CONTRATAPA
Las piernas y otros cortes
Por Juan Sasturain
Vivimos tiempos de corte. El corte está de moda en palabra y obra. Corte como interrupción y como herida, en el lenguaje oral: “cortar mambo” y “cortar rostro”, dos expresiones de hoy con extraña y anacrónica vigencia. Porque el mambo irrumpió con el onomatopéyico Dámaso Pérez Prado en los lejanos cincuenta, y porque la marca en la cara –el feite, remember Scarface– con el sentido de señal humillante y prueba de venganza es res tanguera, malevaje en acción. Pero hay más.
Hay un tercer “registro de corte” en el lenguaje oral: el corte que significa amputación –o interrupción definitiva– y que acuñó Diego Maradona en memorables pero no agradables circunstancias: “¡Me cortaron las piernas!”, dijo el Diez de una vez y para siempre tras la sanción por doping en el Mundial USA ‘94. Cabe y duele recordar aquellas circunstancias en que un demonio rubio lo recogió en la mismísima cancha tras la exhibición ante Nigeria y se lo llevó a hacer pis ya con las esposas en la mano. Y así –por unos incrédulos días– la maldita seudoefedrina y el hasta entonces ignoto Daniel Cerrini poblaron los párrafos de los cables y de los discursos de los enviados que daban cuenta de la desgracia nacional. Mientras la selección de Basile se caía a pedazos ante Rumania y Bulgaria, Diego lloraba por cuarto mundial consecutivo y por distintas razones, no sin dejar –como siempre– la marca de su definición, ese “¡Me cortaron las piernas!” que, en el sujeto impersonal, aludía a Havelange, la FIFA y demás rencorosos portadores de serrucho.
El metafórico corte que utilizó Diego en su descripción o calificación de los hechos –no dijo “me cagaron” ni “fue todo arreglado”– inducía directamente una lectura victimista para la histeria y la historia nacionales, señalaba las connotaciones de venganza: quemarle el negocio al que no paga, aplastarle las manos al pianista; era un corte, al fin, con sentido de ajuste de cuentas. Sin hacer otra cosa que señalar un efecto, Maradona insinuaba que lo sucedido era el resultado de haber tocado el poder de una mafia poderosa. ¿Se puede decir que él les había cortado el rostro en Italia y ellos le cortaban las piernas en USA? Exactamente. La típica desmedida contramarca que bate el tango.
Esa tendencia a la contramarca –corte por corte– puede ser uno de los signos de estos tiempos argentinos. ¿Tiene algo de mafioso, de apriete, de venganza? Sí, tal vez. Pero debe decirse, para no confundir los tantos, que el toma y daca de cortes de hoy se produce en términos inversos que en el caso de Diego. Cuando hoy alguien corta poniendo el cuerpo y hace una marca en el rostro de la ciudad, en la cara del poder, en la memoria y la paciencia de la sociedad, está respondiendo a un corte previo, mucho mayor y doloroso: una amputación de sueños y, en muchos casos, de posibilidad de supervivencia.
En estos días, casi como manifestación extrema y tocando el non plus ultra de la tendencia cortadora, con su lógica colorida y barullera, los murgueros porteños cortaron con alegría un día de trabajo para pedir por feriados caídos.
Por favor, vayamos a un corte.