CONTRATAPA
Nostalgia del capitán Boycott
Por Leonardo Moledo
Vaya a saber por qué, uno se entrega estos días a la añoranza y evoca la figura lejana, misteriosa (y brutal) del capitán Boycott, que entregó su apellido a los recovecos de la historia para no quedar en el olvido. La acción transcurre en un país oprimido y tenaz, digamos Irlanda, digamos 1880, donde el desconocido capitán (Charles Cunningham Boycott) maneja las fincas de un terrateniente absentista, Lord Earne, con mano de hierro. Sabe (seguramente) que está en ascenso la campaña de la Irish Land League para reformar el sistema de tenencia de la tierra y se sienta a esperar. No mucho, ya que en septiembre apenas la Liga viene a verlo y pedirle una reducción sustancial en el precio de los arrendamientos. Comprensiblemente, el capitán Boycott se niega con soberbia, irrita a los peticionantes hasta que éstos se retiran furiosos.
Es fácil imaginar la continuación: en la próxima reunión del comité de la Liga el presidente, Charles Parnell, tuvo una idea genial. Sugirió que la manera de obligar al capitán a ceder era simple: suspender, en la localidad, todo tipo de tratos con él.
Y los jornaleros se negaron a trabajar para él, los comercios a venderle comida (que debió traer de afuera) tanto a él como a su familia e incluso el correo dejó de enviar sus cartas. Para recoger la cosecha debió traer cincuenta trabajadores del norte de Irlanda. Finge rabiar, pero en realidad poco le importan al capitán estos contratiempos: está a punto de pasar a la historia. En noviembre, el Times de Londres utilizó su apellido para describir la novedosa forma de acción y la expresión fue adoptada por periódicos de toda Europa y los Estados Unidos. Había conseguido su objetivo.
El capitán Boycott murió en 1897, pero el “boycott” –que luego devino en “boicot”– estuvo muy lejos de morir: en 1915, Gan- dhi llamó en la India a boicotear todos los productos ingleses y revitalizó así las industrias locales; él mismo tejió sus ropas con la rueca de hilar y el telar doméstico. El boicot de 1915 fue la primera de las grandes acciones de Gandhi que permitirían, en 1947, recuperar la independencia de la India.
En el otro extremo del mundo, y cuarenta años más tarde, en Estados Unidos, tuvo lugar otro de los grandes –y gloriosos– movimientos de boicot del siglo XX.
El jueves 1º de diciembre de 1955, en Montgomery, Alabama, Estados Unidos, Rose Parks, una costurera negra, subió a un ómnibus de línea y se sentó, junto a otros tres negros, en la quinta fila, la primera que los negros podían ocupar. Unas pocas paradas después, las cuatro primeras filas estaban ocupadas (con blancos) y un blanco había quedado de pie. Ahora bien: según la legislación, blancos y negros no podían ocupar la misma fila y, por lo tanto, el conductor exigió a los cuatro negros de la quinta fila que se fueran al fondo del ómnibus. Rose Parks se negó. El conductor llamó a la policía y la arrestaron.
Esa misma noche, líderes de los derechos civiles organizaron un día de boicot a la compañía de ómnibus. El boicot (quizás el espíritu del capitán flotaba por allí) fue un éxito rotundo y una asamblea decidió mantenerlo y formar un comité, al frente del cual pusieron a un pastor negro, un tal Martin Luther King.
Una semana más tarde, cuando la compañía vio que la cosa iba en serio, llamó a una reunión de conciliación; los dirigentes negros propusieron un plan de integración bastante moderado; la compañía no lo aceptó y el boicot siguió adelante. El 21 de enero, los blancos hicieron un intento “pacífico” de dividir a la comunidad negra, que no tuvo resultado, y decidieron pasar a la acción directa. El 30 de enero, se atacaron con bombas las casas de Martin Luther King y otros dirigentes como Jo Ann Robinson. El 21 de febrero, 89 negros fueron procesados sobre la base de una ley vieja que prohibía los boicots y se impusieron multas.
La verdad es que el boicot empezaba a alterar toda la vida de la localidad, ya que no solamente la compañía de ómnibus sufría enormes pérdidas, sino también los comerciantes del centro sentían la disminución de sus ventas, ya que buena parte de la población se movilizaba muchísimo menos. Los comerciantes trataron de negociar con los boicoteadores, pero no se llegó a ningún resultado concreto y el boicot continuó.
Los líderes negros, por su parte, llevaron la cuestión ante los estrados judiciales federales. Pero ya no pedían una disminución de la segregación, como habían hecho durante las primeras rondas de negociación con la compañía, sino su abolición lisa y llana. La Corte Federal falló a favor de los negros. La ciudad apeló.
Pero el 13 de noviembre de 1956, la Suprema Corte de los Estados Unidos declaró inconstitucional la segregación en los ómnibus. El boicot había terminado con una victoria resonante y el 21 de diciembre, cuando el mandato de la Suprema Corte fue comunicado a Montgomery, volvieron a los ómnibus. Había durado un año y veinte días. El capitán Boycott, lejano y salvaje en su remota Irlanda, nunca llegó a saber que prestaría su apellido a causas tan nobles. Cosas dignas de recordarse en estos días, vaya uno a saber por qué.