Lunes, 9 de octubre de 2006 | Hoy
Por Adrián Paenza
Lea este mensaje:
Sgeún un estsdio de una uinveisdad inelgsa, no importa el odren en el que las ltears etsan ersciats, la úicna csoa ipormtnate es que la pmrirea y la útlima ltera etsén ecsritas en la psioción cocrrtea. El rsteo peuden etsar taotlmntee mal y aún pordás lerelo sin pobrleams.
Etso es pquore no lemeos cada ltera por sí msima sino que la paalbra es un tdoo.
Pesornamelnte me preace icrneílbe...
Con todo, uno podría suponer que esto sólo pasa en castellano, pero el siguiente párrafo sugiere algo distinto:
Aoccdrnig to rscheearch at Cmabrigde Uinervtisy, it deosn’t mttaer in waht oredr the ltteers in a wrod are, the olny iprmoatnt tihng is taht the frist and lsat ltteer be at the rghit pclae. The rset can be a total mses and you can sitll raed it wouthit porbelm. Tihs is bcuseae the huamn mnid deos not raed ervey lteter by istlef, but the wrod as a wlohe. Amzanig huh?
Aquí es donde a mí se me escapa totalmente mi capacidad de elaboración. ¿Cómo funciona el cerebro? ¿Cuánto realmente uno lee textualmente y cuánto uno anticipa lo que debería decir?
Recuerdo una anécdota con un grupo de amigos, que quizá sirva también para ejemplificar que uno, en realidad, tampoco escucha lo que se le dice en su totalidad, sino que “rellena lo que está por venir” con la imaginación propia. Y claro, eso suele traer algunos problemas.
Allá por el año 2001, estábamos un grupo de amigos en la cantina de David (un restaurante italiano en el corazón de Buenos Aires) y el tema del fútbol resultó inevitable, sobre todo si en la mesa estaban Carlos Griguol, Víctor Marchesini, Carlos Aimar, Luis Bonini, Miguel “Tití” Fernández, Fernando Pacini, Javier Castrilli y el propio dueño de la cantina, Antonio Laregina.
En un momento, Tití se levantó para ir al baño. Cuando él no podía escuchar, les dije a todos los otros que prestaran atención al diálogo que tendríamos con Tití cuando él retornara a la mesa, porque quería demostrarles a todos (y a mí también) lo que escribí antes: uno no siempre escucha todo. En todo caso, uno intuye lo que el otro va a decir, pone la mente en control remoto y se retira a pensar cómo seguir o algo distinto.
Cuando Tití volvió a la mesa, le pregunté:
–Decime, ¿no tenés en tu casa algún reportaje que le hubiéramos hecho a Menotti en la época de Sport 80? (Nota: eso debió suceder unos veinticinco años antes del diálogo.)
–Sí –me contestó Tití–. Yo creo que tengo varios cassettes en mi casa... (y se quedó pensando).
–Haceme un favor –le dije–. ¿Por qué no me los traés la semana que viene? Yo los escucho, los borro y no te los devuelvo nunca más.
–Está bien, Adrián, me dijo sin mayores sobresaltos. Pero no me empieces a apurar. Yo sé que los tengo, pero no recuerdo exactamente dónde. No bien los encuentro, te los traigo.
Moraleja: ante la risa generalizada, Tití seguía sin poder comprender qué había pasado. El, en realidad, había sido sólo un “conejillo de Indias” para el experimento. Yo creo que muchas veces no nos concentramos en escuchar, porque “asumimos” lo que el otro va a decir.
El cerebro usa ese tiempo, ese “ratito”, para pensar en otra cosa, pero claro, algunas veces comete un error.
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