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Mirando los ombligos
Por Diego Bonadeo
El tiempo se pasa volando”, se dice tan habitualmente como tantas otras cosas, retruécanos, chascarrillos. Y en especial, se pasa volando para quienes, como quien esto escribe, creen haber vivido, cierto que lamentablemente, bastante más de lo que supuestamente les queda por vivir.
Pero el receso futbolístico que ya termina, pasó bastante más lentamente que recesos anteriores. Es como si hubiera una oxigenante disposición a escaparle a las habituales cuestiones extrafutbolísticas que habitualmente entornan los días de inactividad local.
El abdomen de Carlos Tevez, como si fuese pertinente sopesar a los futbolistas a su paso por la balanza, o más tilinga y chantamente todavía, por el perfil que la cintura de los que juegan acusa en fotografías o televisión, se convirtió en “el tema” apenas finalizada la temporada 2003, con Boca campeón local e intercontinental y con Tevez jugando quizá tan mal, o por mejor decir y escribir, quizá tan poco, como casi nunca antes, con el juvenil que ganó la eliminatoria olímpica en Chile.
Pero no solamente los kilogramos de Tevez ocuparon la pasatista atención, que a poco de despreocuparse del delantero de Boca, le apuntó a la barriga de Chilavert, quizá tanto como al retorno del arquero paraguayo al fútbol argentino y a Vélez para jugar la copa.
Como transferencias multimillonarias del y al fútbol vernáculo no hubo, y escándalos mayúsculos –por lo menos que se sepa– tampoco, las miradas fueron a la altura de los ombligos de algunos futbolistas, como si el más grande de todas las épocas no hubiera sido el gordito mágico de Villa Fiorito.