
Por Osvaldo Bayer
Desde Bonn
Se llamó la Década Infame. Los militares voltearon al radical Yrigoyen y lo reemplazaron por Uriburu, el general. Un militarote bruto y bigotudo a quien llamaban Von Pepe, por su gusto de querer imitar a los generales prusianos de la época. Hubo fusilamientos de rebeldes y un gabinete de oligarcas. Por fin la Argentina tenía el gobierno que se merecía. Generales, comisarios de picana eléctrica, doctores, y el zumo de la Sociedad Rural. Después lo siguió el general Justo, conservador liberal que aplicó el fraude patriótico. Un término brillante. Para vivir en democracia, en la Argentina, había que hacer fraude en las urnas y así quedaban siempre en las altas esferas quienes sabían gobernar. Nada de pueblo al gobierno. Al gobierno, los que tenían plata. Los demás, a trabajar y obedecer. El gobierno estaba integrado por conservadores y radicales antipersonalistas, es decir la crème de la crème del radicalismo. Trece años duró el gobierno oligárquico. Hubo palo para la izquierda, palo para los obreros. Fue una especie de comodato entre los representantes de la oligarquía y los radicales antipersonalistas, de derecha, pues.
Fue un gobierno de fraudes e inmoralidad. Los famosos negociados tejieron la vida política argentina: el de la Cade, el de los niños cantores, el de las tierras del Palomar, etcétera. El comodato de las carnes argentinas con Inglaterra fue típico de un gobierno dependiente e inmoral. Lo que pocos se atrevieron a decir fue que toda esa infamia fue posible por el fracaso del radicalismo y, más precisamente, de Yrigoyen. En septiembre de 1930, Yrigoyen se cayó solo, sin que lo empujaran. Un presidente que era un verdadero caudillo y su partido mayoritario no fueron capaces de resistir el avance del colegio militar al mando del mariscal Von Pepe, quienes vinieron paseando por las calles, con algunos tiros en el Congreso que le rompieron la pata a un caballo de bronce. Una batalla a la hora de la siesta de la Argentina democrática que terminó con la huida del presidente elegido por el pueblo, sin rumbo, hasta parar ante el cuartel del 7 de Infantería en La Plata y presentarle su renuncia más que indeclinable al asustado teniente coronel jefe del regimiento, quien no sabía si aceptarle el papel renunciante o invitarlo con un café.
La caída de Yrigoyen fue el fracaso del partido radical. Carcomido por sus internas, por su inmoralidad, por su falta de vocación democrática. En vez de marchar de la democracia a la democracia, iba del comité al comité. De la clientela a la clientela. Claro, la historia transformó a la injusta derrota del pueblo por parte de los representantes del mal, al gobierno de la oligarquía, a quien Yrigoyen no osó tocar. Pero sí durante su gobierno le metió bala, y cómo, a los obreros de Vasena, a los rurales patagónicos, a los hacheros santafesinos. Sí; dictó medidas que pudieron parecer un avance en un tímido programa de dignidad social, pero sin alterar la composición estricta de la sociedad. En 1943, por segunda vez, los militares se iban a apoderar de la Casa Rosada. Surgiría aquí Juan Domingo Perón, uno de los oficiales que en 1930 acompañó a Uriburu.
A partir de ese momento se formará el segundo populismo en la Argentina, el peronismo, ya basado en los trabajadores de la llamada “nueva clase”, no aquellos de tradición socialista o anarquista.
El segundo populismo también sería, en 1955, empujado hacia la derrota por un grupo de oficiales del Ejército. Tampoco el peronismo ofreció ninguna resistencia y el líder marchó al exilio. Hubo fusilamientos y apoyo del otro populismo a la dictadura militar, los radicales. No podía haber peor definición de democracia. Esa colaboración entre dictaduras uniformadas y representantes políticos iba a continuar en la desgraciada historia de nuestra democracia. Siguieron volteando los militares a radicales y peronistas. Hasta que se inició el período en que muchoscreían que iba a valer la democracia, sobre todo luego de los sombríos años de la dictadura militar de la desaparición de personas. Pero los dos populismos volvieron a fracasar. Alfonsín se fue antes de terminar su mandato, abrumado por problemas que no tuvo fuerza de enfrentar; el peronismo de Menem traicionó todos los principios partidarios y se constituyó en el partido representante por excelencia de los aprovechados de la globalización capitalista. A De la Rúa no lo echaron los militares sino la gente en la calle.
Ahora tenemos un gobierno aceptado por los dos populismos. Gobiernan los que el pueblo no quiere, los representantes del poder político destruido y saqueado. Nadie representa a nadie. En eso nos hace acordar a la Década Infame. Al clima que conforma que la gente sepa que ejercen el poder aquellos a quienes no les corresponde. En el ‘30 fue la fuerza bruta. Ahora es el resto final de los populismos que tratan de conformar y recomponer algo con sus clientelas. Pero la población no les cree ni los quiere. Son restos de toda esa masa informe de negocios y negociados de la década del ‘90 y del cerrar los ojos de los primeros años de este siglo. Los negociados están, viven. Las coimas del Senado, un negocio pactado entre los dos populismos, el negociado de las armas –lo que significa de inmoralidad ese hecho– en el vacío por obra y gracia de los jueces del pacto de Olivos, pacto de los dos populismos. Para no hablar de la conjura de silencio en la existencia del dinero en el exterior, de los atentados terroristas, sí, hasta del nombramiento como director de la Aduana de un extranjero que no sabía castellano. Para ser breves y expeditivos: un populismo los cometió y el otro miró para otro lado. No fue ni la Justicia ni el Parlamento que echó a los responsables sino un pueblo en la calle. La represión hace acordar a los tiempos de la Década Infame con sus policías bravas y su falta de respeto absoluto por la derechos del ciudadano. Primero De la Rúa, ahora Duhalde, con una policía desatada y funcionarios que hacen que no oyen ni ven.
Así como en el ‘43 un populismo cortó el dominio político que demostraba en democracia el populismo radical primigenio; así, de la misma manera, la ciudadanía tiene que poner término al triángulo de un populismo, dictadura militar, y el otro populismo, y así de continuo, que ha destrozado desde la base a la sociedad democrática argentina. No podemos creer en la solución que nos quiere dar ahora un populismo totalmente en decadencia con la aquiescencia del otro populismo. El pueblo debe prepararse y ser protagonista en un gran cambio democrático. Debe formar nuevas fuerzas que no fueron corrompidas jamás en el ejercicio del gobierno y preparar organizaciones nacidas de la honradez y la vocación de servir a toda la comunidad. Terminar con los ladrones públicos y los mantenidos por el privilegio. La única salida debe ser elecciones libres, para las cuales hay que preparar fuerzas que no se disgreguen en internas, tendencias o candidaturas. Si no es así, vamos a caer en una interminable Década Infame más larga y vergonzante que la que sufrió el pueblo humillado de aquellas generaciones.