› Por Eduardo “Tato” Pavlovsky
Iba caminando ligero muy ligero con mucha gente que me rodeaba no eran los hinchas de independiente quienes me llevaban era la manada roja nosotros no podríamos individualizar aquí voy yo con la manada éramos llevados por la velocidad no por la velocidad de nuestras piernas de nuestros pies éramos llevados por la singular velocidad de la manada como cuando uno ve una manada de lobos o perros lo que prima es la velocidad lo que prima es el proceso de pérdida de individuación la manada roja me empujaba mejor dicho todos éramos empujados por la velocidad esto explica la sensación de que la manada roja era veloz rápida insensata agresiva con una sola ambición somos manada para ganar no se permite empatar ni perder la manada roja es feroz pero está acobardada refugiada no sabe para dónde ir la velocidad es tan intensa que yo no solamente no siento mis pies que me parecen que van en el aire empujado por la manada sino por la ferocidad que incluye ganar de cualquier manera a eso íbamos la manada gana o se mata, hasta la victoria siempre, ganamos mucho muchísimo nos regalaron muchas cosas los diablos rojos pero todos tenemos un sabor agridulce de la sensación de impotencia que nos produce el tener que humillarnos al nivel en que lo estamos haciendo.
Yo creo que lo invalorable e inexplicable es que la manada roja estaba con un sentimiento de humillación se es manada para ganar o morir tampoco se puede hacer manada todos los días, pero yo iba allí con ellos todos juntos, me pareció que yo ocupaba un cierto lugar en ese ritmo vertiginoso cuya protagonicidad es solamente el cuerpo en movimiento, estaba un poco ladeado a la izquierda, lo maravilloso y poético de la manada es que uno nunca sabe el destino, cuando se es manada se es presente se es velocidad, se es cuerpo. Siempre cuerpo en movimiento, cuerpo en velocidad yo no sabía en qué lugar estaba o qué posición ocupaba, solo sabía ser parte de un movimiento que superaba mi comprensión, los hinchas de independiente iban por las veredas de los lugares que atravesábamos y nos miraban pasar como la fuerza bruta que solamente se mira con cuidado porque es capaz de arrasar y comerse a los hinchas a gente buena a los negros blancos como dice Mike Tyson cuando se refería a Hollyfield.
Voces de todas las épocas surgidas de allí como un gran megáfono que transmitía los triunfos de nuestros años de gloria, eran sonidos ganadores, victoriosos hambrientos y en ese momento yo sentí que formaba parte de esa historia de esa tradición. Los goles de Erico sus 120 goles del 38 - 39 - 40 eran también goles míos, a esa velocidad en que era llevado no se podía uno apropiar de cosas únicas todo es todos la manada no tuvo infancia.
Me encontré de golpe llevado por la fuerza pero con inmenso placer de ser llevado hacia algún lugar, la manada con su velocidad iba dejando lugares vacíos yo como siempre anómalo hombre de bordes para poder escapar en cualquier momento pero me di cuenta que no era fácil escapar ni ver, digo mirar rostros, digo mirar ropa, mirar zapatos, la manada no tiene ropa, la ropa de la manada es su velocidad.
Escuché una voz dentro de esa crujiente y hambrienta velocidad que no tiene límites, una voz que decía ¡Rompela, pibe, hoy la rompés! Pero era una voz que no tenía destino parecía que surgía de las cavernas que gritaba de lo carnívoro de lo brutal de lo anónimo, no había sujeto, la manada no tiene sujeto, subimos en avalancha hacia la tribuna en la avalancha tampoco hay velocidades identidades ropa hay solo hambre, hambre de triunfo los hinchas de Independiente siempre a un costado sacaban sus banderines y nos saludaban pero temían la ferocidad de nuestros gestos, la manada ignora el enemigo o el amigo, se es o no se es manada.
De improviso me di cuenta de que estábamos acercándonos a algún lugar lugar de límites lugar nombrable volví a escuchar ¡Rompela, pibe, por tu abuelo hoy la rompés! Esto me pareció más directo, como si una voz de las cavernas surgiera hacia lo anónimo hacia lo anómalo había voz de destino me encontré de golpe en algo que en otro momento más feliz hubiera sido una posible identidad pero la velocidad de los gritos la carnívora ferocidad con que llegábamos nos impedía mejores diagnósticos la manada sube empuja destroza traga asesina y eso la define.
Por ahí me encontré mirando mis piernas recuperando mis piernas que parecían perdidas en la velocidad de los miles de cuerpos indescifrables de la manada, no quiero llantos ni tristezas gritaba una voz intraducible, la manada no sabe llorar nunca supo tampoco lloró cuando Bernao en el ’64 metió un golazo que se lo anularon en el Bernabeu en la final contra el inter –recuerdo haber quedado paralizado de impotencia de rabia, había sido gol y gol de campeonato–. Pero todo se convirtió en la voz anónima del referí cuando algunos jugadores rojos clamaban por la justicia del gol de Bernao la voz del referí se escuchaba a lo lejos –¡siga siga siga!– para interrumpir la faena del gol anulado. No hubo llantos hubo solo lágrimas de alguno de los muchachos cuando se dieron cuenta que el gol anulado a Bernao estaba escrito de antemano, era el triunfo de Europa sobre América, el loco era demasiado rápido para dejarlo suelto la anulación del gol era la anulación de la velocidad indomable de Bernao.
Entramos a la cancha fue impresionante me vi las piernas descubrí que las tenía y recibí al entrar a la cancha la sorpresiva melodía de ser rojo todavía, estaban todos Orsi - Ravasquino - Seoane - Capote de la Mata - el indefinible, el intocable - ¡PIBE! Dijo Erico, el primer centro de Maril no te muevas yo voy a hacer el gol de taquito, el de todos los domingos y después escuchá lo que te digo –palabras de un sueño, era un sueño estar al lado de Erico hablándome de goles, quien era yo a quien le hablaba Erico– ¡te la voy a dar en bandeja pibe el segundo centro de Maril va a ser muy alto pero yo voy a estirar mi cuerpo para entregarte la pelota en bandeja pero ojo pibe mirá que la bandeja va a estar no hay metáfora. Solamente retirá la pelota de la bandeja y sin mirar pateá derecho como tu abuelo que corrió 35 metros en esta cancha para hacerle un gol a River –vi la pelota y vi la bandeja y como en cámara lenta se depositaron entre mis pies– retiré la bandeja y retiré la pelota, sé que alguien me retiró la bandeja como si estuviera preparado como si la bandeja fuera parte de la manada de velocidad distinta PATEA PIBE escuché la voz de Erico cerca mío no mires pateá fuerte y derecho así lo hice la epopeya fue única, 30000 personas aclamaban mi gol. Salí corriendo y mucha gente de Independiente de otra época, de todas las épocas corrió para saludarme, Bernao Ceconato Lacacia Grillo y Cruz, no escuchaba voces individuales sino coro de voces coro de manada inindividualizables no me dejaban salir del tumulto tal era la ferocidad que se había despertado y tuve miedo pero Fernando Bello me saco del tumulto y me dijo: pibe metiste un golazo y no te vas a olvidar en tu vida como no se lo olvidó Capote cuando recorrió tantos tantísimos metros para hacer el gol maradónico, eran muchas las caras muchos los ruidos ¡La vuelta pibe encabezá la vuelta que bien te la merecés por vos y por Capote! y ahí me encontré dando la vuelta, creo que es la vuelta olímpica pero no éramos manada éramos equipo un equipo de todos los tiempos –cuando pasé dando la vuelta me pareció ver a papá solo me pareció verlo ahí en la tribuna que me miraba sonriendo como asunto concluido– ¡honraste al apellido hijo honraste al fútbol al fútbol endemoniado travieso hijo de puta tramposo pero también bello y creador de miles de figuras estéticas! ¿algo más feroz y algo más bello acaso que aquel gol de De la Mata en el ’37, pero dónde estaba? Caras de otras épocas de otros lugares de otras ferocidades y yo liderando al grupo como si ya formara parte de una historia legendaria la manada roja había escrito un capítulo de su historia –no vi a los hinchas de Independiente creo que estaban en las plateas y palcos veía solo a los integrantes de la manada un hincha de River gritó ¡Bien pibe vas al seleccionado lo merecés! y yo aplaudo al fútbol argentino que vos construís y nos mostraste hoy, el de la gambeta bella armónica lasciva hipócrita y fiel al mismo tiempo me di cuenta que ya era parte de la historia roja– después escuché el silbato del referí y formamos la manada para descender ¡Dale rojo Dale rojo! solo se escuchaba –qué más quería qué más hubiera deseado que honrar a mi abuelo como ese día– íbamos por la calle pero la manada había perdido la dignidad de la ferocidad estaba satisfecha había comido y solo buscaba más comida, entramos a varios bares rompimos mesas vimos aterrados algunos hinchas de River que corrían desesperados ¡Cuidado que se viene la manada escapemos a tiempo que te morfan sin anestesia! Escuchamos otro gol, otra vez era rojo un frentazo de Zorrilla de 30 metros yo le pregunté a Lacacia pero cuándo termina el partido y él me dijo riendo ¡No termina nunca pibe esto recién empieza y gracias por recuperar la alegría gracias De la Mata! sé que alguien me beso en la boca la manada empezó a crujir y otra vez sentí que me llevaría por toda la ciudad la ciudad teñida de rojo carnívora insaciable y yo pregunté ¿con quién jugamos la primera fecha? ¡La manada no tiene fecha pibe! –dijo Coleta el compañero de Lecea–. ¡No tenemos fecha nunca nos llaman solo para combatir! y yo seguí caminando con ellos como hincha de Independiente pero había quedado con hambre, otra vez será me dije y me puse a llorar desconsoladamente ya era hincha furioso ahí está el nieto de Capote De la Mata, eran grupos de a diez que me aplaudían cuando volvía, me acordé del abuelo y qué lindo sería que estuviera allí y tal vez estaba en algún rincón escondido tímido como siempre.
Cuando llegué a casa mamá y papá estaban en la puerta llorando llorando por mi hazaña, llorando por el recuerdo de tanta historia de los rojos y yo los abracé y lloré junto a ellos yo ya era parte de la historia.
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