CONTRATAPA

Safari incluido

Por Sergio Ramírez *

Esta muchacha, Lynndie England, con el pelo cortado a lo varonil, parece una teenager cualquiera, cuerpo esmirriado y uno de esos rostros sonrientes perfectos para la instantánea de la foto Polaroid que eterniza a las debutantes en su primer baile. Sus padres, que viven dentro de un trailer en Fort Ashby, un villorrio del fin del mundo, como los de las novelas de William Faulkner, la recuerdan de niña con sus modales de tomboy, lo que en buen nicaragüense llamaríamos una chimbarona, dura con los hombres en los juegos mixtos del recreo en el colegio y primera en subirse a la rama más alta de los árboles, pero incapaz, dicen también, de causar daño a los venaditos en las partidas de caza organizadas por su padre, a las que iba como simple espectadora.
Recuerdan, además, que el día de su graduación en secundaria un tornado atravesó el pueblo, con lo que se frustró la ceremonia porque todo el mundo salió huyendo a buscar refugio, y mientras ellos se metían debajo de las ruedas del trailer, Lynndie, sorda a los gritos con que la llamaban, se quedó en un descampado desafiando la furia del viento porque quería fotografiar el bólido. Su madre dice que le gusta todo lo que no es común y corriente. Y aquí la tenemos.
Soldado de servicio en la prisión de Abu Ghraib en Bagdad, la misma donde Saddam Hussein hacía torturar a sus adversarios, ha dejado que la cámara la inmortalice en las más variadas poses. Así la vemos haciendo con el pulgar levantado una seña gozosa frente a un prisionero desnudo obligado a masturbarse, o jalando la correa amarrada al pescuezo de otro que yace en el suelo, desnudo también; y en otra, al lado de su novio Charles Graner, de servicio en la prisión también, detrás de un amasijo de piernas, brazos, nalgas y pies, cuerpos que han sido descargados uno sobre otro. Pareja feliz, tanto que pronto serán bendecidos con la paternidad.
Es obvio que los artistas virtuosos que han ideado la escenografía quieren hacer ver a los prisioneros como piezas cobradas en un safari. Y es obvio también que los jefes de Lynndie, su novio y los otros acusados, miembros todos de la 372ª compañía de la Policía Militar, aplicaron los mejores vuelos de su imaginación creativa a las directrices del mando superior de las tropas de ocupación en Irak, de ser eficientes en los métodos para obtener las confesiones de los prisioneros. Es decir, mejorar, de acuerdo con nuevas luces, los métodos de Guantánamo. ¡Luces, cámara, acción!
Así sabemos hoy, de acuerdo con las investigaciones oficiales del general Antonio M. Taguba, todo lo que se les ocurrió de novedoso en el cumplimiento de las órdenes: derramar sobre la piel de los prisioneros el líquido fosfórico que contienen las lámparas químicas, mantenerlos desnudos y encapuchados, bañarlos en agua helada, entrarles a sillazos, sodomizarlos con palos de escoba, hacerlos masturbar entre sí y, según las revelaciones más recientes, apalearlos hasta la muerte, violar a las prisioneras, aplicarles descargas eléctricas, echarles encima los perros.
Sutilezas de escenógrafo, el escenario elegido para las fotos no es para nada tétrico, como lo eran las salas subterráneas de tortura de la Santa Inquisición, aunque las capuchas de los prisioneros supliciados nos las recuerden. Fíjense bien. Se trata de largos corredores, con armarios a los lados, iluminados con luces neutras, todo como si fuera el pasillo de una oficina, en el que de pronto podemos ver aparecer a una secretaria o a un ejecutivo de saco y corbata a través de una puerta que se abre. Nada anormal, salvo la pila de cuerpos desnudos y esos pies sucios y callosos que sobresalen entre los cuerpos.
Entre la entusiasta Lynndie y el fotógrafo espontáneo para el que ha posado hay una concertación juguetona. Se están quedando con un souvenir para mostrar seguramente a los amigos sus trofeos de caza una vez de regreso en el hogar. Nadie entre los cazadores de la partida está pensando en que se trata de las pruebas de un acto criminal que va a estremecer al mundo. ¿Por qué habrían entonces de hacerlas desaparecer? Y eso que no hemos visto nada. Según las declaraciones de Donald Rumsfeld, el secretario de Defensa de la administración Bush, todo es pálido frente a lo que aún falta.
Lynndie quería ver mundo, dicen ahora sus padres acosados por los periodistas, el ancho mundo lejano a las fronteras de su villorrio, y será por eso que se alistó como reservista, y llevó consigo su cámara, la de retratar tornados, paisajes, pintorescas escenas de mercado en la ruta y cuerpos desnudos de prisioneros humillados.
Y frente a esas fotos que brillan ahora en mi pantalla con fulgor luciferino, no puedo sino imaginar a los alegres soldados sacando de sus celdas a los prisioneros desnudos y encapuchados para hacerlos posar con ellos, y mientras las cámaras de toda marca y tamaño se amontonan en el piso, el fotógrafo improvisado va tomando las instantáneas que cada quien guardará como souvenir de este safari a tierras tan lejanas. Un paquete con todo incluido, hasta un safari.

* Escritor nicaragüense. Miembro de la Junta que sucedió a Somoza tras la revolución sandinista y ex vicepresidente de Nicaragua. Autor de Sombras nada más, Adiós muchachos, Un baile de máscaras y Castigo Divino, entre otras novelas. De La Jornada de México. Especial para Página/12.

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