CONTRATAPA
Anaqueles
Por Enrique Medina
La foto ilustra el reportaje. Reportaje que el hombre reporteado utiliza para defenderse. Quedar bien. Contraatacar, si cabe. Reportaje que el periodista utiliza para indagar, lucir conocimiento, profesionalismo y capacidad para el cuerpo a cuerpo. En los reportajes hay textos ocultos, odios ocultos, envidias ocultas, una operación política, un chivo, una primicia, una bajada de línea y hasta la simpatía (me cae bien este tipo) y la empatía (ni loco estaría en su lugar). Y se llena la página del diario, con el texto, título, subtítulos. Y la foto cubre el espacio que resta. La foto ilustra, sí: lo importante es el reportaje, lo que se pregunta, plantea y repregunta; lo que se dice respondiendo, se omite en atajos e interpretaciones. La foto (o fotos) nunca es el motivo del reportaje, es el complemento. Puede existir reportaje sin foto. La foto huérfana va en la sección curiosidades, crónica sin texto, interpretación libre, relleno de apuro o espacio preferido del lector que no lee (que en realidad si no lee no debería denominarse lector sino visualizador, ya que veedor es feo). Y si la foto habla exponiendo talento intrínseco o revela un valor equivalente al texto, ya sea por convención, regla, o comodidad, hay que remitirse a la consabida resolución perogrullesca de las mil palabras; lo que de por sí homologa la foto no sólo a un reportaje amplio y de peso específico sino también a un ensayo, a un editorial.
La foto habla todos los idiomas, no necesita traducción (con lo que se evita aquello de “traduttore-traditore”). Y además de ser políglota se contemporiza con cada visualizador. Este conversa con la foto, la usa de referente, se extasía, le ruega, descarga su injuria, se mofa, blasfema, enmarca y cuelga si admira.
Hay fotos clásicas que jamás necesitaron texto ni leyenda, y que trasmitieron al visualizador toda una época (el ejército nazi desfilando bajo el Arco de Triunfo), la alegría del sex-appeal (Marilyn sosteniendo su pollera levantada por la velocidad del subterráneo), la fuerza interior (aquella foto del Che), la expresividad (cualquier foto de Picasso mirando la lente), la incertidumbre y la desolación (la niña-mujer afgana del National Geographic), la muerte en combate (captada por Robert Capa en la Guerra Civil Española en 1937), la sensualidad (el primer plano de la Merello tomado por Annemarie Heinrich), y así hasta el infinito.
La característica notable de la foto, además de hablar, es que descubre, subraya, remarca, revela un beneficio (la posición de la cámara que evita un ángulo desafortunado), un desacierto (un contraluz muy cenital que aplasta), o un involuntario contrapunto en el movimiento interno del marco de la foto (incompatibilidad de caracteres entre los objetos fotografiados, por ejemplo). Y vale, en este último caso, un prototipo aparecido en los diarios, no hace mucho, de un presidente en los días definitivos de su mandato, cuando la tradicional estampida del dólar lo conminó a reportajes preclaros y de autoayuda para la desorientada población que esperaba de él una orientación salvadora, firmeza de concepto, confianza ciega en el timonel. Y en esto importa mucho el dicho árabe que dice: “No sólo hay que ser, sino parecer”. Porque puede cundir el desconcierto. Es decir que, a veces, recurrir a la convención es útil y saludable, amén de conveniente. La convención dictamina que por lo general y salvo excepciones un jugador de fútbol debe ser fotografiado con la pelota o el equipo (camiseta) que lo distingue; un boxeador, con guantes y en posición de defensa (y si es posible dentro del ring); un corredor de autos, dentro del auto (o sentado en el capot) y en la pista; un médico, con guardapolvo y en su gabinete; un albañil, sobre el andamio; etc. Pero cuando este requisito no se cumple, es necesario evitar el desbarajuste,por eso ojo con: el recolector de basura en el gabinete del médico; el albañil (vestido de albañil) frente a la computadora; el conductor de televisión manejando el torno; el político metiendo mano en..., etc. Valga la reiteración: esto es la convención. Todos estos cuidados tienen que ver con lo verosímil y el descreimiento: cualquier turista de morondanga que hace la cola puede llegar a sacarse la foto con el Papa, luego la enmarcará y jurará que el Papa le pidió consejos para cebar el mate como los gauchos. Y se le cree, porque el movimiento interno de la foto testifica y testimonia la pretensión del pelandrún.
Así que ésta es la prieta historia del diálogo entre la foto y el visualizador. Por lo que se colige que siempre es laudable y cardinal “parece además de ser”, y mucho más cuando se ocupa un cargo trascendente. Ergo: ¿cuán creíble es el discurso de un presidente, si alardea ante una biblioteca con anaqueles vacíos?