ESPECTáCULOS › “TE DOY MIS OJOS”, DE LA ESPAÑOLA ICIAR BOLLAIN
Apuntes de violencia familiar
Por Horacio Bernades
Dolorida, eficaz y muy sincera incursión en el tema de la violencia familiar, Te doy mis ojos aborda su tema con tanta ponderación y amplitud de criterios como podría hacerlo un psicólogo, durante una sesión de terapia contra la ira. La película española más premiada de la última temporada (ganó dos premios en la última edición de San Sebastián y nada menos que siete Goyas, incluidos los cinco más importantes) es el opus tres de Iciar Bollain, rubicunda treintañera madrileña que debutó en cine como protagonista de la recordada El sur, de Víctor Erice. Tras ello, Bollain desplegó una múltiple actividad, no sólo como realizadora cinematográfica (la magnífica road movie femenina Hola, ¿estás sola? y la políticamente correcta Flores de otro mundo, sobre inmigrantes expulsados del paraíso europeo) sino incursionando en el ensayo, con un libro sobre su admirado Ken Loach.
Algo del enfoque del realizador británico puede percibirse en Te doy mis ojos, tanto en la meticulosa investigación previa sobre el tema como en una puesta en escena que parece hacer una bandera de la sencillez, funcionalidad y bajo perfil. Así como en la evidente intención de poner el film al servicio de un álgido problema social. Estas líneas de acción y la implícita concepción del cine casi como una pata del apoyo terapéutico señalan méritos y límites de Te doy mis ojos. El evidente cuidado con que Bollain abordó un tema que en España es particularmente álgido (las cifras de mujeres golpeadas por sus maridos son aterradoras) se advierte ya en la muy elíptica escena de apertura, que no es la de un castigo sino la del momento inmediatamente posterior, cuando la mujer recoge sus cosas para irse de casa, con el hijo a cuestas. Con magullones en el rostro que las sombras apenas permiten entrever, al estallar finalmente en lágrimas lo hace por un incidente nimio, en apariencia banal: llora al advertir que se fue de casa en pantuflas. Lo cual revela, sin decirlo, cuánto le cuesta a Pilar abordar el problema de fondo.
La atención por el detalle aparentemente menor, sesgado y revelador, signa el decurso del film de Bollain, que está lleno de ellos. La triste y retraída Pilar (una exigida Laia Marull) parece mutar de polilla en mariposa en la brevísima escena en que, trabajando como guía de museo, descubre una hasta entonces ignorada sensibilidad artística. Durante su fiesta de casamiento, una sola mirada de su hermana Ana (la siempre expresiva Candela Peña) basta para revelar todo el odio que siente por el cuñado castigador, así como el costado siniestro de la mamá (la veterana María Rosa Sardá) asoma en el simple detalle de pretender que la hija menor luzca, en su boda, el mismo vestido que alguna vez usó Pilar. El marido de ésta, Antonio, que vendría a ser el “malo” de la película (Luis Tosar, de entrecejo eficazmente fruncido) logra, por un momento, derretir la pétrea máscara en la que está atrapado, al recordar cuánto le gustaba el imperceptible sonido que su mujer hacía al caminar.
Es seguramente en ese retrato del victimario como víctima de sus propios demonios (impulsos violentos, modelos sociales internalizados y torcida forma de expiar su sentimiento de inferioridad) donde debe buscarse el mayor mérito de Te doy mis ojos. La lógica identificación con el personaje de Pilar no conduce a Bollain a un cerrado maniqueísmo. Por el contrario, el retrógrado vendedor de heladeras, que no tolera que su mujer trabaje –y mucho menos en una actividad tan “improductiva” como la de guía de arte– termina resultando tan digno de piedad como la víctima de sus castigos, que no se anima a denunciarlo. Pero la realizadora no confunde esta mirada abierta con conformismo justificador: la escena en que Antonio humilla a Pilar, desnudándola en público, es tan poderosa, que el espectador no puede no sentirse tan vejado como ella. Algo de ese poderío dramático se extraña en otros momentos de una película que, en ocasiones, se parece a un manual de violencia familiar.