Martes, 13 de octubre de 2015 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO Enfrascado –mientras tantos siguen chupando de ese frasco– en el asunto de las pasadas elecciones catalanas como adelanto de las futuras elecciones generales, Rodríguez ya ha perdido toda capacidad de reconocer y diferenciar a lo malo de lo bueno. Todo es medio. Todo es más o menos, ni sí ni no, buenal o malueno o vacilleno. La todavía indigesta gesta (siguen buscando “fórmulas” que conformen a una ensortijada alianza descubriendo, luego de un apasionado noviazgo en campaña, que no es tan sencilla la matrimonial convivencia) ha sumido a Rodríguez en una suerte de limbo de desconfiado cansancio donde, dudando de todo y de todos, se busca el refugio de lugares comunes y placeres eternos. Pero ni siquiera así. “¿Debo arriesgar mis recuerdos inmaculados y leer la nueva aventura del Corto Maltés escrita y dibujada por unos españoles que no son Hugo Pratt del mismo modo en que me arriesgué a leer y finalmente disfrutar de esa continuación de El largo adiós de Chandler a cargo de Banville & Black?”, se pregunta Rodríguez pensando, a la vez, que este tipo de duda es mucho más saludable que la duda de no saber por quién votar el 20 de diciembre. ¿Habrá elegido Rajoy una fecha última tan navideña para así invocar el espíritu de Dickens, en cuyas novelas –salvo en la turbia y turbulenta Great Expectations– estaba tan claro quién era el bueno y quién era el malo?
Grandes desesperanzas, sí, solloza Rodríguez.
DOS Y, como Scrooge, Rodríguez se proyecta al pasado, cuando era un niño y todo era bonito o feo. Cuando todo parecía tanto más claro y contrastado y negro-blanco. Ahora todo es gris y neblinoso y Rodríguez se entera de la aparición de un libro donde se revela que Steve Jobs prohibía smartphones y tablets en la mesa de su casa porque atentaban contra la comunicación y conversación de los miembros de su familia. En esa estela de contradicciones e incertidumbres y cosas que no son como nos las contaron, Rodríguez ha abierto otra de sus carpetas donde apunta desmitificaciones varias al menos por el tiempo en que vuelvan a ser contradichas. A saber: el alcohol no te mantiene caliente sino que produce esa sensación pero en realidad baja la temperatura corporal, la vitamina C no previene los resfríos ni la leche produce mocos, crujir los dedos no produce artritis ni se demora siete años en digerir un chicle, los murciélagos no son ciegos y las moscas no viven apenas veinticuatro horas (pueden alcanzar las tres semanas de zumbar) y los delfines no son tan o más inteligentes que los humanos, si todos los chinos saltan al mismo tiempo no se alteraría ni remotamente el eje de rotación de la Tierra, las grasas saturadas no son tan malas, Einstein no fue malo en matemáticas, no hay un lado oscuro de la luna y la Muralla China no se ve desde ahí arriba, los huevos no son mejores o peores por el color de su yema o cáscara y “han sido injustamente acusados de muchos males”, no es una pérdida de tiempo ver episodios de serie repetidos (“porque demandan menos esfuerzo y nos reafirman en nuestro conocimiento y nos ayudan a enfrentar mejor al futuro sin por eso privarnos de disfrutar de la nostalgia”, diagnostican “psicólogos expertos”), beber ocho vasos de agua al día no hace bien (pero puede hacer mal) y no es tan cierto eso de que una copa de vino al día es la fuente de la vida eterna, dejar el alcohol por un mes mejora tu vida sexual (pero, a muchos, inhibe el deseo sexual: ¡Catch-22!), el exceso de antioxidantes para una mejor vejez puede perjudicarte la juventud, los libros best-sellers no son los más leídos (hace años, periodistas de The New Republic fueron a varias librerías y metieron cupones intercambiables por cinco dólares entre las últimas páginas de títulos súper ventas y ninguno de esos vales fue canjeado por billetes y ya está aquí la versión décimo aniversario de Crepúsculo, en el que se invierten los roles y el vampiro es la chica), los simpáticos comen más que los antipáticos, parece que ahora queda bien que los políticos bailen en público (porque los “acerca” o, simplemente, la gente disfruta viéndolos hacer el ridículo), y todos siguen sin tener la menor idea de cuáles son en verdad las propiedades de la marihuana excepción hecha de darte risa y hambre.
TRES Chistes maso-maluenos que a Rodríguez le cuentan o que lee por ahí: “Los españoles y los catalanes están de acuerdo en algo: los vascos son más simpáticos”, “Mi bebé tiene la doble nacionalidad de español y antiespañol: queremos lo mejor para él”, “El independentismo catalán es un hombre de 30 años que se va de la casa de sus padres pero vuelve a comer cada domingo, aprovecha para traer la ropa de toda la semana, recoger limpia y planchada la de la semana anterior, y se lleva seis tuppers de los ricos guisos de mamá”. Rodríguez los escucha y se pone a llorar de la risa o a reír de las lágrimas.
CUATRO Y acaso lo más perturbador de todo. Falta menos para que ya no se sepa qué te gusta y que no. Pero el tan anunciado –y tan reclamado– botón de Facebook con el pulgar hacia abajo no servirá para eso. El dueño del circo, Marck Zuckerberg, ya ha advertido que nada le interesa menos que el que Facebook se convierta en un vergel de negatividad y, por lo tanto, el dislike se clickeará no para desaprobar algo/alguien sino para mostrar apoyo en situaciones y momentos negativos. Algo así como constructivismo por oposición y todos felices. Ejemplo: si alguien cuenta que ha perdido a un ser querido o su trabajo, costaba otorgarle un “me gusta”. Pronto ya no habrá problema con el “no me gusta” aplicable a Volkswagen, a Air France, a tal vez pronto a Zara. Un no me gusta ambiguo y medium que guste y les quede bien a todas las partes. “Es sorprendentemente complicado esto de mantener algo sencillo”, se despidió Zuckerberg y, con esa carita de inteligente/bobo que tiene, se fue a reflexionar acerca de unas encuestas que determinaron que las palabras simpáticas gustan más que las antipáticas. Ejemplo: Vocablos como muerte o violencia tienden a puntuar bajo, mientras que besos, vacaciones o felicidad salen mucho mejor paradas. El valor medio y neutral y maso se correspondería a palabras como entonces, el, pero. “Pero entonces el...
CINCO ... asunto ese de ver el vaso medio lleno o medio vacío...”, se inquieta Rodríguez. Y la cosa es así: según una profesora de psicología de la New York University, lo bueno es pensar lo malo. No hay nada más positivo que el pensamiento negativo o algo llamado “mental constrasting” (más información aquí: http://www.psych.nyu.edu/oettingen/ o en el best-seller que allí se menciona y que vaya a saber cuántos de verdad han leído). Ver la mitad del vaso vacío moviliza y empuja a llenarlo, verlo medio lleno es conformarte con ser mediocre e iluso y puro like. De acuerdo, no hay nada malo con fantasear siempre y cuando no te lo creas. Una de las formas más clásicas y padecibles del fenómeno –apunta la responsable del estudio– es el optimismo de los discursos inaugurales de un político ganador y lo que han conseguido a la hora del mensajito de despedida y del están despedidos.
Lo que lleva a Rodríguez a mejor optar por beber directamente de la botella, tragando y sin respirar y con los ojos cerrados, como medio nadando o medio ahogándose, tan lleno de vacío.
Glug Glug Ugh.
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