Lunes, 9 de octubre de 2006 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Eduardo Aliverti
El Gobierno se despacha contra la Iglesia y viceversa. Caracterizada gente de la Curia le endilga a Kirchner ser un alentador de odios y el Presidente redobla que el diablo también alcanza a los curas. Muy poco antes de eso, el jefe de Estado lanzó que si a la Iglesia le preocupa el equilibrio institucional, bien hubiera hecho en acordarse del tema durante la dictadura. Y la Iglesia le contestó que él no es, precisamente, de aquellos que pueden exhibir blasones de combatividad contra los militares. Los dos tienen razón aunque, por supuesto, la fraseología ideológica del Presidente resulta muchísimo más simpática que la del buró eclesiástico.
En igual o similar dirección, es obvio que hay una avanzada gestual de la derecha más recalcitrante. Allí están los uniformados y civiles reaparecidos desde lo más profundo del parque jurásico, reivindicando el terrorismo de Estado bajo la cínica presentación de homenajear a sus muertos. Y allí están algunos periodistas y empresas periodísticas, haciéndoles el coro a los dinosaurios desde el cinismo, más repugnante aún, de presentarse acorralados por los ataques gubernamentales a “la prensa libre”, como si vivieran de la publicidad oficial y como si las diatribas del Presidente les provocasen algún daño explícito. Y allí está el desaparecido Jorge López, da la casualidad que en medio de este clima. Allí está también que frente a la virtual ausencia de contendientes partidarios y sociales, el Gobierno utiliza a los grandes saurios para construir oposición.
Ya se sabe que eso está en el manual más elemental de la acción política y puede comprenderse, pero en cambio no puede justificarse que el auténtico poder de fuego de estos esperpentos sea contestado sólo desde los discursos encendidos. El análisis concreto de la situación concreta revela que el Gobierno hizo poco –o mucho, pero con ineficiencia– acerca de cómo meterse y corregir desde la raíz ese tenebroso y terrorífico mundo de los servicios de Inteligencia, de la Bonaerense, de las metástasis operativas devenidas de la dictadura, de la relación entre la Policía y el delito. No se trata de pedir milagros. Pero casos como el de López atestiguan que, a la primera de cambio en que debe medirse la correlación de fuerzas con el enemigo, éste conserva una ductilidad de maniobra significativa, muy significativa. ¿Cuánto valen los discursos, entonces? ¿Cuánto el Gobierno se esmera, más allá de las palabras, para controlar a las bandas orgánicas e inorgánicas de las estructuras represivas, sin que esto implique cuestionar la línea progre desplegada en la gestión kirchnerista en el campo general de los Derechos Humanos?
En las efectivas o aparentemente plácidas aguas de la economía hay también un doble discurso, que no termina de convencer acerca de las decisiones e implementaciones estructurales de este gobierno. El titular de la AFIP, Alberto Abad, admitió la semana pasada que en el 2007 la presión tributaria será más alta que este año. Pero cuando le consultaron si hay previstas modificaciones en las bases imponibles de los actuales tributos, dijo que no y agregó que “no es la AFIP quien decide la política impositiva”: es desde la Casa Rosada donde se determina que el sistema tributario argentino siga siendo uno de los más regresivos del mundo entero.
En un seminario en la UBA, Cristina Fernández alertó que los subsidios estatales deberían ir a los pobres y no a los empresarios de servicios públicos, que reciben, dijo la esposa de Kirchner, beneficios fiscales y promocionales capaces de deparar “muchas sorpresas”. Preciso y contundente. Lástima que continúa sucediendo lo contrario. Las viviendas destinadas a la clase media, que el Gobierno se apuró a anunciar confiando en la sensibilidad de los bancos para transformar inquilinos en propietarios casi de la noche a la mañana, permanecen, con suerte, en un purgatorio inmóvil. Pero en cambio se ratifica que la construcción permanece motorizada por las propiedades destinadas a los compradores de más alto poder adquisitivo. Curiosa forma de encarar como causa nacional la corrección de un déficit de viviendas que llega a los 3 millones de unidades habitacionales. ¿No es por parámetros como éstos por donde pasa la detección de cuánto aporta el Gobierno para mejorar la calidad de vida de la mayoría de los argentinos? ¿Hasta qué punto las estocadas con las grandes corporaciones conservadoras no pueden o podrían ser vistas como una cortina de humo, que libera al oficialismo de dar respuestas en los aspectos nodales de la economía?
Los enemigos explícitos de la administración oficial demuestran que algunas cosas se hacen bien. Pero sería igualmente impropio que esa necesidad de apoyar al Gobierno en todo cuanto abroquele a sectores medios y populares, en la defensa contra el regreso de los muertos vivos, se convierta en displicencia al momento de juzgar que la distribución de la riqueza está intocada y que el modelo sigue abrevando en el esquema Hood Robin. La derrota de los grupos facciosos y fascistas vendrá de la mano con la confianza social en que el rumbo escogido apunta a cambiar la correlación de fuerzas entre quienes tienen de todo y quienes circulan entre poco y nada. Si eso no es así, se corre nada menos que el riesgo de rifar un discurso oficial, y algo más también, de enfrentamiento con lo peor de la sociedad argentina. Kirchner no es un alentador de odios, y si por alentar odios se entiende hacer justicia con los genocidas, que bienvenido sea. Sí es un hombre de grandilocuencias discursivas, que hasta ahora supo elegir muy bien los sparrings según el momento o la etapa políticos.
¿Cuál es el problema? Que cuando la economía no acompañe, o comience a advertirse que no hay un cambio profundo sobre el esqueleto heredado de los ’90, los sparrings serán apreciados, justamente, como sólo eso: como datos menores del paisaje político (curas, caterva militar, la Bonaerense, los Blumberg, las campañas de la “prensa independiente”). Y con ésos no se jode. Se los enfrenta, claro que sí, pero con la prevención de que el choque nunca pueda ser visto como un entretenimiento para la gilada. A corto, mediano o largo plazo, ese boomerang puede ser terrible.
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