Viernes, 7 de octubre de 2011 | Hoy
DEPORTES › OPINION
Por Diego Bonadeo
Como futbolista, Alejandro Sabella era de los que en general daba placer disfrutar. No era un forcejeador –estilo tan en boga por estos tiempos– ni un representante de lo que podríamos llamar “fútbol-angustia”.
Pero el de Sabella no es un caso aislado de entrenadores ex jugadores que parecen pensar un fútbol diferente al que jugaban.
Por esto no puede llamar demasiado la atención que haya convocado a la Selección Argentina a Rodrigo Braña, absurdamente uno de los seudojugadores más caros del plantel de Estudiantes de La Plata.
Resulta lógico, para cierta desculturización del juego, que sus dientes apretados y sus ojos desorbitados sean más tenidos en consideración en su equipo que, por ejemplo, la mente despejada y la gambeta lúcida de Gastón Fernández.
Esa desculturización se traslada a la Selección, cuando, por caso y no hace tanto, el propio Sabella afirmaba –pareciera que casi sin rubor– que Lucho González bien podría ser un “triple cinco”. O sea un “quince”. Además, en sintonía con la convocatoria de Braña.
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