CONTRATAPA
Las angustias de un “refuznik”
› Por Juan Gelman
Dani Broitman tiene 34 años y hace 14 dejó la Argentina para vivir en Israel. “Soy judío –dice en una carta conmovedora–, nací y me crié en Rosario, me defino como sionista realizador y creo que el Estado de Israel es la culminación de la lucha de liberación nacional del pueblo judío.” Desde los 20 de edad construye su vida y la de su familia “aquí, en el kibbutz Magal”. Es sargento primero de la reserva del ejército israelí y me escribe “para compartir mi vergüenza y mi sensación cercana a la desesperanza”. Es uno de los 460 “refuzniks” –al martes 14 de mayo– que se niegan a servir en los territorios palestinos ocupados.
“Siempre fui consciente –comienza– del conflicto palestino-israelí (incluso antes de llegar a Israel)... Siempre estuve en contra de la ocupación de los territorios y, en general, de todas las aventuras militaristas que Israel provocó o se vio envuelto en ellas, y a favor de un Estado palestino como única posible solución al conflicto.” Hizo su servicio militar en infantería como soldado y luego suboficial. “Me tocó reprimir la primera ‘Intifada’ en la Faja de Gaza. Muchas veces corrí con mi fusil, mis siete cargadores y mi casco, a nenes de primaria que nos tiraban piedras y agitaban banderas palestinas (entonces prohibidas por ‘ley’). Siempre supe que quienes me tiraban piedras eran quienes tenían la razón, que yo era el ocupante que patrullaba sus calles y entraba a sus casas por la fuerza a cualquier hora de la noche para buscar panfletos ‘subversivos’. Siempre me sentí como aquellos soldados franceses de La batalla de Argel de Pontecorvo. Expresaba mis ideas, pero no tuve la valentía de negarme, estando en el servicio militar obligatorio.”
Cuando terminó su conscripción de tres años y cada año volvía un mes a filas como reservista, dejaba en claro que no estaba dispuesto a servir nuevamente en los territorios ocupados. Su comandante le ofreció que “cuando estuviéramos en los territorios, yo no me ocuparía de nada que implicase contacto directo con la población palestina”. Dani aceptó y éstas fueron sus razones: “la posibilidad de ir a la cárcel y perder estudios (los primeros años) y trabajo (después)”. “Me dedicaba a hacer guardias en la base o a pelar papas para las fuerzas de ocupación, pero eso sí, personalmente no veía a un solo palestino. De más está decir que me costaba mucho mirarme a mí mismo en el espejo después de cada período de servicio.” Los acuerdos de Oslo que iniciaron un posible proceso de paz le dieron “algo de aliento, un pretexto para tratar de convencerme de que las cosas pueden mejorar, de que quizá a pesar de las trampas y los juegos sucios (nuestros y de ellos) podemos construir algo humanamente habitable en este suelo maldito. Hasta que comenzó esta segunda ‘Intifada’ en la cual estamos aún inmersos, a la cual nos arrastraron nuestros democráticos y occidentales dirigentes a fuerza de querer seguir oprimiendo a los palestinos”. Y Dani tomó la decisión: “Me cansé de mentirme a mí mismo y firmé la ‘Carta de los combatientes’ (‘refuzniks’, como se nos denomina fuera de Israel)... Cuando me llegó la citación al servicio de reserva me negué a entrar en los territorios y estuve preso un mes en la cárcel militar, junto con unas cuantas decenas de objetores de conciencia”.
De la carta, ésta es sólo la introducción “para el tema que me angustia y no me deja dormir tranquilo: por primera vez desde que llegué a Israel siento que este país se me va de las manos, que la ceguera, la furia y el racismo han pasado a ser el común denominador de la gran mayoría de mis conciudadanos. Es verdad, Israel nunca fue un vergel democrático. La ocupación existe desde hace 35 años, este país es un Estado espartano desde su fundación y los árabes israelíes siempre fueron ciudadanos de segunda. Pero hubo siempre algo de vergüenza, cargos de conciencia, gente y grupos que podían hablar y denunciar lo que pasaba, y sobre todo siempre fue más claro que existía ‘otro’ Israel, más tolerante y menosmilitarista. Desde hace unos meses tengo la sensación de que Israel es un bloque monolítico que sigue ciegamente los dictados guerreristas del gobierno de unidad nacional de Sharon. ‘El mundo nos odia, el mundo es antisemita, y por eso apoya al terrorismo palestino. Tenemos que estar unidos, sostener a las fuerzas de seguridad y apoyarlas en todo lo que hagan’. Las preguntas, dudas, y por supuesto los cuestionamientos, son tildados automáticamente de ‘traición’”.
No puedo menos que seguir citando textualmente. “En los caminos, en los medios de comunicación, en el habla cotidiana, sólo se ve, se escucha y se siente la aplanadora patriotera-fascista, con la versión mesooriental que ya escuché en los años 60 y 70 en Argentina (como ‘la campaña antiargentina’, ‘somos derechos y humanos’, ‘lucha contra el terrorismo internacional-apátrida’, etc.). Me duele escribir esto. Por condenables que sean las acciones de Israel, no se pueden comparar con los crímenes de la dictadura militar argentina. Sin embargo, no puedo evitar sentir un ‘deja vu’ cuando comparo el clima político que reinaba en ese momento en Argentina con el que estoy viviendo aquí. Confieso que me cuesta entender cómo llegamos a esto. ¿Puede ser que la criminalidad terrorista palestina haya logrado ofuscar de tal manera a una sociedad civil, hasta el punto de que ésta no sea capaz de ver sus propios crímenes de guerra? Supongo que algo de eso hay. Aun así, no creo que este argumento pueda explicar cómo un pueblo que sufrió todos los tipos de persecuciones y crímenes imaginables a lo largo de su historia, puede cometer las brutalidades que Israel está llevando a cabo con tal tranquilidad de conciencia.”
Dani Broitman termina su carta así: “Me despido, como dije al principio, con vergüenza por las cosas que se hacen en mi nombre, y con una sensación cada vez más cercana a la desesperación. Con todo, necesito creer que todavía hay esperanza”.