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Treintaño tené vó, bolú
Por Diego Bonadeo
“Pero vó tené treintaño, bolú...” Sacada o no de contexto, la frase fue textual en una “entrevista” con el Kily González –destinatario del encomillado– y Carlos Tevez, dos de los integrantes de la Selección Argentina que hoy se juega el pase a la final. Con marea baja y encallando con el más elemental de los castellanos, más que naufragando en el pretencioso mar de fondo de sus olvidables noches televisivas, la de Alejandro Fantino (quien parece haber cambiado la crema de enjuague y la sociología por un permanente y “codificado” sistema de complicidades con quienes hace como que reportea) fue, quizás, la demostración más palmaria de cuánto mejor es el mensaje de los protagonistas olímpicos –los que juegan, los que corren, los que nadan, los que saltan, en fin, los que compiten– que quienes, con algunas excepciones, comunican desde Grecia.
Desde la simpleza del entrenador del seleccionado femenino de hockey Sergio Vigil, tesonero y empeñoso no solamente en soñar con la dorada para las chicas –que perdieron con China, pero no la chance que se jugará hoy–, pero recordando con el mismo tesón y empeño que bien se la merecería el fútbol –por cómo juega el equipo y por los embates de los pícaros de café a la hombría de bien de Marcelo Bielsa– hasta los entrañables testimonios de Georgina Bardach, la dupla Suárez-Tarabini, el remero Santiago Fernández, futbolistas, basquetbolistas, voleibolistas y demás, todos con entusiasta mesura, y todos con testimonios enriquecedores.
Habiendo o no llegado a la meta propuesta, en el podio, cerca del podio o con el podio lejos, los olímpicos –aunque también con excepciones– dejaron bien en claro que los “códigos” son para los pillos, para los mafiosos o para la Justicia. No para el deporte.
Otra cosa son las lealtades y las traiciones.