Lunes, 8 de agosto de 2016 | Hoy
Por Mempo Giardinelli
El título de la estupenda novela de Elsa Osorio –épica literaria de una persona que va descubriendo la verdad como paso necesario a su liberación– es pertinente porque hace veinte años Carlos Menem estaba en el apogeo de su furor neoliberal y a la ciudadanía le costó muchísimo dolor darse cuenta e iniciar la recuperación.
El riojano expresidente, en 1996, acababa de ganar las elecciones para un segundo período electoral con exactamente el 49.6 por ciento de los votos, y la soberbia era uno de los signos más notorios de su gobierno, signado por la venta vil del patrimonio nacional y el endeudamiento externo como negocio canalla de funcionarios y negociadores corruptos.
Las clases adineradas, el empresariado cipayo y la eterna ceguera de las clases medias porteñas se creían el cuento del Primer Mundo, cuya máxima expresión era que no se necesitaba visa para entrar a los Estados Unidos. La Antinación mantenía “relaciones carnales” con los gobiernos de Bush y Clinton, y encima éramos la parte más idiota del belicismo imperial previo a las actuales guerras narco y antimusulmana.
A partir de la aprobación de la Ley de Reforma del Estado, Menem y su banda se dedicaron a liquidar el rol del Estado. Disolverlo, diluirlo, hacerlo una nada idiota al servicio de los negocios. Para ello se desreguló la economía dejando que “el mercado” y los banqueros impusieran las reglas. Se estableció libertad de precios, se aumentaron el IVA y Ganancias y en 1989 se desató una hiperinflación como la que aniquilara al gobierno de Raúl Alfonsín. Entonces el ministro de economía Antonio Erman González dispuso el primer “corralito” mediante el Plan Bonex, que confiscó todos los depósitos a plazo fijo y los cambió por bonos a largo plazo en dólares. Una década después, en 2001 y con Fernando de la Rúa mirando tele en la Rosada, el ministro multiservicios Domingo Cavallo lo repitió a lo grande, confiscando todas las cuentas bancarias mientras fugaban del país por lo menos 26.000 millones de dólares, muchos de los cuales han de estar ahora en Panamá y otras cuevas dinerarias.
La estabilidad económica sin inflación que el menemismo logró fue sólo aparente. Porque mientras la industria nacional era sepultada y las basuras de importación entraban por aduanas liberadas, se duplicaban el desempleo y el empobrecimiento de la población. Y la deuda externa aumentó de los 45.000 millones de dólares de 1989 a 145.000 millones en el año 2000.
Para todo eso, Menem también se inventó una Corte Suprema a medida. Con nueve miembros alcanzó lo que se llamó “mayoría automática”, y ahí empezó a perfeccionarse la mafia judicial, servilletas y acomodos mediantes.
En esos años se produjeron los dos gravísimos ataques terroristas que sufrió la Argentina: en 1992 un bombazo destruyó la embajada de Israel (murieron 29 personas) y en julio de 1994 otra bomba voló el edificio de la AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina) donde hubo 85 muertos. Entonces empezó el trágico sainete que involucra incluso a la colectividad judía, desguazada por sus propios dirigentes y su afinidad con el macrismo y la ultraderecha israelí.
Alfonsín y Menem negociaron el Pacto de Olivos para la reforma constitucional de 1994, que permitió la reelección presidencial a cambio de un tercer senador por minoría y crear la Jefatura de Gabinete. Tras el triunfo electoral de 1995 Menem privatizó y/o liquidó la telefónica estatal Entel y Aerolíneas Argentinas, la red caminera nacional, los canales de televisión excepto ATC (hoy Canal 7), Gas del Estado, YPF y todos los ferrocarriles nacionales. También la electricidad, los puertos, los aeropuertos, la fábrica de aviones de Córdoba, los grandes astilleros y fábricas navales, el Banco Hipotecario Nacional y el Banco Nacional de Desarrollo, la Caja Nacional de Ahorro y Seguro, la Empresa Líneas Marítimas Argentinas (ELMA), los Altos Hornos Zapla, las fábricas militares estratégicas, la Hidroeléctrica Norpatagónica Hidronor, el Instituto Nacional de Reaseguros, la Junta Nacional de Carnes, la de Granos, las grandes petroquímicas estatales, Obras Sanitarias de la Nación (OSN), las minas de Hierro de Sierra Grande y tanto más que la sola enumeración duele.
Ningún país del mundo hizo semejante barbaridad. Ni lo hubiera soportado. Menem lo hizo. Y todo indica que Macri y su banda van por ese mismo camino.
De un saque redujeron notablemente el poder de compra del salario y dejaron sin trabajo a por lo menos 150 mil argentinos en ocho meses, terminaron con las retenciones agrícolas, eliminaron subsidios al boleo y dispusieron un tarifazo que asombra al mundo entero mientras la prometida “Pobreza Cero” jajá y jajá.
Al peligroso armamentismo pre-represivo ya lo ensayan con dureza, es decir con violencia y balas de goma, contra los trabajadores de Cresta Roja, niños murgueros de la Villa 1.11.14 de Flores y luego en Rosario y en Jujuy, y ponen vallas en las plazas públicas y habilitaron que la policía realice detenciones arbitrarias en la vía pública, criminalizando la pobreza. Y están dele liberar genocidas y asesinos presos por causas de lesa humanidad.
Podría decirse que 20 años no es nada, pero es mejor, sin dudas, encomiar la luz de la Memoria y la Verdad. Y algún día quizá no lejano, de la Justicia.
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