Martes, 15 de septiembre de 2015 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
UNO Dos titulares en el blog de El País, alcanzan y sobran para ponerlo a Rodríguez de lo más apocalíptico: a) “La humanidad ya ha destruido la mitad de todos los árboles del planeta” (y la noticia precisa que, de seguir así, en trescientos años no quedará tronco que talar y hoja que voltear) y b) “Cómo convertir un avión de papel en un dron por 45 euros (para a continuación explicar que un dispositivo acoplable permite manejar “los avioncitos” con un smarthpone para hacerlos volar hasta 50 metros de distancia; un link en la noticia lleva a la información de que los autos pronto serán completamente hackeables y cyberatacables tanto por bromistas pesados como por pesados terroristas). Y a Rodríguez le parece que en esas dos “novedades” –una cuantificando lo inmemorial cada vez menos abundante y otra potenciando las ya demasiadas aplicaciones de un teléfono– están las raíces y las hélices del fin del mundo. Es decir, por un lado, la destrucción ancestral y por otro la destrucción tecno-artesanal. Y, ah, dentro de un rato, todos esos drones de papel borrachos en las copas rotas de árboles en llamas.
DOS Y, sí, tiempos apocalípticos. ¿Pero hubo alguno que no lo haya sido? Porque al “Hágase la luz”, casi enseguida, sigue la expulsión del Paraíso: Y a partir de entonces (y con variaciones sobre una misma aria en todas las religiones) lo que acontece es un constante acabóse. Hasta llegar al aquí y ahora donde sabemos que ya hay estudios (cortesía de la Office of National Statistics británica) que determinan que el dinero SI hace a la felicidad y que Dinamarca (donde alguna vez todo olió a podrido) es hoy el país más feliz del mundo y sin ganas de refugiar a infelicidades extranjeras. Pero la felicidad es un sentimiento raro que suele buscar santuario en canciones (siempre y cuando no sean de Roger Waters) y en poco confiables discursos de políticos que nos la señalan como a la vuelta de la esquina siempre y cuando, previamente, giremos en dirección a ellos. El resto del paisaje –para Rodríguez– es ahora oscuro y ominoso y por todos lados señales del cataclismo en cámara lenta, algo mitad romano y mitad pompeyano.
A saber: durante el verano que se acaba, murió más gente de lo que acostumbra en el agua (ahogados en ríos y mares y piscinas), en accidentes con asta de toro (durante esos festejos donde a algunos se les ocurre salir a correr delante de animales más grandes que ellos) y en accidentes de motos y de autos todavía no hackeables (pero donde alguien siempre intenta conducir mientras se saca un selfie). Y (para los que lo ven todo en clave futbolística) mejor no hablar de las grietas entre cracks catalanes y madrileños en la alguna vez imbatible La Roja. O de lo que ya se advierte como el inflamado amanecer de una nueva e inflada burbuja inmobiliaria en España. O de los millones de euros en inversiones que salen corriendo de Cataluña hasta que se aclare qué va a pasar con eso de convertirse en uno de esos países europeos à la Tintín; que se ven y oyen muy pintorescos pero que, cuando los buscas en el mapa, no aparecen por ninguna parte. O de cruzarte con una reportera húngara zancadillante. O de los brotes zombi-psicóticos producidos por la obligación social de tener que seguir demasiadas series de TV al mismo tiempo. Ah, tantas maneras de derrumbarse, de dejarse llevar a ninguna parte. En agosto, también, Rodríguez se puso retro con esa aplicación conmemorativa del pack Hiroshima-Nagasaki (http://nuclearsecrecy.com/nukemap/) que permite comprobar cuáles serían los efectos si algún descendiente de Fat Man y Thin Man te cae cerca. Muy divertido e ilustrativo. Y, cuando menos lo esperas, ya se te fue toda la mañana jugando a ser aprendiz de maestro de Juicio Final hasta casi perder el juicio.
TRES En cualquier caso, lo de un The End atómico resulta hoy tan vintage (es decir: antiguo pero a la moda; porque por ahí anda ese miedo a pequeños maletines radiactivos activados por la grandeza de Allah o los posibles exabruptos de Putin & Kim Jong-un) comparado al abanico de actuales posibilidades para un mismo fin. No hay día en que Rodríguez no escuche o lea las opiniones de algún especialista en el Big Crack advirtiendo de cambios climáticos (y el avistamiento, por primera vez, de un oso polar comiéndose a un delfín), de calores y de crecidas, de temporadas de terremotos mientras jóvenes se distraen con todas esas novela (Los juegos del hambre, El corredor del laberinto) proponiendo distopías no-future donde los adultos son malos y llevan peinados muy raros.
Lo más interesante para Rodríguez fue la encuesta realizada por el “fact-tank” norteamericano Pew Research Center en sobre cuáles son los más grandes y sólidos miedos de la humanidad por el end of the world news. El estudio se llevó a cabo en 40 países entre marzo y mayo de este año recabando respuestas de más de 45.000 personas. La mecánica fue la de que se clasificaran algunos de “los problemas más grandes de nuestro tiempo” en función de si los participantes se sentían “muy preocupados, algo preocupados, no demasiado preocupados o nada preocupados”. Y las conclusiones fueron interesantes: al sur del mapa tal como lo miramos, las angustias pasan por las faltas de respeto a la ecología de la “Mama Earth”, como cantan esos cantautores con voz de mendigo con dinero; mientras que al norte, el horror/el horror pasa por los calurosos escalofríos que provoca ISIS. Irán y Rusia y China son preocupaciones exclusivas de países que limitan con Irán y Rusia y China y donde se expande la preocupación por la inestabilidad económica. Curiosamente, dentro del menú no figuraba una de las posibilidades futuras más mencionadas en el presente: que las máquinas se vuelvan locas (o cuerdas) y decidan que sus amos y creadores son un verdadero peligro para la supervivencia de la vida en el planeta o que razonen que la cura para el cáncer pasará por la eliminación de aquellos propensos genéticamente a contraerlo. De eso sí, siguió Rodríguez, se ocupa el Future of Humanity Institute en Oxford proponiendo otros hipotéticos cambio y fuera: nanotecnología, inteligencia artificial, asteroides, supervolcanes, pandemias, malas decisiones gubernamentales y un rubro donde va a dar todo el resto denominado “riesgos inciertos”.
Y Rodríguez YouTubeó el clip de la CNN a ser emitido durante el fin del mundo ( https://www.youtube.com/watch?v=p1HQ7bJN8) sonando un poco a Titanic en vertical descendente. Allí, orquesta ejecutando “Nearer My God to Thee” para los ejecutados. Rodríguez lo vio mientras en los canales de televisión se sucedían imágenes de gente tomada de las manos. Diada y comienzo de campaña por las elecciones catalanas del 27-S. Le gustó mucho una imagen de electores danzando contra el crepúsculo y se preguntó de qué partido sería para ver si votaba ahí; porque lo cierto es que Rodríguez ya no tiene motivos para votar por nadie. Pero no. Era una película apocalíptica. Aunque sin efectos especiales. Nada de Irwin Allen & Roland Emmercih. No. Film europeo y viejomundista y medieval. Allí, al final, todos apestados y apestosos, era el fin del mundo tal como lo conocemos. Y todos se sentían bien.
¿Cómo era que se llamaba esa película que ya vio tantas veces?
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