Jueves, 21 de abril de 2011 | Hoy
Por Juan Gelman
Se han cumplido 50 años de la fallida invasión a Cuba que dirigió la CIA con el objetivo de derrocar a Fidel Castro: empezó con bombardeos aéreos el 15 de abril de 1961 y el 17 desembarcaban más de 1500 exiliados cubanos. En octubre del mismo año, el inspector general del servicio, Lyman Kirkpatrick, preparó una evaluación de los hechos en 150 páginas impiadosas e involuntariamente irónicas. El documento exhibe un claro top secret al pie de cada folio y fue obtenido, convenientemente “higienizado”, por The National Security Archive en virtud de la Ley de libertad de información (FOIA, por sus siglas en inglés). La crítica del inspector es incluyente: analiza las condiciones políticas y militares del fracaso desde los preparativos de la invasión (www.gwv.edu, 14-4-2011).
Kirkpatrick comienza señalando que el “frente” (sic) de los exiliados cubanos se formó a instancias de la CIA “pero estaban en desacuerdo entre ellos o con los agentes de la Agencia encargados” de las operaciones políticas y militares. Transcurrían momentos de cambio de la administración: “El presidente Eisenhower aprobó la operación el 29 de noviembre (de 1960) y la confirmó el 3 de enero de 1961”. El 20 de enero John Kennedy asumió la presidencia y el 28 autorizó a la CIA a “continuar sus actividades y le prescribió que debía presentar el plan paramilitar táctico al Estado Mayor para que lo analizara”. El grupo de la Agencia al mando ya había adquirido botes y aviones, establecido campos de entrenamiento en Guatemala y Nicaragua, negociado con gobiernos extranjeros, lanzado una campaña propagandística preparatoria y discutido la posibilidad de un gobierno provisional en la isla. En Miami funcionaba una base de apoyo.
El plan consistía en apoderarse de unos 70 kilómetros de playa en la Bahía de los Cochinos y había armamentos preparados para los 30.000 opositores que –se calculaba– iban a unirse a la invasión. Kennedy ordenó cesar los bombardeos el Día D y a esto se atribuye la derrota que desembocó en la muerte de más de 100 invasores y la prisión de otros 1200. Kirkpatrick no pensaba lo mismo: “La causa fundamental del desastre fue la incapacidad de la Agencia de darle al proyecto, a pesar de su importancia y del inmenso potencial de peligro que entrañaba para EE.UU., el manejo que requería: organización apropiada, empleo de personal muy calificado y dirección y control permanentes de la mayor calidad”. Las insuficiencias en estas áreas, agrega, se tradujeron en “errores y omisiones operativos graves... y en graves errores de juicio”.
El autor del informe enumera cuatro: fallas en procurar “una apreciación fría y objetiva” del proyecto; la incapacidad de “advertir al Presidente en el momento apropiado que el éxito era dudoso, recomendar la cancelación de la operación y volver a estudiar la cuestión de derrocar a Castro”; la incapacidad de “reconocer que el proyecto se había ampliado y que el esfuerzo militar se había convertido en algo demasiado grande para ser manejado sólo por la Agencia”; el fallo de no llevar al papel los planes y dejar copias oficiales “al Presidente y sus asesores y solicitar su aprobación y confirmación por escrito”. Señala, además, que un escrutinio objetivo y oportuno del material de inteligencia hubiera demostrado a los agentes de la CIA “que no existía un movimiento clandestino controlado y listo para unirse a la fuerza invasora y que la capacidad de Castro de responder (al ataque) y de avasallar a la oposición interna había aumentado considerablemente”.
Pasaban cosas. Kirkpatrick refiere que siete veces se lanzaron en paracaídas armas, municiones y equipo para los opositores que “fueron totalmente o en gran parte recuperadas por las fuerzas de Castro...; de 75 toneladas (de armamento) transportadas por aire, los agentes paramilitares sólo consiguieron unas 12”. Un avión sobrevoló dos veces sobre un grupo anticastrista sin soltar su carga y “esto alertó al ejército de Castro, que atacó al grupo y lo dispersó”. Tampoco hubo un plan efectivo para introducir hombres y equipo utilizando botes pequeños. Y fue deficiente el entrenamiento de exiliados cubanos en Guatemala para que, una vez en la isla, pudieran entrenar a otros. Había comenzado el 29 de noviembre de 1960, unos cinco meses antes de que el 16 de abril del ’61 Fidel Castro proclamara que Cuba era un país socialista.
El inspector general de la CIA reprocha a la Agencia que pasara de organizar guerrillas clandestinas a emprender una operación militar abierta, no sin antes preocuparse por los gastos de la invasión: el presupuesto inicial de 4,4 millones de dólares terminó en una inversión de 46 millones. La regaña porque “falló en reunir información adecuada sobre las fuerzas del régimen de Castro y el verdadero alcance de la oposición y falló en evaluar correctamente la información disponible”. Pareciera que no todas las críticas de Lyman Kirkpatrick cayeron en saco roto.
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