Martes, 28 de agosto de 2012 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
UNO Señas inequívocas de que se acabó lo que se daba (agosto) y empieza lo que se te reclama (septiembre): nuevo aniversario del crash del zombi Lady Di (mientras su hijo Harry monta otra de sus juergas en Las Vegas); vuelve al fútbol (¡¡¡la liga más grande del mundo!!!, pero con menos dinero en fichajes estivales, apenas 65 millones de euros en comparación con los 285 del año pasado) y, claro, regresan los políticos de sus minivacaciones. Bronceados pero con gesto adusto, con la “novedad” del anticipo de elecciones en el País Vasco y Galicia, otra vez a subir la prima de riesgo y la letra pequeña pero brutal del folletín de los 400 euros de ayuda a los desempleados (Rodríguez invita a suavizar todo eso poniendo de música de fondo del segundo track de este site: http://www.musicaonline.org/buscar/musicadecirco/). Y no, juro que no: Rodríguez no quiere ser otro de los muchos que intentan surfear la ola de calor maldiciendo a la clase política. No porque no se lo merezca sino porque el ambiente ya está de por sí lo suficientemente caldeado como para andar encendiendo el ventilador para tirar mierda caliente.
DOS Pero los 28 grados de mínima en noches de la semana pasada –mientras buena parte del país seguía en llamas– no fueron de gran ayuda a la hora de conciliar el sueño con ojos cerrados, aunque sí poderoso aliciente a la hora de extender los fuegos de pesadillas despiertas. En una, a Rodríguez se le aparecía mutación de Rajoy con Zapatero como capo máximo de algo llamado PPSOE: el Partido Popular Socialista Obrero Español. Agrupación que se las arreglaba para hacer comulgar lo peor de ambos mundos: el ingenuo lirismo sin fondo ni fondos del socialista con el “cueste lo que cueste” de impopular alumno aplicado del popular. Uno y otro –recuerda Rodríguez– un día se dieron cuenta de que no les gustaba tomar las medidas que había que tomar. Así, el primero ya fue y el segundo pronto irá. Rumbo a ese lugar donde van a dar los ex presidentes que, en cualquier caso, es mucho más ventajoso y lleno de oportunidades (conferencias caras, cobrar adelanto multimillonario por memorias o languidecer en trabajo simbólico de multinacional privada con sueldo que quita el aliento) que aquel otro donde acaban los ex videojockeys de la MTV. Para comprobarlo, a Rodríguez le alcanza y sobra con estudiar las ocasionales manifestaciones de Felipe González (que a veces le despierta el afecto de una de las primeras canciones de Serrat y a veces la irritación de una de las últimas canciones de Serrat) o de José María Aznar (algo así como el Dr. Evil en las películas de Austin Powers). Y atención: ni uno ni otro, ni otro ni uno sabían o saben hablar inglés cuando se sentaron a marcar los rumbos del reino. El inglés del Rey y del Príncipe, hasta donde les oyó Rodríguez, no es lo que se dice muy soberano a la hora de decir eso de to be or not to be.
TRES Domingos atrás, en El País, Rodríguez sintió el angustiado alivio de descubrir que al escritor Javier Cercas (allí se enteró de que Adolfo Suárez tampoco hablaba inglés en su momento) le preocupaba lo mismo que a él. Allí Rodríguez leyó a Cercas manifestar que “yo estaba muy intrigado con la cara de alegre perplejidad que pone Mariano Rajoy en las reuniones de líderes internacionales y con el hecho de que fuera el único que miraba a cámara –mientras los demás se miraban entre ellos con caras más o menos normales–, hasta que comprendí que pone esa cara porque no se entera de nada de lo que están diciendo (...) ¿Es posible hoy ser un político real en Europa sin saber inglés? ¿Y cómo va a persuadir Rajoy a Merkel de que es un tipo fiable, y no un trilero que intenta dar gato por liebre vendiendo las derrotas como victorias, si no es hablándole cara a cara, sin intermediarios, tomándose un gin tonic o un whisky a solas con ella y, si hace falta, arrastrándola a un tabIao flamenco hasta las tres de la madrugada?” Entonces, Rodríguez se dio cuenta de que había algo todavía peor, mucho más preocupante: buena parte de los políticos españoles no saben español.
CUATRO Es decir, sí lo hablan; pero a cada rato se excusan con un “no hemos sabido comunicar nuestras ideas” o “no he sido claro” o “no utilicé las palabras correctas”. Incluso el locuaz Rubalcaba (algo así como ese profesor cool que todos quisieron en las aulas de la adolescencia pero cuyos retruécanos y eslóganes ya producen algo de desconfianza y vergüenza a esta altura de la carrera de la vida) a cada rato avisa que están reunidos en el PSOE para ver cómo hacen para que la gente les entienda algo. A Rodríguez los especímenes del mismo idioma al otro lado del océano tampoco le inspiran demasiada confianza, en esos congresos de mesas grandes y coloridas a las que sólo les falta un trencito eléctrico dando vueltas, con esos trajes mitad típicos y mitad súperhéroes de la división latinfolk de la Marvel. Y arrecian las encuestas sobre la clase política donde hasta un 97 por ciento de los consultados exige poco menos que la fabricación en serie de guillotinas y al bativillano Bane como regidor de una Fuenteovejuna Gótica. Y las conclusiones –así como la materia de numerosos editoriales periodísticos– acaban siendo siempre las mismas: los políticos no funcionan, pero no hay nada mejor con que reemplazarlos. Y allí se advierte acerca de la peligrosa facilidad de culpar de todo a toda la clase política; porque en semejante caldero se cuece la poción más trágica que mágica en la que caen y se nutren intereses secretos y poderes fácticos muy interesados en que la sociedad se muestre desencantada con la democracia y deje todo en mano de manos negras. Y, sí, de un tiempo a esta parte, Rodríguez comienza a detectar síntomas inquietantes, como el retorno de la delación institucionalizada (recortó este artículo de http://elpais.com/elpais/2012/08/15/opinion/1345050722_030619.html); la fascinación romántica y fácil por la figura del robinhoodesco Sánchez Gordillo, quien en cualquier momento puede perder el control de su incipiente propio mito (http://www.ondacero.es/noticias/theguardiancomparaaccionessanchezgordilloghandi_2012082200174.html), y hasta un par de episodios cuasi almodovarianos (http://www.diarioinformacion.com/elda/2012/08/21/policiasorprendevecinodestruyendosimbolosfranquistasiglesia/1286469.html y http://cultura.elpais.com/cultura/2012/08/23/actualidad/1345709139_149007.html) que, bajo la “gracia” de la anécdota, apenas esconden la voluntad de poder y hacer lo que a uno se le da la gana porque, después de todo, los políticos no parecen con muchas ganas de hacer algo. Y, si tienen ganas, la verdad que no se nota. O peor: no son capaces de comunicarlas más que con un ya clásico “no me gusta hacer lo que dije que no iba a hacer, pero voy a hacerlo lo mismo”, olvidando que la gente los vota por aquello que dijeron que iban a hacer. Y el calor que no baja, otra vez a parlotear sobre el Real Madrid versus Barça y, de nuevo, esa frase verdadera o falsa pero auténticamente atribuida a alguien que –con la autoritaria autoridad de la experta experiencia y la más que siniestra destreza, hasta el final de su vida– recomendaba: “Haga como yo, no se meta en política”.
Ese alguien se llamaba Francisco Franco.
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