EL MUNDO › OPINION
¿Posmoderna?
Por Juan Gelman
Caen las bombas sobre Irak y uno se pregunta qué clase de civilización es ésta. ¿Realmente posmoderna? Bush hijo anunció que reescribirá la historia del mundo y los que fabrican el pensamiento halcón ya están prescribiendo los nuevos pasos. “Aunque Hussein se vaya, otras tiranías, como las de Irán y Corea del Norte, seguirán amenazando la paz del mundo”, afirma Max Boot, del Consejo de Relaciones Exteriores de Nueva York.
“No requiere mucha imaginación pensar en otros escenarios que podrían demandar una acción militar preventiva, por ejemplo, Pakistán”, aporta Thomas Donelly, del muy pro-Likud Instituto Empresarial Estadounidense. Cabe reconocer que el británico Robert Cooper, gurú de Tony Blair en materia de política exterior, es mucho más claro. “El mundo posmoderno debe acostumbrarse a aplicar dos pesos y dos medidas”, sostiene en un texto recopilado en el volumen Reordering the World: the long-term implications of September 11 que el Foreign Policy Centre de Londres publicó el año pasado. Y no se anda con chiquitas.
“Entre nosotros (el Norte que se considera el único Occidente, desde luego) debemos actuar de acuerdo con las leyes y en el contexto de un sistema de seguridad abierto y cooperativo. Pero cuando se trata de Estados anticuados que están fuera del continente europeo posmoderno, debemos volver a utilizar los métodos más duros de una época anterior: la fuerza, el ataque preventivo, el engaño, todo lo necesario para tratar con quienes siguen inmersos en el mundo de cada Estado para sí, propio del siglo XIX”, declara Mr. Cooper sin ambages. “La manera más lógica para enfrentar el caos (el nuestro, el tercermundista, el de los países que ahora llaman ‘fracasados’, desde luego), y la que se empleó con más frecuencia en el pasado, es la colonización... Se necesita una nueva forma de imperialismo... un imperialismo cuya finalidad, como la de todo imperialismo, es imponer el orden y la organización.” No otra cosa proclamó en el 2000, bastante antes de los atentados del 11/9, el “Proyecto para el nuevo siglo estadounidense” (véase Página/12 del 3/10/02): que “el liderazgo de EE.UU. es bueno tanto para EE.UU. como para el mundo”, que sus fuerzas armadas deben realizar “tareas policiales” en todo el planeta y que esto “exige el liderazgo de EE.UU. más que el de las Naciones Unidas”. Más claro, échele sangre iraquí, mañana qué otra se verá.
¿A dónde fue a parar el viejo humanismo de Occidente? ¿O la deshumanidad se origina en el centro mismo de la civilización occidental, como sospecha George Steiner? ¿El pensamiento deshumano no estuvo presente acaso en el nacimiento mismo de la modernidad? ¿Los teólogos españoles no discutían si los indígenas de las Américas colonizadas y saqueadas tenían alma o no la tenían? ¿Voltaire no aseguró que los negros están más cerca del mono que del ser humano? Y como recuerda Carl Amery, ¿no existió en el siglo XVIII un entomólogo danés llamado Johann Christian Fabricius que “probó” la inferioridad de la raza negra porque uno de sus parásitos, la pulga pediculus nigritarius, era menos desarrollada –según él– que la padecida por la raza blanca, la pediculus humanus? Nótese el racismo de la ilustrada Ilustración: las pulgas del blanco son humanas, las otras no. La globalización posmoderna entraña la vuelta al peor proyecto civilizatorio de Occidente, el que acentúa el genocidio por hambre, el que fomenta el peor individualismo, el del “sálvese quien pueda”, el que empobrece espiritualmente, divide y fragmenta a la humanidad, crea una temperatura inédita en la lucha por la supervivencia acelerando el incremento de la pobreza, la indigencia, la desocupación, y ahora impone nuevamente la guerra, las guerras que vendrán. Esta clase de globalización pretende la gestión del mundo, destruye sin miramientos los recursos naturales y es administrada por gobiernos que convierten a la democracia en un cascarón hueco. El poder que globaliza considera que el planeta es una gran empresa en la que sobran millones de empleados que hay que despedir. Es una ilusión creer que vivimos el después de Auschwitz. Seguimos en Auschwitz.
Para enfrentar el nuevo desorden mundial que la Casa Blanca y sus aliados empujan tal vez no haya otro camino que insistir, es decir, resistir. Las manifestaciones por la paz que tuvieron lugar en todo el mundo, esos millones de seres humanos de diferente nacionalidad, religión, sexo, edad, color de piel, que ocuparon y seguirán ocupando las calles del mundo para decir No a la guerra construyen el comienzo de una defragmentación de la humanidad. La paz se ha convertido en una causa de humanidad por primera vez en la historia. Es un momento de resistencia contra, de resistencia negativa, pero puede preparar la materialización de un núcleo utópico, un motor de futuro. “No valdría la pena mirar un mapamundi en el que no figurase la utopía, porque le faltaría el único país donde la Humanidad se posa a diario”, dijo Oscar Wilde. El siglo que pasó demuestra que ningún régimen, por totalitario que fuere, logró impedir que por sus grietas y resquicios respiraran los pulmones del sueño y el deseo.