CONTRATAPA
La mejor clase
› Por Luis Bruschtein
No sé quién inventó alguna vez que para ser un gran hombre hay que desayunar con bronce todos los días. Uno ve la foto del gran hombre y se quiere parecer a la foto. Pero la fotografía solamente reproduce una imagen. Y parecerse a la fotografía de un gran hombre no es lo mismo que serlo. Los grandes hombres no se proponen ser grandes hombres. Eso hacen los grandes chantas. Lo digo por alguien que fue lo opuesto a esa frivolidad, y pienso en Alfredo Bravo, todavía con el dolor de su muerte reciente.
Alfredo fue un gran hombre, o una gran persona o un gran ser humano, como se quiera. Y no desayunaba con bronce, más bien se mataba de risa de los que lo hacían. Nunca lo escuché mandarse la parte con sus luchas o con sus sufrimientos, con las cárceles y las torturas que había padecido. Sí lo escuché mandarse la parte por la forma que bailaba el tango y por los éxitos de River o por alguna anécdota graciosa, sencilla, de la colimba.
Durante los últimos 30 años fue como una bofetada a esa cultura bovina y superficial de lo que supuestamente tiene que ser o aparentar una gran persona o un gran hombre, que tiene que andar duro como estaca, con un gesto de estar oliendo bosta y citando a los filósofos alemanes o franceses. Si hubo algún transgresor en esos 30 años en el mundo de la política, ése fue Alfredo Bravo. Estoy seguro de que le encantaría que le dijeran eso porque hasta el último día conservó ese placer juvenil por la rebeldía, la bohemia de los barrios, de los bailes, el fútbol, la belleza femenina, los asados y los amigos. Y buscaba esa complicidad de rebelión compartida con los jóvenes, que a veces no entendían bien las anécdotas de la colimba o se inquietaban porque el profesor contaba un chiste y los sacaba de onda a ellos también. Pero al mismo tiempo detectaban, aunque hubiera 50 o 60 años de diferencia, la mano tendida, un punto de contacto, de calidez y de respeto hacia ellos.
Y también fue una suerte para los socialistas haberlo tenido. Sobre todo para los socialistas democráticos después de las décadas que los condujo Américo Ghioldi, un gorila elitista, amigo de militares golpistas y de Alvaro Alsogaray, que había llevado a esa rama del socialismo a parecer un partido de la derecha liberal. Los años de lucha de Alfredo Bravo como dirigente gremial de los maestros, su actitud amplia y combativa frente a la dictadura, su consecuencia en la defensa de los derechos humanos y su honestidad a toda prueba cambiaron la imagen del socialismo, pese a que durante mucho tiempo sólo representó a la minoría. Gracias a él muchos jóvenes volvieron al socialismo.
A veces decía en broma que era gorila, pero tenía una sensibilidad popular que los gorilas no tienen. Y en estos últimos años se han visto más gorilas en el peronismo que fuera de él. Para un peronista, era duro pero estimulante polemizar con Alfredo Bravo. Era laicista y sarmientista de hueso colorado, de los que se saben vida y obra del sanjuanino, no hacía concesiones y discutía con fervor, pero respetaba a los luchadores y a la gente de pueblo y cuando discutía con un peronista no lo ponía en el lugar del enemigo, como hacen los gorilas, sino en el de alguien que piensa distinto.
No sólo para un peronista, a cualquiera se le hacía difícil discutir con él porque era sanguíneo y cascarrabias, un apasionado de la política y de las ideas y se ponía como un toro, inclinaba la cabeza y sonreía como el bufido previo a la embestida. La sonrisa era de porteño sobrador, pero embestía con la nobleza del toro.
Se podía estar de acuerdo o no con él pero no se podía no creerle. Se puede ser comunista, radical o peronista y nadie podrá decir que no jugó bien sus ideas, que no fue ético y coherente con su pensamiento. Y fueron más las veces que perdió que las que ganó. Y perdió feo, con persecución, cárceles y tortura o a veces simplemente fue minoría. Pero también durante muchos años fue dirigente gremial, secretario de Estado y diputado y nuncaexhibió una casa despampanante en la revista Caras. Lo que mostraba con orgullo era su colección de discos de tango.
Por todas estas razones fue un gran ser humano. No porque se lo propusiera, que es de chantas, sino por la forma en la que encaró su vida. Fue a contrapelo de todas las máximas menemistas y hoy se lo exalta por esas mismas cosas por las que en ese tiempo se lo subestimó. Alfredo Bravo fue un maestro, un docente. Y no es exagerado afirmar que la mejor clase que dio, fue la de su vida.