Miércoles, 30 de abril de 2014 | Hoy
DEPORTES › OPINION
Por Pablo Vignone
¿Cuál es el sentimiento remanente veinte años después de la muerte de Ayrton Senna? Una profunda melancolía. La Fórmula 1 cambió radicalmente, en especial en el rubro de la seguridad, pero no siempre para bien en el terreno de la competencia, acaso perdido ya el escrupuloso respeto por la esencia del deporte.
Que los autos y las pistas de la F-1 resisten con mayor eficacia el peligro es indudable. Que Robert Kubica emergiera vivo del tremendo accidente en Canadá 2007 es un tributo al sacrificio de Senna; que Felipe Massa continúe corriendo después de haber recibido el impacto de un resorte en el casco en Hungría 2009, también. Esas dos vidas se salvaron en función de la toma de conciencia que siguió a la tragedia de Imola.
El sistema Hans, que protege el cuello de los pilotos, comenzó a usarse en 2000, seis años después del accidente de Roland Ratzenberger; el austríaco podría haber salido ileso de haber usado el dispositivo. Parece ser ley en cualquier orden que el progreso opera por reacción, casi nunca por iniciativa fortuita.
“Siempre existirá el peligro”, opina el campeón mundial Sebastian Vettel. Que haya ganado cuatro títulos mundiales en sucesión acaso también sea un legado del ídolo brasileño, cuya muerte abrió paso a una era de la F-1 con numerosas reglas de juego que la esterilizan excesivamente. Es el otro precio que hubo que pagar.
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