Martes, 20 de diciembre de 2011 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO Al final la “Persona del Año” según esa portada anual de la revista Time resultó ser “The Protester”. Algo así como El Protestante, El Protestón, El Protestista, El Protestador. Y Rodríguez –frente al kiosco de revistas, las manos en los bolsillos, la boca en la bufanda, la cabeza en gorro de lana– se alegra de que la representación en singular del colectivo no sea alguien con naricita de payaso o palidez de mimo o mascarita de comic o gorrito étnico à la Manu Chao o cualquiera de esas variantes que, seguro, no asustan tanto y tranquilizan mucho a los poderosos contemplando a las masas airadas y juguetonas desde sus bunkers y penthouses y satélites en órbita, brindando satisfechos y diciéndose que, bueno, si el enemigo se viste de etnoarlequín para atacarlo, entonces... Rodríguez se alegra también de que el elegido del 2011 no haya sido el cuerpo unplugged de Steve Jobs o los cadáveres perforados de Osama o de Khadafi o el bien intencionado Fantasma de Navidades Pasadas de Obama; pero algo le inquieta del ejemplar retrato robot y anónimo de este Protester simbólico y destilado. Hay algo ahí –en ese rostro cubierto, en esos ojos con cejas enarcadas– de amenaza fundamental y fundamentalista fuera de ley. Algo de lobo feroz saliendo a cazar corderos. De tick-tack-tick. De cuenta regresiva para Big Bang-Bang. De sueño seco de magnate húmedo de miedo por lo que puede llegar a pasar el año que viene que, dicen, no necesariamente tiene por qué ser el del fin del mundo, sino el último de algo, de algunos.
DOS Eject, sí. Y parece que está “un poco” indignado. Iñaki Urdangarin. Marido de infanta, yerno de rey, duque de Palma, excelentísimo señor, padre de cuatro pequeños Grandes de España y, hasta hace poco, joyita de la corona: alto, guapo, atleta olímpico del balonmano, apellido y origen vasco (lo que le daba a todo el asunto un toque aperturista, integrador y cool), consorte modélico y, de pronto, degradado y apartado de los actos oficiales por su magno suegro –pero “de común acuerdo”– debido a su comportamiento “no ejemplar”. Urdangarin pidió perdón por los daños y perjuicios; pero se dice inocente y culpa, como suele ser costumbre, a la prensa que lo ejecuta públicamente antes del juicio de rigor. Rodríguez –como buena parte de los españoles– no se pierde ni una sola entrega de este súbito e inesperado culebrón royal. Dramedia en la que, presuntamente, Iñaki y asociado se la pasaba aspirando dinero público y privado –unos 16.000.000 de euros y sumando– mediante un entramado de facturas falsas, actos absurdos y fundaciones apoyadas en el aire de paraísos fiscales. El tema es que el asunto –en tiempos no muy propicios para los plebeyos– ha preocupado a la monarquía que, de golpe, por fin decide revelar el detalle de sus gastos (sin detallar mucho, fuera del desglose quedarán gastos de peluquería y afines) y el destino de esos 8.430.000 euros que sus Gracias, de nada, reciben por obra y gracia del populacho una vez al año. ¿Y cuál es el Caballo de Troya? Fácil: el alguna vez ciudadano de a pie Urdangarin y ahora, también, Protester. A su manera. No hay noticiero que no traiga dato nuevo e inquietante como, por ejemplo, haber usado como pantalla a asociación fantasmagórica para niños discapacitados para exportar billetes a Belice. Lo último –lo que a Rodríguez le causa mucha gracia– es lo de la reunión de los directivos del Museo de Cera de Madrid para deliberar si la efigie de Urdangarin debe ser separada del cerúleo grupo donde se representa a la Familia Real para enviarlo al exilio de la Sala de Deportistas. No está mal. Podría ser peor y acabar junto a Drácula y todos esos con los que se asusta a los niños: “Si no te acabas toda la sopa, chaval, viene Urdangarin y te obliga a hacer negocios con él”.
TRES Así, estos días gélidos y ventosos, en los que –antes de asumir presidencia mayorista y absoluta– Mariano Rajoy comienza a insinuar que, tal vez, no vaya a poder cumplir todo eso que prometió, Rodríguez y sus compatriotas parecen metidos en una palaciega novela de Dumas, pero sin mosqueteros justicieros. Todo es puro Richelieu. Los fuenteovejúnicos de la manía conspirativa reclaman el sacrificio humano del todavía “presunto inocente” Urdangarin. Los maquiavélicos de la psicosis estratégica, en cambio, aseguran que todo esto de dejar caer al yerno no es más que prueba de la astucia de un rey que intuye que comienza a disiparse, para los acostados jóvenes parados, el efecto residual de aquel entre épico y berlanguiano 23-F que lo consagró como adalid de la democracia. Y que conviene lanzar remodelación borbónica. Así, reducir plantel de empleados, devaluar infantas que se casaron mal y –a tono con las penurias de los de abajo– arrojar lastre por la borda. Y evitarle turbulencias a la sequel de Felipe y Letizia para que viven felices y coman perdices. Pero lejos parece haber quedado esa calma modelo Hola donde todo es coser y posar. Y sonreír para la Historia y la historieta.
CUATRO Coincidiendo con este poco cortés episodio cortesano, el jinete y aristócrata puro Don Cayetano Martínez de Irujo y Fitz-James Stuart –hijo de la muy promocionada y recién casada duquesa de Alba y algo así como el equivalente masculino del rol de Margaret Dumont en las películas de los Hermanos Marx– no tuvo mejor idea que protestar. Otro que está un poco indignado. Así, se lo vio en televisión, en una finca, afirmando que le gustaría haber vivido en la Edad Media porque allí todo conflicto judicial se resolvía limpia y rápidamente a golpe de sable y decapitación del contrincante. A continuación, el señorito feudal se mostró despectivo e indignado con lo poco que trabajan los siervos andaluces, justificó todo lo que su pobre familia (“No nos hemos arruinado porque nunca hemos sido ricos”) recibe como ayuda económica desde Bruselas para así poder mantener numerosas propiedades y cultivos y 25.000 hectáreas de campos y palacios, palacetes y fincas y obras de arte. Enseguida, políticos socialistas lo acusaban, con léxico más bien galante y picaresco, de “señoritingo” que nunca “ha dado un palo al agua”. Cayetano, impasible, también dijo: “Soy una persona que ha leído a Carlos Marx”. Y olé. Y a seguir viviendo esa película suya y nada más que suya titulada Una noche en el palacio. Y ópera. Y cada vez más circo. Y cada vez menos pan para mojar en tanta sopa de ganso.
CINCO Frío y gorro y bufanda. Así va Rodríguez, así viene la cosa. Uniforme deformación. Y la apenas cálida protesta de protestar por haberse convertido en alguien que protesta. Un resignado más que un indignado, la verdad. Pero el invierno muy crudo se avecina y queda –vuelta y vuelta–- un tibio consuelo para Rodríguez. Nunca ha estado más cerca –y seguramente nunca lo estará– de ser persona del año.
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