MATERNIDAD
¡Apaguen la alarma!
La vitrificación es una técnica nueva para el congelamiento de óvulos que por primera vez está ofreciendo resultados alentadores. Así, las mujeres podrían poner a salvo sus óvulos mientras están en su etapa de mayor fertilidad para utilizarlos (fecundarlos) cuando decidan que es el momento de tener hijos. ¿Un negocio médico o una forma de correr el tajante límite biológico?
Por Luciana Peker
En 1887 una mujer que nacía en el Río de la Plata probablemente vivía 34 años. En 1909, la vida se alargaba hasta los 50 años y en 1947 hasta los 68. Hoy la expectativa de vida de una porteña se extiende hasta los 76,5 años, según datos del Indec y de la Dirección General de Estadísticas del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires publicados en el libro Mujeres en números. Desde 1887 hasta el 2004 cambió cómo y cuánto se vive. Pero hay algo que no cambió. “Hace alrededor de cien años, la mujer no conocía la menopausia porque moría menstruando, sin llegar al fin de su vida reproductiva. Hoy, la mujer vive más de treinta años sin menstruar, porque no se ha postergado la edad de la menopausia ni la vida fértil femenina”, enmarca Edgardo Rolla, especialista en medicina reproductiva y director asociado de la Unidad de Fertilidad San Isidro.
Igual que hace 120 años, las mujeres pueden tener hijos hasta alrededor de los 40 años. La diferencia es que antes el cuerpo podía procrear durante toda la vida y, ahora, hasta alrededor de la mitad de la vida. Ante esta situación, la ciencia busca alternativas para que las mujeres puedan optar por una maternidad diferida, guardando sus óvulos a la edad en que pueden tener hijos y utilizándolos a la edad en la que ellas –y no su reloj biológico– decidan tenerlos.
En el caso de los varones, la posibilidad de congelar semen existe y se usa con éxito hace mucho tiempo. Y, por ejemplo, un hombre que padece un cáncer y tiene que someterse a una quimioterapia –que puede afectar su capacidad reproductiva– cuenta con la posibilidad de guardar su semen para tener hijos, más adelante, en el momento que desee, sin quedar condicionado por su enfermedad.
En el caso de las mujeres, hasta ahora, el congelamiento de óvulos no había dado buenos resultados porque la mayoría de los ovocitos congelados no sobrevivía o tenía alteraciones cromosómicas en el momento en que debían ser descongelados. Sin embargo, actualmente, en la Argentina, se está presentando una nueva técnica que mejora las posibilidades de congelar óvulos: la vitrificación, que consiste básicamente en un congelamiento muy rápido del ovocito para que quede en un estado similar al del vidrio y no se produzcan los cristales que habitualmente obstaculizaban la efectividad del procedimiento. A través de la vitrificación se lograría un mayor éxito en la posibilidad de que los ovocitos congelados puedan derivar en embarazos saludables. “Esta nueva técnica representa una verdadera revolución para la preservación de la fertilidad femenina”, anuncia Nicolás Neuspiller, director médico de Fecunditas, el instituto argentino que presenta esta nueva opción.
“La tasa de fecundación y embarazo con óvulos congelados por medio de esta técnica son los datos más atractivos. La tasa de embarazo ronda el 30 por ciento”, aseguran en Fecunditas. Según esta visión, 3 de cada 10 óvulos congelados llegarían a un embarazo. Pero el panorama es todavía incipiente. En la Argentina todavía no se realizó ninguna experiencia. Y, en todo el mundo, recién se presentaron 200 casos de chicos a partir de ovocitos criopreservados, según un trabajo expuesto por Rolla.
Claudio Chillik, director médico del Centro de Estudios en Ginecología y Reproducción (CEGyR), advierte: “El congelamiento de óvulos es una técnica con enormes posibilidades de aplicación, pero que aún se considera que se encuentra en una fase de experimentación, ya que el óvulo es una célula cuyas características la hacen muy difícil de sobrevivir al congelamiento”. Rolla es aún más cauto: “Todavía no hay ningún seguimiento a largo plazo de los niños nacidos bajo este tratamiento. Por ello, por el momento, debe indicarse exclusivamente, como recurso final, en caso de mujeres con cáncer (que quieran preservar su fertilidad antes de someterse a una quimioterapia). Pero existen terribles intereses comerciales en generalizar la criopreservación pues es un negocio estupendo, muy lucrativo”.
La posibilidad de que una mujer sola decida tener una maternidad diferida (por falta de pareja, de ganas o planes laborales o de estudio más urgentes) todavía está en pañales. Pero es alentada y promovida, básicamente, para el mundo de mujeres que el mercado etiqueta con el nombre de la serie Sex and the City y que, justamente por no tener hijos, son el gran mercado del mercado: mujeres urbanas, de clases medias y altas, profesionales, solas y con sueldos para ellas solas, que buscan pareja y sueñan con tener una familia, pero que soplan velitas atormentadas por la cuenta regresiva de su reloj biológico. Por eso, muchas mujeres que todavía no saben si quieren o no tener hijos podrían apostar –como se hace con cualquier otra inversión o seguro– a un banco de óvulos. Los costos, por supuesto, van a ser altos, de la misma manera que ahora lo son los tratamientos de fertilización de alta complejidad.
¿La posibilidad de congelar los óvulos es un negocio médico o un progreso para las mujeres? ¿Puede erradicar la diferencia con los varones, que no tienen un tiempo límite tajante para tener hijos? ¿Es una zancadilla a la tiranía biológica que atrasa más de cien años y se perdió la revolución femenina? ¿O es, en realidad, una manera de someter a las mujeres, durante toda la vida, al tormento del mandato cultural que sigue ponderando el rol de la maternidad? ¿Es una forma de ganarle al tiempo o es una ilusoria forma de creerse dueñas del tiempo?
Diana Liniado, psicóloga de niños y especialista en orientación para padres, contesta las preguntas con otra pregunta: “¿Hasta dónde hay que respetar las reglas impuestas por la naturaleza? El reloj biológico marca el comienzo de la fecundidad a los 12. A esa edad una niña está lejos de estar madura para asumir la maternidad. Del mismo modo, el fin de la fertilidad biológica no siempre viene de la mano de la ausencia del deseo de tener hijos. La etapa de fecundidad de la mujer quedó atrapada al tiempo en que las mujeres se casaban a los 13 y morían a los 35 años, y hoy la ciencia ofrece otras alternativas”.
Neuspiller acentúa: “Muchas veces el deseo de un hijo, la edad de la mujer y las posibilidades reales de formar una familia van en contramano. Algunas mujeres viven con ansiedad el paso de su reloj biológico con total justificación porque, es cierto, la fertilidad de la mujer comienza a declinar luego de los 35 años. Por eso, podrá ser un recurso muy válido tomar la precaución de criopreservar a los 32 años ovocitos que podrán utilizar en el futuro para tener un hijo en una situación familiar o laboral más propicia”. Florencia, de 42 años, cuenta su experiencia: “A los 38 años, con muchos líos de pareja por un ex muy indeciso sobre la idea de tener hijos, fui a averiguar a varios institutos por congelamiento de óvulos, pero me dijeron que eran muy bajas las posibilidades. Hoy tengo 42 años y un hijo de 20 meses, pero zafé raspando. Si hubiera podido, lo hubiera hecho”. Liniado subraya: “La ciencia propone una adaptación mejor a los nuevos ideales culturales. El uso de anticonceptivos controla a la naturaleza evitando embarazos no deseados. Los ovocitos congelados y otros métodos de fertilización son también un recurso para controlar la naturaleza provocando embarazos deseados, sólo que hay más prejuicios con relación a las mujeres que deciden congelar ovocitos porque es una práctica más reciente y aún no convencional”. Y propone: “El reloj femenino impone una marca que provoca efectos sobre el cuerpo y el ánimo. No hay manera de desoírlo porque siempre suena. Lo que se puede cambiar es la posición ante ese ‘llamado’: lejos de someterse pasivamente, una mujer puede optar por buscar situaciones más acordes con su deseo, ¿por qué no?”.