CONTRATAPA
“Escudo de la libertad”
Por León Rozitchner
Extraño: estamos escribiendo hoy, miércoles 19 de marzo de 2003, sobre una masacre que dentro de pocas horas, esta misma noche, va a suceder. Sabemos con certeza, por anticipado, que dentro de pocas horas cientos de miles de inocentes van a morir en un país lejano. ¿Cabe pensar desde aquí, mejor dicho cabe seguir “haciendo poesía” ante una “guerra” que indefectiblemente va a producirse? Veo y escucho en el televisor, en tiempo real, la discusión en la ONU, el discurso de Bush, la preparación de las tropas, los niños cadavéricos de un hospital de Bagdad. Y luego, muellemente instalado, me siento a escribir. ¿Es posible pensar fríamente desde este lugar sin expresar todo el furor que, impotentes, nos recorre el cuerpo? ¿No pone en duda este aniquilamiento atroz y calculado la actividad del pensamiento? Y sentimos que sobre ese terror reposa la razón occidental tecno-científica de su fuerza.
Nosotros también vivimos en carne viva las primicias del genocidio de Irak: fue un Irak en pequeño, un modo con el cual el mismo Imperio nos impuso el terror de su dominio. Para pensar el genocidio en Irak es necesario volver, en búsqueda de su sentido, a las grandes líneas históricas que describen y anticipan la lógica mortífera del Capital, cuyas variadas etapas nosotros ya hemos transitado. Estamos asistiendo al desarrollo de un momento crucial: el derecho a la imposición universal del terror como la legalidad final de su sistema.
La violación de los Derechos Humanos se convierte ahora en obligación de Estado. La ley del más fuerte se impone universalmente, y su fundamento es el Terror preventivo generalizado. Su pretensión absurda y loca –el Terror preventivo– es la de poder pre-ver: ver antes de poder ver, prevenirlo todo antes de que acontezca. El terror es la última ratio sobre la cual fundar la propia Razón como absoluta. Quiere barrer así lo que su razón no puede pensar: ese excedente de realidad que se niega a incluir en su política.
¿Podrán esta razón y este derecho de la fuerza, que tienen a su disposición todos los servicios de inteligencia, prever el cauce defensivo con el cual el mundo va a enfrentarlos? ¿Puede su inteligencia limitada por las premisas mismas de su razón, prever la riqueza que la resistencia de los pueblos puede crear, los usos alternativos de su misma producción tecno-científica pero ejercida, de manera defensiva, a nivel molecular, por quienes lo enfrenten? En una complejidad en red cada vez más ampliada sobre la que se despliega y apoya su dominio sobre miles de millones de habitantes, ¿puede plantearse, como una modalidad eficaz, el control minucioso de cada relación causal que le amenace? La población de EE.UU. quedó en peligro, dentro de sus propias murallas. ¿Cómo controlar todos los poros de su inmensa fortaleza? ¿Ese imprevisible reprimido antes de que aparezca podrá vencer la globalización de la resistencia?
Sin embargo la lección debe ser entendida. Nos lleva a repetir que la política y la economía deben ser pensadas durante la paz misma en términos de guerra, no porque seamos nosotros los violentos, sino para poder comprender que el poder reposa siempre sobre el dominio de la voluntad de los otros y, en definitiva, sobre la ley del más fuerte. El FMI y el Banco Mundial son estrategias “pacíficas” de una misma guerra.
La guerra de EE.UU. podrá inscribirse en el dominio por la fuerza sobre las poblaciones a las que dicen quieren hacer libres. Pero la dominación económico-militar, que necesita del sometimiento de voluntades, no podrá nunca estar segura de lograrlo. Supone necesariamente una rebeldía latente y al acecho de los pueblos contra la miseria y la muerte. La contradicción entre libertad democrática y terror, a la larga o a la corta, es insostenible. Con la invasión a Irak la percepción colectiva de la sociedad mundial ha alcanzado un nivel de evidencia antes oculta para el común de la gente. Esa disyuntiva extrema se ha hecho al fin visible: ha hecho surgir, espontáneo e incontenible, un gigantesco, un inmensomovimiento de opinión pública. ¿Podrá convertirse en un poder que pueda frenar esta locura imperial desatada?
Y por último: ¿a quiénes enfrenta ahora EE.UU.? No sólo a los países del Tercer Mundo esclavizado sino al despertar de la conciencia democrática también en las naciones del primero, aunque las razones sean otras: los enfrentamientos dentro del mismo capitalismo por el dominio de los mercados. EE.UU. ha puesto de relieve las contradicciones internas con sus socios europeos. ¿Qué pasará cuando sean Francia o Alemania los amenazados?