Domingo, 7 de noviembre de 2010 | Hoy
Por Osvaldo Bayer
Voy a recordar siempre aquel día de julio de 2004. Llamado por teléfono; me dice una voz: “El señor presidente de la Nación, Néstor Kirchner, lo invita para mañana al Salón Blanco de la Casa de Gobierno, como homenaje por el treinta aniversario del estreno del film La Patagonia Rebelde. También se va a invitar al director del film y a los protagonistas”. Cuando colgué el tubo, sonreí y me dije: “Fantasías de la realidad, después de estar prohibida durante diez años, después de haber salido yo condenado a muerte en las listas de las Tres A de López Rega, luego ocho años de exilio sufrido por ese film y luego de que los tres primeros tomos de mi obra del mismo nombre fueran quemados por el teniente coronel Gorleri por ‘Dios, Patria y Hogar’”. Sí, después de todas esas bajezas y cobardías del poder, ahora nos hacían un homenaje nada menos que en el Salón Blanco de la Presidencia de la Nación, en la Casa Rosada. Fantasías argentinas.
Y fue así. El presidente Kirchner nos dio un abrazo a todos los “culpables” de aquel film y nos contó que él siempre había sentido como un deber reivindicar a quienes se habían atrevido a denunciar en la pantalla aquel crimen atroz cometido contra los pobres peones rurales de la Patagonia, que habían pedido sólo un poco más de dignidad y que por eso habían sido muertos por los máuseres del 10 de Caballería.
El de Kirchner fue un acto de coraje civil frente a tanta ignominia del pasado. Ya antes habíamos podido inaugurar en Santa Cruz el monumento a ese gaucho de increíble coraje llamado Facón Grande que se puso delante de las columnas obreras porque era justa su demanda y que, en el momento de ser fusilado, le gritó al teniente coronel Varela: “Así no se mata a un crioyo”. Allá está ahora su monumento donado por la Unión de Trabajadores Rurales y Estibadores. Lo mismo ocurrió con los monumentos a Albino Argüelles, en San Julián; a Ramón Outerello, en Puerto Santa Cruz, asesinados por el Ejército. Una calle de Río Gallegos se llama Antonio Soto, el gran orador de las asambleas obreras. Ya no es un secreto la increíble masacre ocurrida en esas tierras llamadas nada menos que Santa Cruz.
La otra vez que me encontré con Kirchner fue en la ESMA cuando Cristina Fernández me otorgó el Premio a los Derechos Humanos. Otra fantasía de la realidad. Nada menos que en la ESMA, el más despiadado centro de la tortura y la humillación para con los prisioneros de la Marina de Guerra argentina. Argentina. ¿Alguna vez sabremos el porqué de tanta indigna y cobarde crueldad?
Que esa ESMA se convirtiera hoy en un Centro de los Derechos Humanos es la obra directa del sacrificio y el coraje de las Madres, de las Abuelas y de los organismos de derechos humanos, para cuyo clamor y lucha tuvo comprensión Néstor Kirchner. Es otro de sus títulos.
Kirchner no fue un revolucionario, pero sí el presidente que más se atrevió a proponer un verdadero Nunca Más a las dictaduras militares y sus crímenes; eliminar las vergonzosas leyes de obediencia debida y punto final (quienes en el Congreso levantaron el brazo para aprobarlas pasarán a la historia como representantes de la cobardía moral más profunda de nuestra historia).
También se lo va a recordar a Kirchner porque se atrevió a terminar con la ley de medios de la dictadura militar, que fue aceptada por todos los presidentes surgidos desde el ’83 por temor a los omnipotentes medios dominadores de la comunicación. Además, Kirchner sembró otras semillas como la de devolver a la administración estatal las jubilaciones, la conformación de la Corte Suprema y otros temas que ya han sido citados en la multitud de notas de diversos comentaristas.
Reconocimiento justo. Pero no debemos quedarnos allí sino seguir empujando para lograr las bases de una verdadera democracia. Por ejemplo, hace unos días el gobernador de Misiones reconoció que 204 niños misioneros murieron últimamente por desnutrición. Y lo voy a repetir en todas mis notas, hasta el cansancio: no hay verdadera democracia en un país donde existen niños con hambre. No sólo eso, que desde ya nos debe avergonzar a todos los argentinos, sino también la existencia de villas miseria en nuestro país. No hay democracia cuando un país no es capaz de dar un techo digno por lo menos a las familias con hijos. Cuando era un niño visité con mi padre y mis hermanos las villas de desocupados que se habían levantado en Puerto Nuevo. Ocho décadas después, las veo por todas las ciudades argentinas. Pero eso sí, los countries en el Gran Buenos Aires siguen creciendo con más lujos y más agentes de seguridad privados.
Nuestro verdadero papel es seguir empujando para lograr cada vez más, más democracia; ese es el único camino a la sociedad no violenta. La actual oposición debe comprender esto y dejar el juego inexplicable de que todo está mal y que el único camino es llegar al poder sobre la base del descrédito de los actuales gobernantes. Lo constructivo finalmente se valora. El objetivo fundamental de la política es llegar a la sociedad en paz y sin violencias. Llegar por fin a lo que cantamos en nuestro Himno desde 1813: “Ved en trono a la noble Igualdad, Libertad, Libertad, Libertad”.
No nos conformemos con lo logrado hasta ahora. Por ejemplo, mientras escribía esta nota recibí una carta de los presos paraguayos que fueron entregados por el gobierno argentino al Paraguay, acusados por un hecho que no cometieron, pero que tienen el “delito” de pertenecer a un grupo campesino que pide lo mínimo: tierras para quien la trabaja. Estaban en la Argentina, fueron pedidos por el gobierno paraguayo de Lugo y el gobierno argentino los entregó. Desde ese momento sufren una cárcel sin ninguna garantía. Lugo, a pesar de ser obispo católico y llamarse de izquierda, ha pactado con lo más despiadado y feroz de la derecha y mira para otro lado. A estos cinco trabajadores de la tierra los conozco, he hablado largamente con ellos. Me escriben desde su más que penosa cárcel paraguaya: “Te escribimos desde esta cárcel de Tacumbú para explicarte nuestra situación a casi dos años de nuestra extradición. Nos hallamos esperando el juicio oral con todas las arbitrariedades por la presión política que ejerce la familia Cubas Gusinsky sobre los jueces y fiscales para que seamos condenados. Denunciamos por tu intermedio que el Estado paraguayo nos expone a un juicio parcial con jueces digitados por la querella, que manejan la mafia en el Poder Judicial de nuestro país. No podemos esperar un juicio justo con jueces que tienen presión del jurado de enjuiciamiento de magistrados cuya presidencia está a cargo nada menos que del abogado de la familia Cubas. Ningún juez podrá atreverse a darnos la absolución en esta injusta causa. Por todo esto recurrimos a tu espíritu solidario y tenaz para hacer saber al mundo tanta injusticia que enfrentamos por defender nuestra posición política e ideológica. Te dejamos todo nuestro cariño, nuestro abrazo, nuestra ternura, confiados en tu espíritu internacionalista. Hasta la Victoria Siempre. Los seis dirigentes campesinos: Agustín Acosta, Roque Rodríguez, Basiliano Cardozo, Arístides Vera, Gustavo Lezcano y Simeón Bordón”.
Estos cinco dirigentes campesinos fueron acusados de un crimen que no cometieron en absoluto y fue para sacárselos de encima. Cuando fueron perseguidos cruzaron la frontera y aquí luego se los detuvo por pedido de la policía paraguaya y luego el gobierno nacional los entregó. Esperamos que ahora todos los organismos argentinos de derechos humanos, las iglesias, la Unión Argentina de Trabajadores Rurales y Estibadores, la CGT, la CTA, envíen la protesta al gobierno paraguayo. Este hecho nos recuerda a lo que hicimos los argentinos con nuestras peonadas patagónicas en el ’21.
Pero no sólo los paraguayos hacen injusticias. También nosotros, los argentinos, tenemos de qué avergonzarnos. El caso Martino es inexplicable desde cualquier punto de vista. A Roberto Martino, del Movimiento Teresa Rodríguez, se lo detuvo el 15 de mayo del año pasado por protestar por el bombardeo que acababa de realizar la aviación israelí contra poblaciones palestinas.
En su alegato ante el tribunal argentino, el 6 de julio del 2010, Martino fue bien claro. Dijo ante la Justicia: “La agresión militar contra civiles, que Israel denominó ‘Plomo fundido’, contradice los tratados internacionales suscriptos por nuestro país, además de violar los más elementales derechos humanos, tal cual lo confirma el informe de la Misión Gladstone de Naciones Unidas. Según dicho informe, Israel cometió crímenes de lesa humanidad, destruyó 200 escuelas y jardines de infantes, destruyó hospitales y ambulancias bajo el pretexto de que eran de Hamas, cuestión que el informe desmiente categóricamente. Ahora, frente a los flagrantes crímenes llevados adelante con total y absoluto desprecio por la vida humana, con la utilización de bombas de fósforo blanco y bombas tipo racimo ¿no era acaso un deber humano elemental ganar la calle para denunciar el genocidio? Allí radica la explicación de nuestro racismo y mi conducta. Si se considera que por denunciar el genocidio soy merecedor de condena, adelante pues”.
Más adelante dice que ellos eran apenas una decena de personas que portaban pancartas, pasacalles, banderas y volantes que son acusadas de “agredir a 500 miembros de la seguridad del embajador israelí, de la Policía Federal y miembros de la OSA (Organización Sionista Argentina)”.
El caso Martino toca a todos los argentinos que salimos siempre a la calle en la constante lucha contra la violencia, provenga de donde provenga. Porque condenarlo es condenar a todos aquellos que ganan la calle contra la violencia. Sin esos protestantes, la democracia se convertiría en un mito. Así lo han comprendido un conjunto de organizaciones sociales, políticas, de derechos humanos y estudiantiles, que comenzarán el 15 de noviembre una huelga de hambre por la libertad de Roberto Martino. La lucha interminable, pero necesaria.
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