CONTRATAPA

Eleanor Rigby 2.0

 Por Rodrigo Fresán

Desde Barcelona

UNO Ah, mira a toda la gente solitaria... Ah, mira a toda la gente solitaria...

DOS Por estos días, cuarenta y cinco años atrás, The Beatles entraban en los estudios de EMI en Abbey Road para dar los toques finales a “Eleanor Rigby”. Una de sus canciones fundamentales y pieza clave de Revolver, considerado hoy por hoy el disco más redondo de los Fabulosos Cuatro Fantásticos. Y hay muchas hipótesis –y todas han sido registradas en biografías, autobiografías y ensayos críticos– para la génesis de esta canción marca McCartney, pero que un celoso/mentiroso Lennon no demoró en reclamar como “70 por ciento mía” a la hora de la beligerante repartija de dones y milagros. “Bebé de Paul; pero yo me hice cargo de su educación”, añadió. Desde entonces, preocupado por el sitial de “Eleanor Rigby”, Lennon se dedicó a burlarse de ella con comentarios tipo “En realidad trata sobre dos travestis”. Y, sí, hay una lápida de una tumba colectiva y familiar donde se lee el nombre de Eleanor Rigby (1859-1939) en el pequeño cementerio de la iglesia de Saint Peter, en Woolton, cerca de Allerton, en Liverpool, donde el pequeño Paul solía jugar. Y, a pocos metros, otra lápida de un tal John McKenzie. Pero McCartney aseguró –sin descartar la posibilidad de una buena pasada de su melancólico inconsciente– que tomó nota del apellido en un cartel de una tienda de Bristol y el Eleanor de la actriz Eleanor Bron, sacerdotisa de Help! Algunos perciben en “Eleanor Rigby” ecos del “Miss Gee” de W. H. Auden y otros –como la novelista A. S. Byatt– le encuentran “la perfección minimalista de un cuento de Beckett”. Aunque The Beatles –lejos de ese transformer/apropiador de Bob Dylan; excepción hecha del casi exacto calco isabelino de “Golden Slumbers”– parecían trabajar más por intuición que siguiendo instrucciones de mapas añejos. Lo cierto es que a McCartney la primera estrofa le vino “de la nada” –el primer nombre fue Daisy Hawkins y el Padre McKenzie fue, en principio, el Padre McCartney; pero le pareció que podría no causarle gracia a su progenitor– y con ella fue hasta lo de Lennon y el resto ya se sabe: dos cerebros geniales trabajando como un cerebro más genial aún. Juntos y unidos –con la ayudita de amigos como Ringo Starr y Peter Shotton– al servicio de lo que por entonces no era algo común. Música pop girando alrededor de la soledad y de la muerte en un álbum que –pensar en “I’m Only Sleeping”, “She Said She Said”, “For No One”, “Tomorrow Never Knows”– parecía disfrutar cantando a adioses, a finales, y al Más Allá desde el aquí mismo.

TRES Ah, gente solitaria frente a sus ordenadores y viviendo en sus sueños. Eleanor Rigby –ése es su alias, uno de muchos, tantos que comienza a perderse, a extraviarse– buscando comments en sus blogs que nadie lee. Recogió algunos, hace tiempo. Ya no. Así que ahí está: esperando frente a la pantalla by Windows, en su Facebook, que guarda en un file dentro de una carpeta. ¿Para quién? ¿Para quiénes? Eleanor Rigby –como canta otra canción– quiere tener un millón de amigos y así más fuerte poder twittear.

CUATRO Ningún beatle toca instrumento alguno en “Eleanor Rigby”. Pero ascendiendo aún más alto gracias al espléndido y preciso acompañamiento de cuerdas de George Martin –muy à la Bernard Herrmann de Fahrenheit 451, interpretado a la perfección por los injustamente no acreditados en portada Tony Gilbert & Sidney Sax & John Sharpe & Juergen Hess & Stephen Shingles & John Underwood & Derek Simpson & Norman Jones, oírlo desnudo en el segundo volumen de Anthology– “Eleanor Rigby” es también depositaria del para muchos mejor verso en todo el canon beatlesco: “Wearing the face that she keeps in a jar by the door”. El primo cercano del “The ghost of ‘lectricity howls in the bones of her face” en “Visions of Johanna” de Dylan. Dos faces, dos fases. La idea de que un rostro no sólo puede ser algo que se pone y se saca y –como máscara o maquillaje, como paraguas o abrigo– se guarda dentro de un jarrón junto a la puerta. Y se sabe: Lennon & McCartney –comparados con Ray “The Kinks” Davies, rey absoluto a la hora de poner a rimar lonely people– eran apenas alumnos regulares a la hora de musicalizar el costumbrismo británico y la decadencia del imperio. Sus letras, por lo general, eran más funcionales y cercanas al slogan/jingle perfecto o al surrealismo simple, pero poco narrativas. Más sensación y sentimiento que otra cosa. Pero, en “Eleanor Rigby”, triunfan como pocos. “Eleanor Rigby” fue editada como single de doble Lado A. La canción que la acompañó –en las antípodas de atmósfera y ánimo– era esa infantil y rigurosamente indisciplinada “Yellow Submarine” que, dicen, esconde un homenaje y agradecimiento a ciertas pastillas anfetamínicas de color amarillo cromo. El single –salió el 5 de agosto de 1966– fascinó a los británicos (número uno) y desconcertó un poco a los norteamericanos (subiendo hasta, apenas, el puesto undécimo). McCartney se llevó el Grammy a la mejor interpretación vocal en R&R y la letra fue incluida en la prestigiosa antología Writing in England Today a cargo del crítico Karl Miller. Allen Ginsberg se la puso a Ezra Pound, quien “sonrió ligeramente al escucharla”. El songwriter cum laude Jerry Leiber comentó entonces que “no creo que alguien alguna vez haya escrito una canción mejor”. Joan Baez, Ray Charles, Richie Havens, Tony Bennett, Aretha Franklin, Caetano Veloso, Shirley Bassey, Jerry García, Twisted Sister, Chick Corea, Joe Jackson, y siguen las gargantas, se dedicaron a hacerla suya sin –como suele suceder con toda canción de The Beatles– jamás conseguirlo del todo.

CINCO “Eleanor Rigby” probablemente sea la mejor parte de las muchas buenas partes del largometraje animado Yellow Submarine. También es una estatua espantosa, un hotel de mediano nivel de Liverpool y una buena novela de Douglas Coupland sobre, sí, gente solitaria. “Eleanor Rigby” es, también, objeto de varios comments en varios sites donde se la reproduce. Allí, alguien postea y postula algo sobre la no existencia de Dios. Alguien asegura que “esta canción da mala suerte. La primera vez que la escuché se suicidó mi tía. La segunda, murió mi tío. La tercera, se enfermaron mi padre y mi madre...”. Alguien dice que le pone triste o que le gusta silbarla o que perdió la virginidad mientras sonaba. Y así, una y otra vez, todos juntos ahora, pero separados, all the lonely people...

SEIS ¿Será posible que ese descendiente del Padre McKenzie –mientras ordena las inverosímiles palabras de un sermón en el que ni él cree– caiga en la tentación de descender a alguna catacumba informática de pornografía infantil? Quiero pensar que no. ¿Y para qué usó esa media –su media favorita, su santa media– cuyos agujeros zurce una y otra vez? Mejor no pensar en ello ni en él –cuyo nombre clave, por los pasillos de la red, al caer la noche, cuando no hay nadie allí pero tantos ahí es SexMac–. ¿Y qué le importa que lo insulten online si allí él no es él y todo vale? Y falta menos para que alguien lo denuncie. Mientras tanto y hasta entonces, a Eleanor Rigby la borraron de Facebook, la echaron de Twitter, la enterraron junto a su nombre. Padre McKenzie se lavó las manos, pero no se puede quitar esa mugre que sólo él ve en las puntas de sus dedos, en las teclas de su Mac sexual. Toda la gente solitaria. Cada vez más. Y la cuestión ya no es de dónde vienen sino hacia dónde van, sin moverse de sus escritorios. El asunto no es a dónde pertenecen sino a quiénes pertenecen. El tema es que –aunque todo sus datos hayan sido saved para el futuro, para un uso no del todo, pero irse preparando para lo que se viene– nadie será salvado.

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