Martes, 5 de julio de 2011 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Rodolfo Hamawi *
En casi cuatro años, el gobierno de Macri ha desplegado sólo dos políticas culturales: el show y el miedo.
El show es la política del marketing cosmético sin contenido; los grandes eventos efímeros que no potencian la actividad cultural existente; la desinversión en centros culturales, teatros y escuelas de enseñanza artística; el abandono de bibliotecas y museos; los festivales gourmet cada vez más cerrados sobre sí mismos y sus ghettos; la frivolidad de Mirtha Legrand y Ricardo Fort en la reapertura del Colón. Nada que ya no esté dicho y que no merezca repetirse.
Sin embargo, el miedo es el motor de la cultura macrista. Una cultura que explota la fragmentación de la ciudad para construir más desigualdad. Macri estimula el miedo al otro, al diferente, a salir a la calle, a la violencia, a la pobreza, a la inseguridad. Y propone soluciones con un denominador común: la segregación.
Una cultura que segrega al sur de la ciudad, al inmigrante, al trabajador, al que no está a la moda. Discrimina por el bolsillo, por el color de piel, por la extracción social, por pertenencia cultural.
La cultura del miedo es una política de gobierno. Una estrategia comunicacional que excede a un ministerio. Macri propone desconfiar de los demás, encender las cámaras de seguridad, blindar las puertas y guardarse rápido en casa. Una perspectiva oscurantista que atisba la vida social desde la estrecha mirilla del temor. Minando a cada paso los canales de la participación y del encuentro.
Pensar la cultura disociada de lo cotidiano de las personas, sólo como algunos momentos “para entretenerse”, no es más que la versión actualizada de la cultura de elite. Es no interesarse por los profundos cambios sociales e individuales que produce una acción cultural permanente que integre, amplifique, posibilite, forme y proteja toda acción creativa en centros culturales, cineclubes, bibliotecas, centros murgueros, clubes de barrio, escuelas y sindicatos, entre otros.
Tenemos que proponernos disfrutar nuevamente de la ciudad. Volver a la calle. De día y de noche. En el norte y en el sur.
Es urgente convocarnos a trabajar por una ciudad donde no reinen el temor ni el despliegue diario del show del horror. Una ciudad donde se instale la cultura urbana y popular del disfrute, del encuentro comunitario con los otros. Donde la calle sea escenario de la participación juvenil, familiar y vecinal. Donde se rescaten las mejores tradiciones culturales, creativas y de vanguardia.
Una ciudad cultural que articule sus propuestas con la oferta pública de salud, educación, transporte e infraestructura. No para emparchar o tapar agujeros del mercado, sino para potenciar la pluralidad de actores y productores.
Una ciudad cultural que amplíe los derechos a un hábitat moderno, incluyente y solidario. Una ciudad cultural que fomente e intensifique la relación intrínseca entre la vasta red de instituciones culturales públicas y privadas con los programas de educación no formal, de extensión universitaria, con la formación en artes y oficios, y con el resguardo y puesta en valor del patrimonio porteño.
Una ciudad que resignifique su propio territorio y ofrezca un proyecto cultural pluralista sostenido en un profundo proceso de descentralización. Que abra la frontera, y se nutra de identidades y símbolos barriales, comunales, migratorios, históricos y por venir. Una política cultural que integre lenguajes, sabores y sonidos, edades, géneros, religiones y oficios, banderas políticas y sindicales.
Porque la cultura del disfrute de Buenos Aires también debe ser una política de gobierno. Que garantice en la ciudad los servicios básicos de higiene, iluminación, seguridad, agua y energía para que todos puedan transitar el espacio público. No sólo para llegar o para irse. Para quedarse.
* Director nacional de Industrias Culturales.
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