Miércoles, 8 de agosto de 2007 | Hoy
DEPORTES › OPINION
Por Pablo Vignone
Un par de semanas atrás, cuando la Selección Sub-20 conquistó en gran forma el Mundial de Canadá siete días después de que la Selección perdiera la final de la Copa América, y el hincha común se preguntara por qué siempre los pibes y nunca los grandes, en Página/12 dimos respuestas, algunas relacionadas con el crecimiento a veces precipitado de los chicos de las inferiores. A propósito de la venta inesperada de Maxi Moralez, una de las figuras de ese juvenil de Hugo Tocalli, podría agregarse: también por esto.
En tren de reflotar notas ya publicadas, la semana pasada se dio cuenta también de la espantosa sangría sufrida por el fútbol argentino durante el receso. La cuenta, inflacionada por los siete millones de dólares que el FC Moscú pagará por el pase del jugador (5,6 a Blanquiceleste SA, 1,4 a Racing Asociación Civil), trepará ya a 122 millones, algo así como 400 millones de pesos. O más, ya que la oposición sugiere que la venta pudo haberse hecho por más dinero, un sobrante que habría quedado en el camino.
Lo que el domingo era pura ilusión racinguista, al punto de que el entrenador Gustavo Costas se animó a pronosticar que su equipo podía pelear el título del Apertura, se transformó ayer en amargura. Desde su juventud, Moralez justifica la decisión repentina de partir al exterior, apoyándose en el irresistible atractivo económico de la operación (recibirá cinco millones de dólares en tres años), y en el glamour que supone jugar en el fútbol europeo.
Sin embargo, aquellos personajes más experimentados que lo rodean podrían haberle explicado que, en términos de fútbol, Europa se reduce a España, Italia o Inglaterra, y en menor medida Alemania o Francia. Y que una venta al exterior por motivos económicos no asegura tanto: para mencionar un caso entre tantos, el de Andrés D’Alessandro, figura en el Mundial Sub-20 2001 en la Argentina, apresurado por una transferencia al fútbol alemán, dejó entonces de frecuentar el alto nivel de competencia jugando en clubes como el Portsmouth y, recién ahora, en el Zaragoza, quedándose sin Mundial.
A Frasquito, como le dicen al pibe que mide 1,60 metro, podrían también haberle refrescado historias de promesas que fueron a jugar al fútbol ruso y dejaron de ser siquiera prospectos: caso más notable, Fernando Cavenaghi, que merodeó la Selección mientras hizo goles en River –alguna vez lo citó Pekerman–, pero que fue borrado de las agendas apenas se enterró en Rusia. No porque fuera a cambiar de idea, sino porque a los 20 años debe saber a lo que se expone.
Entre esos personajes encumbrados que lo rodean está Fernando Hidalgo, el empresario que promovió la operación al FC Moscú. Es el mismo que la semana pasada le ordenó al arquero paraguayo Hilario Navarro que abandonara la concentración de Racing, adonde lo había llevado, para que fuera a la de River, en donde conseguía mejor precio, una operación abortada por la intervención de Julio Grondona; Hidalgo es el mismo que había llevado a Ernesto Farías al Toluca mexicano para sacarlo al día siguiente y mandarlo al Porto, una desprolijidad que acaba de despertar en México la intención de boicotear las compras de futbolistas argentinos (ver página 28).
Como ya se publicó reiteradamente en estas páginas, Hidalgo es una de las caras visibles de la agencia HAZ Sports, a cuya sigla aportó la inicial de su apellido. Tiene un socio argentino, Gustavo Arribas, y uno israelí, Pini Zahavi, el intermediario que armó la operación de compra del Chelsea por parte del millonario Roman Abramovich, de origen ruso. El FC Moscú, que compra a Moralez, es del mismo origen... Y puede sospecharse que el origen del dinero ruso que compra futbolistas pagando al contado está vinculado con tráficos poco transparentes.
Moralez viajó ayer mismo a Moscú acompañado por su padre, un albañil que dejó el fratacho en Santa Fe y que, lógicamente, no le aconsejó relativizar la trascendencia del fútbol ruso o reflexionar sobre el nivel de su Liga. Sólo si ocurre un milagro, Moralez seguirá creciendo en ese ámbito y podrá aspirar a integrar la Selección Argentina del futuro, la que se pretendía que Alfio Basile comenzara a armar a partir del traspié en la Copa América. En tres años, Moralez estará económicamente salvado, su familia satisfecha, probablemente el FC Moscú pelee el campeonato. Los dramas que sangran al fútbol argentino mantendrán vigencia. Y los que se deslumbran ante la magnitud de estas exportaciones ya tradicionales seguirán preguntándose, ajenos a lo que sucede realmente, por qué los pibes sí y los grandes no...
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