DEPORTES › CUATRO REFLEXIONES ANTE EL DESCENSO A LA B DE LOS MILLONARIOS

River, pasión y tristeza

El descenso del equipo de Núñez motivó la reflexión de dos hinchas, Soriani y Cufré. Osvaldo Bayer, un “canaya”, recuerda la caída similar de su equipo, en tanto Mempo Giardinelli pide la renuncia de Grondona por la violencia posterior al partido. Escriben: Hugo Soriani, Osvaldo Bayer, Mempo Giardinelli, y David Cufré

Querido viejo

Por Hugo Soriani

Querido hijo:

Esta carta está consagrada a los festejos de River por la obtención del campeonato, así que empiezo a contarte.

El domingo jugaron River y San Lorenzo, un partido en el que desde un comienzo dominó River y ya en el segundo tiempo arrinconó a San Lorenzo en su arco, pero pasaban los minutos sin que llegara el gol que tanto necesitábamos, pero a los veinticuatro minutos Alonso recibe un corner y de cabeza hace el gol. El estadio tembló como nunca, River siguió apretando y luego llegó el segundo y enseguida terminó el match, ante la enorme alegría y emoción de la gente, pues ya se saboreaba el campeonato.

El miércoles se jugó el partido con Argentinos Juniors con la cuarta división, por la huelga de jugadores, y con el triunfo de River la gente directamente enloqueció y fueron en manifestación hasta el Monumental, donde todos dieron rienda suelta a su alegría. Hubo manifestaciones hasta altas horas de la noche en todos los barrios, hasta en el Barrio Norte. Los autos hacían sonar las bocinas como un medio de identificación con la alegría que vive todo el pueblo.

Hoy sábado fui dos veces al estadio y por fin pude sacar una platea para el partido con Racing.

Retomo la escritura hoy lunes. Cuando iba al estadio la Avenida del Libertador presentaba un aspecto único: autos embanderados, familias enteras, desde la abuela hasta los nietos, todos con emblemas blancos y rojos: eran los padres que llevaban a sus hijos a ver un espectáculo único como era la coronación luego de 18 años.

Una vez en el estadio el espectáculo era indescriptible, único, como ni yo ni nadie habíamos visto antes, hasta los trenes se asociaban al júbilo tocando su silbato al pasar. Un gran globo de gas despegó del estadio y voló por la ciudad, y al salir los jugadores ya fue la locura, rodeados de miles de hinchas, la “gorda Matosas” adelante y eufórica. El partido fue lo de menos y se suspendió en el segundo tiempo, pero ya River ganaba dos a cero y estaba todo dicho.

Después siguieron las manifestaciones interminables, no sólo acá, sino en todas la ciudades del interior.

Y cuando ya volvía caminando desde el estadio hasta las Barrancas de Belgrano, no pude menos que acordarme de cuando eras chico y los dos hacíamos el mismo camino, que a veces me decías que te daba una puntada en el estómago y teníamos que parar un rato a descansar.

¡Cuánto te extrañé ayer, en cuántas cosas he pensado y cuánto he recordado!

Eran tiempos más felices que volvían a mi memoria, alegrías y emociones del ayer que ya está lejano.

Y termino este relato deseándote que estés cada día mejor y enviándote un fuerte abrazo.”

Esta es la carta que mi padre me escribió a la cárcel en agosto del ’75, cuando River rompió con la racha de 18 años sin ganar campeonatos.

Yo estaba preso desde hacía un año. Aislado en la cárcel de Magdalena y sin posibilidad de leer otra cosa que no fuera la correspondencia de mis familiares directos que, por supuesto, llegaba a nuestras manos con el sobre abierto por los censores.

La carta me llegó con quince días de atraso, y la noticia del campeonato la recibí primero de la boca de un guardián, gallina como yo, que violando todas las consignas compartió el júbilo conmigo aun a riesgo de ser sancionado. Hasta ese punto llegan las complicidades que genera el fútbol.

Recién ahora que soy padre, casi cuarenta años después, puedo comprender la soledad de mi viejo en el festejo.

Cuando nos separó la política y cada almuerzo familiar se convertía en una disputa, el fútbol nos seguía uniendo y volvíamos a él como el salvavidas capaz de mantener a flote nuestra relación, quebrada por las diferencias insalvables entre sus ideas y las mías. Entre su pensamiento rígido, forjado en su carrera militar, y el mío que empezaba a formarse en la militancia de izquierda.

Durante mis largos años en prisión, mi padre no faltó a una sola visita. Separados por el vidrio del locutorio, seguíamos peleando cada vez que discutíamos de política, hasta que ambos, dolidos, nos refugiábamos en River como punto de encuentro y coincidencia.

La despedida era sin abrazo, el vidrio que nos separaba lo hacía imposible, pero el adiós con la mano iba acompañado de la única consigna que podíamos compartir: ¡Viva River, carajo!, gritábamos los dos cuando sonaba el silbato que anunciaba el fin de la visita.

Así fue en Magdalena, en Caseros, en Rawson, en Devoto: ¡Viva River, carajo!, gritamos siempre que nos despedimos durante aquellos años interminables.

Mi padre murió en el ’89, pero antes tuvimos una revancha. Festejamos juntos la obtención de la Copa Libertadores del ’86: yo había recuperado la libertad tres años antes y él compró las entradas que nos unieron aquella noche en un abrazo interminable en la tribuna San Martín alta, cuando “el búfalo” Funes hizo el gol consagratorio.

Hoy regreso de la cancha con Joaquín y Jorge, mis dos hijos, caminando hacia Barrancas de Belgrano. Vamos tomados por los hombros, tristes, pero no solitarios. Nos acompañamos los tres y juntos afrontamos esta pesadilla. Recordando a mi padre, hacemos el mismo trayecto que cincuenta años atrás yo hacía de su mano.

Ya no hay otro partido. Ya sonó el silbato que no anuncia el fin de la visita, sino la derrota inapelable. Ya estamos en la B. Ya sabemos que ahora iremos a la cancha los sábados y que tendremos que cambiar nuestras rutinas. Ya no habrá más clásicos para palpitar y tendremos que aprender hasta los nombres de nuestros nuevos rivales.

Pero los tres gritamos fuerte para que mi viejo nos escuche donde quiera que esté. Gritamos bien fuerte. ¡Viva River, carajo!



Que River contrate a las once alemanas

Por Osvaldo Bayer

Me manda un mail el director de este diario y me dice: “Ya que sos hincha de River, escribí una nota sobre el partido del domingo”. Primero que no soy hincha de River, y segundo que estoy lejos del clima ciudadano y de las lágrimas y los mocos de los pobres millonarios. Y le contesté en tono diplomático: “Señor director, de mi consideración: yo soy hincha de los canayas, sí, con ‘y’, de Rosario Central, que descendió y nos llenó de vergüenza a quienes en los años de gloria vimos jugar al “torito” Aguirre –el mejor jugador argentino de todos los tiempos– cuando le ganábamos caminando a todos los porteños. No estoy con la moral suficiente ahora para escribir sobre River, en este vergonzoso paso, yo que vi jugar a aquella ‘máquina’ riverplatense con Barrios, Vaghi y Ferreyra; Iacono, Rodolfi y Ramos; Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau. ¡Qué equipo, qué jugadores! Más todavía, vi al equipo anterior a ese que todavía me gustó más: Bossio, Juárez y Cuello, Malazzo, Minella Wergfiker; Peucelle, Labruna, Bernabé Ferreyra, Moreno y Pedernera. Qué equipo, señor. Y eso que no ganaban millones como ahora. Ni tampoco necesitaban ni concentración tres días antes ni entrenamiento. Moreno decía que los domingos, antes del partido, siempre se comía un pucherito de gallina y se tomaba tres cuartos de tinto. Cómo manejaban la pelota, eran ángeles en el paraíso verde”.

Sí, y ahora esto, del descenso sí o no de River. Como el querido equipo canaya. Con el mail en pantalla me puse a pensar con tristeza de tablón. Y me decidí y le contesté al jefe: “Bueno, señor director, lo haré, qué espacio tengo”. Y aquí estamos, escuchando el partido por pantalla.

Ni por los cordobeses ni por los patéticos millonarios. Por el má mejor. Pero antes me doy el gusto. Enciendo el televisor: se está jugando en tierra germana el campeonato mundial de fútbol femenino. Justo ahora, Alemania contra Canadá. Las alemanas ya dos veces seguidas campeonas mundiales. Los dos últimos, en el 2003 y en el 2007. Pese al machismo. Porque es increíble, pero en Alemania hasta no hace tanto estuvo prohibido el fútbol femenino. Y eso que el hombre alemán no es nada machista. Pero que no le toquen su deporte sagrado. Son increíbles las recientes declaraciones de hombres del deporte alemán que fueron preguntados acerca de qué piensan sobre el fútbol jugado por mujeres. Se puede hacer una galería de burradas. El famoso Gerd Müller, coronado en toda clase de campeonatos y goleador de las selecciones, respondió taxativamente: “Que vayan a la cocina”, y agregó: “A mi mujer no le permitiría jamás jugar al fútbol”. Otro famoso jugador, Rudi Völler, al hablar mal de un árbitro, dijo: “Ese dirigió el partido igual que las mujeres juegan al fútbol”. Berti Vogts, jugador y ahora técnico, señaló: “En sí no estoy contra el fútbol femenino, pero hay tantos deportes bellos... ¿Por qué justamente a las mujeres se les ocurre jugar al fútbol?”.

El fútbol femenino estuvo prohibido en Alemania hasta 1962. El presidente de la Asociación del Fútbol alemán de aquel tiempo, Peco Bauwens, señaló: “El fútbol no es un deporte para mujeres. Nosotros no vamos a perder el tiempo en ese tema”.

El entrenador Sepp Herberger, campeón mundial en 1954, dijo: “El fútbol no es un deporte apropiado para mujeres porque es un deporte de lucha”. El futbolista Max Morlock sostuvo hace unos días: “Yo les recomiendo a ellas que practiquen natación, atletismo, ejercicios físicos o andar en esquí. Esas son actividades para mujeres”. Y otro futbolista alemán de los buenos, Rudi Gutendorf, ya llegó un poco al machismo más pesado cuando por la radio sostuvo: “En la cama, sí, la mujer es una figura magnífica, pero en una cancha de fútbol se me aparece como una figura del espanto”.

Todo esto en Alemania, un país nada machista, donde las mujeres gozan de todas las libertades. Lo interesante sería, por ejemplo, hacer una encuesta sobre qué piensan los hombres argentinos sobre el fútbol femenino. Creo que llegaríamos a un estudio interesante en la relación mujer-hombre. Me gustaría que esa investigación la realizara nuestra colega Sandra Russo, que tiene un olfato especial para esos temas. Sí, es una lástima no ver a un equipo femenino argentino de fútbol en este torneo mundial cuando, por ejemplo, están representados por ellas Brasil y Colombia.

Pero vayamos a los partidos; River contra Córdoba, por el honor de jugar en primera; y Alemania contra Canadá (campeonato mundial de mujeres).

Reinicio la nota. Han terminado las mujeres de correr tras el objeto redondo.

Parecieron figuras de ballet con la música de fondo de un público esencialmente femenino y de chicos. Ninguna violencia. Aplausos, besos, abrazos. Ganaron las alemanas 2 a 1, aunque merecían ganar por más. Se perdieron varios goles cantados. Fueron sin duda superiores a las canadienes. El público se retira. Hay música de valses.

Lo de River y los cordobeses terminó muy mal. Recuerdo cuando se inauguró el Monumental ahí en Núñez. Fue en 1939. Se habló mucho en los discursos de la nobleza del deporte, todo se hacía por el afán de jugar y mostrar la destreza física.

Hoy, River nos demuestra lo caído que está nuestro fútbol, los negocios, el dinero, las pésimas administraciones. Ironías del destino, ahora acompañará a los canayas entre los clubes del descenso.

Del final con música de valses en el fútbol femenino a las pedradas y la violencia de anoche, en las tribunas porteñas. No puedo seguir la nota. Tristeza.

Pero vamos a terminar con algo de humor. Un periodista uruguayo, cuando termina aquí el partido del campeonato mundial femenino, me pregunta cómo anduvo River. Le contesto que se fue al descenso. Y me responde: “Deciles que contraten a las once alemanotas de hoy, que los van a llevar de nuevo a Primera”.

Me quedo pensando. No estaría mal equipos mixtos de fútbol, de hombres y mujeres. Tal vez acabaríamos para siempre con la violencia.



Yo lo acuso y le exijo que renuncie

Por Mempo Giardinelli

Carta Abierta al Sr. Julio Grondona:

Sr. Julio Grondona: Escribo esto en la noche del domingo y mirando, azorado, las imágenes de la cancha de River después del partido ante Belgrano de Córdoba. La verdad es que en esta hora no importa el resultado futbolístico que tanto duele a miles de argentinos y argentinas. O sí importa, pero tanto como la alegría de muchos otros miles de compatriotas, la inmensa mayoría cordobeses. Esos son los avatares del deporte: unos ganan, otros pierden.

Escribo esto mirando el descontrol, los desmanes, el horror, el disparate en que está sumido el fútbol argentino por su exclusiva responsabilidad. La suya, Sr. Grondona, porque usted es el mandamás de este deporte desde hace más de 30 años, y esto no es la primera vez que sucede, pero sí es la más grave. Por lejos la peor. Sin dudas.

Y escribo esto cuando todavía la hinchada de Belgrano, miles de aficionados que vinieron desde Córdoba, no pueden salir del estadio Monumental y la televisión informa de batallas campales a veinte cuadras a la redonda. Mucho temo por ellos esta noche, cuando puedan evacuar el estadio para regresar a su provincia y sus hogares. Y mientras tanto, me lleno de preguntas tan amargas como ardientes.

Que le exijo responda, por favor, porque está a punto de jugarse la Copa América y en circunstancias en que parece que usted va a ser reelecto al frente de la AFA, lo cual para mí y para cualquier persona decente es algo completamente inexplicable.

¿Por qué se jugó este partido con público, señor Grondona? Si era obvio que esto iba a suceder, ¿por qué? ¿Qué negocio hubo esta vez? ¿Todo esto sucedió para vender 60.000 boletos?

¿Por qué no se aplicó el mismo criterio que con Vélez y San Lorenzo, que jugaron en la cancha de Boca, vacía?

¿Y con Huracán, que después del partido con Estudiantes debió jugar sin público?

¿Y hace poquito con Vélez, que fue campeón en una cancha vacía?

¿Se hará usted responsable de los 3000 policías en riesgo, con más de 15 heridos graves? ¿Y de casi un centenar de heridos en hospitales? ¿Y de los patrulleros quemados? ¿Y de las ambulancias? ¿Y del móvil de un canal de televisión, que fue devastado? ¿Y de los disparos al aire? ¿Y de los miles de vidrieras de comercios rotas? ¿Y de las decenas de comercios destrozados y saqueados, los supermercados, los kioscos, los bancos, los automóviles?

¿Y las instalaciones del Club Atlético River Plate, que son patrimonio de miles de socios que pagan sus cuotas, y hasta tienen allí una escuela, también arrasada?

Yo le pregunto, y lo acuso, Sr. Grondona: ¿quién pagará todo eso? ¿Usted?

¿O dirá que no sabía que esto iba a pasar? Porque todo el país sí lo sabía, señor, y los que amamos el fútbol no teníamos ninguna duda de que si había público en este partido, ganara o perdiera River, los riesgos de violencia eran gigantescos.

¿Qué les dirá ahora usted a los miles de vecinos de la cancha de River, que se supone es la más segura de las canchas de nuestro fútbol?

Y me pregunto: ¿Qué otra intención hubo detrás de esto? ¿Acaso castigar al Sr. Passarella, que en un año y medio hundió a una institución centenaria pero que esta noche no ha salido a dar la cara ni por la tele, igual que usted?

¿Acaso castigar al Sr. Aguilar, que durante ocho años de desgobierno fue hundiendo este club y ahora quién sabe dónde anda?

¿O acaso a los jugadores, que al menos lloraron de vergüenza deportiva y fueron los verdaderos héroes de la derrota porque, hay que decirlo, perdieron pero dejando todo en la cancha? Los que amamos el fútbol valoramos estas actitudes, cualquiera sea la camiseta que vistan. No como usted –y yo lo acuso, Señor– que es obvio que sólo ama el poder, la figuración y los viajes en primera clase. De lo cual tengo el derecho a suponer que al mismo tiempo le importa un carajo el fútbol.

¿O acaso quiso favorecer a quienes tienen la exclusividad de transmitir el Nacional B y que no es Fútbol para Todos?

¿Cómo es que no se siente usted responsable de la muerte de más de 200 aficionados, seres humanos víctimas de la violencia futbolera argentina en los últimos años?

Señor Grondona: ¿quién lo asesora, a quién escucha usted para tomar estas decisiones horrorosas? ¿O lo decide todo usted, como dicen, de manera autoritaria como parece haber aprendido desde que empezó a presidir la AFA en plena dictadura?

Desde luego, también le preguntaría muchas de estas mismas cosas a la gran mayoría de los dirigentes del fútbol argentino, que tan empeñosamente vienen arruinando historias y prestigio. A ellos, por cierto, les preguntaría qué ideas tienen, cómo piensan que se puede recuperar el fútbol argentino... Pero primero responda usted, señor: ¿Qué va a hacer ahora? ¿Qué explicación será capaz de sacarse de la manga?

Y la última pregunta, urgente y fundamental: ¿por qué no renuncia?

Por favor, por una vez en su vida haga algo digno y en bien del fútbol argentino, señor Grondona: renuncie ahora mismo y de manera indeclinable.

Atentamente.



No pasa nada

Por David Cufré

Escribo el viernes porque el domingo no sé qué será de mí.

Por qué determinada combinación de notas musicales nos estremece, nos pone eufóricos o nos lastima. Qué hay ahí. Por qué nos gustan ciertos ritmos, canciones e intérpretes y otros no. Y lo que a mí me conmueve, a otro ni fu ni fa. Allí debe haber herencia, geografía, identificaciones, sensibilidades, imaginarios, ideologías, representaciones. Como sea, en un punto esas melodías pasan a ser parte nuestra. Nos las apropiamos. Yo soy esa canción que elegí. Me constituye. ¿Mi vida sería la misma sin The Cure a los diecisiete años? No. ¿O sin ese recital de Radiohed del 24 de marzo de 2009? No. Y para otro su paso por este mundo no sería lo mismo sin los Beatles, Mercedes Sosa o Ricardo Arjona. El ejemplo se puede ampliar todo lo que uno quiera. ¿Sería yo sin La otra mujer de Woody Allen? Para los que nos gusta el fútbol, o al menos para mí, la elección de nuestro equipo es igual de fundante que la identidad. No es algo ajeno, es algo muy propio, y a la vez colectivo. ¿Qué importancia tiene si River gana o si pierde, si sale campeón o sale último, si juega en primera o juega en la B? Que allí estoy yo. El que gana o pierde soy yo, el que sale campeón o último soy yo, el que juega en Primera o en la B soy yo. Es así de absurdo. Cada semana. Y como dice mi suegro, ganamos, perdemos, pero mejor que ganemos. Vamos a estar más contentos. Es así de básico. Es la vida cotidiana. Sin embargo, creo que la clave está en lo que sigue: en medio de esa cotidianidad se va enredando la vida de uno. Se construye historia. ¿O sería lo mismo la relación con mi papá sin las apuestas de chocolates Jack cuando jugaban River y Boca y yo tenía seis, siete, ocho años? El, a manos de Boca, mi hermano y yo, a favor de River. En Boca jugaban Mouzo y Gatti, y en River, Passarella y Fillol. Son imágenes grabadas para siempre. ¿Y ahora mi hija Dana de seis años se divertiría igual si yo no le dijera, para convencerla de que se haga hincha de River, que existe el monstruo de Boca y si te muerde te pasa lo peor del mundo, que es que convertirte en bostera? Y las horas de profunda amistad compartidas en el Monumental con Gabriel desde los quince años hasta no hace tanto, charlando de todo mientras por la cancha pasaban Francescoli, Alzamendi, el Mencho, Ramón Díaz, Astrada, Aimar, Saviola, D’Alessandro, Cavenaghi, el Pipita. Y qué otro valor tendría en mi recuerdo el regalo que me hizo mi abuela el 14 de enero de 1986, cuando cumplí 16 años. Me dio unos australes que para mí fueron como oro, porque con esa plata fui hasta River y me hice socio hasta el día de hoy. ¡Y el primer partido que me tocó ver como socio fue el 5 a 4 contra Argentinos! Puedo seguir contando mi vida sin interrupción desde aquella infancia hasta ahora, pasando por el empate 1 a 1 con Nueva Chicago el día que me casé, el gol de Fabbiani a Central cuando nació Rocío, el baile que le pegamos a Colón cuando me mudé a Caballito. Si nos tocó irnos a la B –insisto en que estoy escribiendo el viernes– no pasa nada, y lo es todo. Cualquiera lo sabe. Lo mismo al revés.

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