CULTURA
OPINION
POR ANDRES RIVERA
El futuro es nuestro
Creo que fue en los años ‘50 o en los ‘60. No mucho más que eso, apenas cuarenta o cincuenta años atrás, cuando José Luis Mangieri y yo decidimos ser camaradas y amigos, por todo el tiempo que fuese necesario para que la revolución nos convocase a la toma del Palacio de Invierno. Hablamos, hoy, con algunas canas en el pelo, y algunas arrugas en la piel, de esa cita que se posterga y, a veces, repetimos, con una sonrisa de burla en los labios, una frase demasiado usada, y demasiado vacía ya, y demasiado idiota para que nosotros la pronunciemos: el futuro es nuestro.
Sé, también, que fuimos, en esos cuarenta o cincuenta años de camaradería y amistad, maoístas. Lo fuimos en soledad, y JLM fundó La Rosa Blindada, y yo oficié de secretario de redacción de la revista, y en sus páginas apareció la firma de los jefes de la revolución vietnamita, y lo mejor de la literatura, la plástica y el teatro argentinos. Nombres, datos últimos, que no defraudaron las expectativas despertadas por su juventud y su excepcional talento. Y cuando los uniformados de turno –los que ladran en el Quijote– clausuraron La Rosa Blindada, JLM, infatigable y militante, puso en pie Libros de Tierra Firme. Tengo, para mí, que luego de Boris Spivacow nadie trabajó tanto, con tanto ahínco, y sin ceder al desánimo y a la amenaza, como JLM.
Mírenlo: ahí va JLM por la calle Corrientes con la poesía de inéditos y famosos en los Libros de Tierra Firme, y los deposita en las librerías que abundan en esa calle, y todavía cree que mañana será mucho más que otro día.
POR ALBERTO LAISECA
El editor legendario
Cuando me preguntaron si tenía tiempo de escribir algo sobre Mangieri mi respuesta fue instantánea: “No. No tengo tiempo. Además estoy estresadísimo”. Claro que agregué: “Pero para Mangieri siempre habrá tiempo y no hay estrés que valga”. Más allá de mi agradecimiento personal porque me publicó Poemas chinos, es un hecho que todos tenemos que estarle agradecidos, aunque no nos haya editado cosa alguna. José Luis Mangieri es un editor legendario. Desde las épocas de La Rosa Blindada hasta hoy ha hecho patria y obra.
El destino del editor serio, en esta Argentina nuestra, es ser tomado de Congo: “Pues ándale, pégale. Ya”. El destino del editor serio, en esta Argentina nuestra, es entrar en una sinusoide amortiguada con final e inevitable estrangulamiento económico. El destino del editor serio, en esta Argentina nuestra, es el mismo de Arquímedes cuando encontró la relación entre las esferas y los cilindros. Tal como el viejo no dijo (pero debió decir): “He encontrado la perfección con esta vaina. Lástima que no sirve para un carajo”. Es una ecuación con dos incógnitas: si despejo la guita, no me queda obra. Si despejo la obra, no me queda guita. Y nosotros, los que lo conocemos muy bien, sabemos cuál de los términos de la ecuación despejó Mangieri.
POR DIANA BELLESI
Porteño, macho y fatal
Un timón en la tempestad, eso es mi amigo José Luis Mangieri. Y timón quiere decir dirección correcta, la que lleva a un puerto elegido o es capaz de mantenernos a flote aun con las máquinas averiadas bajo la tormenta, capaz de protegernos por su sola presencia y después gritar ¡tierra!, o rayo que nos parta el barco, sigue en pie y algunos siguen vivos y otros nacen, mal que les pese, constantemente la yerba mala nunca muere. Un tipo con magníficos enunciados que es todavía mejor que sus enunciados. Porteño, macho y fatal, aliado en la lucha de las mujeres por la igualdad de sus derechos, y de todas las minorías, al frente por ejemplo en las primeras marchas del orgullo lesbiano-travesti-gay a principios de los ‘90. El que te hace llamadas a larga distancia y el que te pregunta por tu vieja. El que te pone un bife en la parrilla y te hace plantas de gajos de su jardín. El que te publica libros cuando nadie te los publicaría y recuerda una frase extraordinaria de Chejov entre mate y mate cuando se hace un silencio. Pudoroso –jamás muestra sus poemas y lleva décadas anunciando su publicación–, parco con lo suyo y generoso con lo ajeno, mi amigo José Luis Mangieri.