DEPORTES
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Cuestiones de altruismo
› Por Facundo Martínez
Las imágenes editadas a propósito de la violencia en el superclásico son contundentes. Ya no las del escándalo mayúsculo, llámese los empujones, las trompadas y los arañazos que, por delante y por detrás, se cruzaron desde ambos bandos tras las expulsiones de Gallardo y Cascini, imágenes terribles para una sociedad futbolera que invierte tanto esfuerzo en cuestiones de seguridad deportiva, sino las que con ingenio macabro se nos presentan como “toda la violencia que usted no alcanzó a ver”, quizá por el simple hecho de intentar seguir la pelota: los salvajismos de los jugadores tras bambalinas.
La verdad a cualquier precio, ¿hasta dónde son capaces de llegar los dirigentes, autoridades, etcétera? Habrá que ver qué medidas tomarán al respecto los tan mentados proclamadores de la lucha antiviolencia frente a este nefasto documento del superclásico; qué sanciones aplicará a los implicados el tribunal de disciplina de la Conmebol; y, cuestión para seguir de cerca, qué medidas tomarán los dirigentes de ambos clubes, quienes hasta el momento no han hecho sino buscar justificaciones, que por cierto irritan.
El vicepresidente de River Julio Macchi opinó que el nerviosismo de los jugadores de su club se debió quizás al hecho de sentirse “once contra todos” debido a la ausencia de hinchas de River en la Bombonera. Por su parte, y no menos errado, el vicepresidente de Boca Pedro Pompilio ensayó una seudoexplicación psicológica al señalar como una posible causa de las reacciones de los riverplatenses “la obsesión que significa para ellos la Copa Libertadores”.
Este documento de la barbarie futbolera, y está claro que no se habla aquí de los inevitables roces del área, esos que en el fútbol “siempre existieron”, merece atención urgente y reflexión. La saña, por ejemplo, con la que el defensor Horacio Ameli repartió violencia en el superclásico a diestra y siniestra es sistemática y no el producto de la repentización. Peor incluso que el arañazo de Gallardo a Abbondanzieri o la trompada de Barros Schelotto al preparador físico Gabriel Macaya, todo en medio de una gresca generaliza, aunque también reprochable, el clip de Ameli muestra a un defensor frío y calculador que aprovecha cada oportunidad para lastimar. Así se lo ve cuando le clava el antebrazo en la garganta al colombiano Vargas, a quien luego le va a descargar una serie de piñas a repetición en los riñones y finalmente va buscar provocar con gestos ofensivos; así también cuando, a espaldas del árbitro, le propina un tremendo pisotón en los genitales a Barijho, que ni siquiera lo ve venir porque está caído en área. Acciones todas lamentables para el jugador y caudillo que Ameli quiere y puede ser, si acaso retrocede unas casillas, rehúye del altruismo mal entendido y retoma, para bien de todos y de su propio equipo, el camino del solofútbol.
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