CONTRATAPA
Estética de lo atroz
Por Eduardo Pavlovsky *
Leyendo a Ian Kershaw en su magnífico libro sobre el nazismo y su pormenorizada investigación sobre el Holocausto me surgen dudas. Si la orden había emanado de Hitler o si sólo se interpretaban palabras del Führer cuando dijo en 1939 que quería una Alemania aria limpia de judíos y que entonces cada grupo de por sí actuó “independientemente” con códigos propios interpretando la orden soberana.
Si Hitler era una dictador “débil” –víctima de un sistema totalitario, del cual era la expresión titiritera– y todo el pueblo alemán era antisemita antes de la guerra y por lo tanto responsable de los crímenes. O si fue sólo la personalidad de Hitler –con su endemoniado odio a los judíos– lo que llevó al crimen que hizo decir a alguien que después de Auschwitz ya no se podía escribir más.
Si los crímenes nazis dependían exclusivamente de la personalidad “intencional” de Hitler o si formaban parte de una “estructura” fascista. ¿Problema “intencional” o “estructural”?
¿Cuándo? ¿En julio de 1941, septiembre, octubre? ¿Antes de la invasión a Rusia en el momento en que empezaron las primeras dudas o fracasos en la campaña soviética? ¿Cuándo empezó todo...? ¿Cuándo empezó la total impunidad de uno de los pueblos más cultos de Occidente contra sus propios compatriotas judíos?
Y al leer los detalles de la pormenorizada investigación comencé a sentir la necesidad de reír y mi risa se convertía en una gran carcajada incontrolable. Comencé a pensar en que los niños argentinos, en una proporción alarmante, padecen graves desorden neurológicos por su alimentación carenciada. Pensé en la miseria y pobreza en mi país y en las construcciones cada vez más indecorosas de los privilegiados de siempre, y en sus veraneos cada vez más exquisitos y en la miseria cada vez más exquisita.
Pensé que la pobreza y la miseria y la indigencia en el mundo son cada vez más extravagantes. Se han vuelto refinadamente apocalípticas.
La miseria en el mundo –Africa–, ¿no tiene una estética de la desnutrición?
Los niños monstruosos, ¿no son “bellos” a la vista?
Los bombardeos norteamericanos, ¿no son bellos, exquisitos, refinados y las muertes de los civiles indefensos no constituyen un fenómeno estético de vanguardia?
¿No se contratan seres vivos en estado de descomposición para ciertas obras de vanguardia para que posen la belleza y armonía de la exclusión?
La panza de los niños desnutridos con sus moscas multicolores alrededor, ¿no son bellas? Sus heridas y sus polifacéticas tonalidades, ¿no son bellas y hermosas?
Continuaba riendo a carcajadas de todo lo que leía y veía. Había algo de maravilloso en la desigualdad. ¿No se construye una estética de la desigualdad? Un equilibrio fascinante. Ya no podía detenerme de mi gran carcajada –que para ese entonces era incontrolable–. Pensé también a dónde iba tanta belleza diaria. ¿Dónde nos conducía? Al fin y al cabo, para Hitler, ¿el Holocausto no era también un fenómeno estético, la eliminación de lo feo y lo extraño para preservar la belleza del mundo ario?
Los niños comiendo en los basurales, ¿no constituyen una nueva estética de la repugnancia? Repugnancia y belleza en una nueva armonía polivalente.
Me sentía riendo de toda esta nueva estética. Se me ocurrió –aunque me costaba pensar por mi carcajada– que el 70 por ciento de los pobladores de La Matanza no tiene desagües cloacales y ya no podía parar. ¿Adónde va tanta mierda pensé? Tuve miedo de volverme loco. ¿Una gran montaña de mierda en el Museo Nacional de Bellas Artes?
¿No deberíamos hacer grupos operativos de carcajadas de la miseria? Crear de los niños hambrientos nuevos ritmos y sonidos para alcanzar nuevos sentidos de una belleza miserable.
Una niña de ocho años me pidió algo de comer y yo le di una banana. Su cara no la olvidaré. Cuánta belleza había en esa escena de hambre. Cuánta exquisitez hay en el hambre en estado puro.
El raquitismo –en ese momento me ahogaba de risa–, ¿no es bello, sinceramente bello, exaltadamente bello? Confieso que cuando vi por televisión el ataque de los aviones a las Torres Gemelas sentí una enorme alegría y el acontecimiento me resultó pavorosamente bello. Confieso la alegría que me da también la muerte de los jóvenes soldados norteamericanos en Irak. Llevo la cuenta todos los días. No me olvido de los heridos tampoco. Una gran foto de todos los heridos norteamericanos, ¿no sería bella expuesta en el Museo de Arte Moderno de Nueva York? ¿Atocha no merece una carcajada? Los cien mil civiles muertos en Irak, ¿no hubieran inspirado a Bacon?
Por qué no reír del mundo maravilloso que nos tocó vivir. Por qué no somos sinceros y agradecidos de que Dios nos confiera tanta belleza. Comenzar a reír de gratitud todos juntos por la armonía de la estética y por la belleza en este mundo entremezclado de riqueza cada vez más pura y pobreza cada vez más pura.
¿No es acaso maravilloso? Recién allí comprendí mi carcajada –uno de los sentidos de mi carcajada incontrolable–, reía de agradecimiento de tanta armonía y equilibrio. De tanta exquisitez de la diversidad ante mis ojos. Todo a la vista.
Miseria y pobreza de exultante creatividad en la gran procacidad. ¿No es gracioso negar que negamos que un loco gobierna el mundo?
El Riachuelo pensé, nuestro querido Riachuelo argentino lleno de inmundicias cancerígenas, con sus aguas negras, las más negras del mundo, las más bellas del mundo. No tendríamos que reír, aprender a reír y a querer, también la inmundicia argentina.
Menem hablando desde Chile, ¿no es carcajable, aun con su problema arterial a cuestas?
Me reía de gratitud de tanta belleza, de tanta armonía. ¿Los 118 mil millones de dólares de la burguesía argentina en el exterior no son carcajables? La anemia y el raquitismo infantil como contrapartida, ¿no son un maravilloso equilibrio de la naturaleza?
Carcajada que incorporaba una nueva realidad y una nueva posición existencial. Carcajable es la nueva palabra inventada para los argentinos. Así es la vida maravillosa de todos los días. Seamos felices por tanto policromismo bello. Nunca amargados por favor. La Argentina es bella por su diversidad. Sólo hay que apreciarla en su magnitud estética. En su maravillosa magnitud estética.
¿El mundo latinoamericano no es bello por sus maravillosos contrastes? Suspendamos el juicio crítico por unos instantes para poder gozar esta maravillosa estética de la armonía y la belleza.
* Autor, actor y director teatral. Psicoterapeuta. Entre sus numerosas obras se cuentan El Señor Galíndez, Potestad y La muerte de Marguerite Duras.