DIALOGOS › AMéRICO CASTILLA, EN BUSCA DE UN NUEVO PARADIGMA PARA LOS MUSEOS
Es fundador y presidente de TyPA (Teoría y Práctica de las Artes), una organización que propone abrir nuevos caminos en experiencias culturales. Aquí, cuenta cómo los museos pueden adaptarse a los nuevos intereses del público. Una conferencia internacional en Buenos Aires buscará a partir de mañana fomentar ideas transformadoras y nuevos enfoques creativos.
› Por Andrew Graham-Yooll
Américo Castilla desborda entusiasmo por el proyecto de un museo para el siglo veintiuno. Hay que dar nueva función a museos obsoletos o que parecen ser sólo colecciones de cosas raras, objetos extraños desde terneros con dos cabezas hasta obras artísticas y domésticas de diferentes épocas, pasando por pedazos de animales y vegetales petrificados. En Buenos Aires mañana se inaugura una conferencia internacional donde los organizadores, la Fundación Teoría y Práctica de las Artes (TyPA), que dirige Castilla, y la American Alliance of Museums (AAM), de Estados Unidos, unieron fuerzas para presentar El Museo Reimaginado (EMR). Los 400 participantes –académicos, expertos, dueños de proyectos y otros– se reunirán en el Museo de Arte Moderno (Mamba), en la Avenida San Juan.
La literatura promocional los presenta como una plataforma de innovadores en las mejores metodologías, de ideas transformadoras y nuevos enfoques creativos. De ahí se propone compartir interrogantes que tuvieron respuestas exitosas para problemas comunes.
El objetivo es crear una red de profesionales de América que señale nuevas alternativas de acción y solución. Suena estruendoso, pero eso promete el catálogo.
–¿Cómo se piensa en un museo para el siglo veintiuno, que sea lindo, entretenido e interesante para un gran público?
–En esta conferencia internacional se va a debatir la confrontación del museo del siglo veinte y el del siglo veintiuno. Hay un cambio de paradigma. Hasta el siglo veinte el museo estaba muy centrado en las colecciones y en la erudición de los que interpretaban esas colecciones, ya sea un museo de ciencias, de historia o de arte. Y antes del siglo veinte, en el diecinueve, estaba lo que se reducía a lo que los ingleses llamaban un “gabinete de curiosidades”. En realidad, fue una forma de mostrar cierta superioridad. Los ingleses tuvieron el primer museo del cual se tiene recuerdo. Hacían expediciones, traían de vuelta objetos exóticos y era una forma de dejar señas de donde habían estado en todo el mundo.
–Era una forma de mostrar su poder. Entonces, ¿el Museo Británico fue el primero?
–No, el primero fue un museo universitario. La historia está en mi libro sobre museos. A mediados del siglo veinte se comienza a perder la hegemonía de los objetos y empieza a tomarse más en cuenta al visitante como prioridad. El objetivo era como crear una experiencia por encima del hecho de que los objetos sigan siendo atractivos, bellos y únicos, que la experiencia vincule al visitante, hablarle de su entorno de objetos y conocimientos. Que deje de ser sólo un lugar donde se informa. Hoy la información está en las redes, está en los libros. Los museos ya no son una fuente primaria de datos.
–Pero los objetos son información primaria en gran número de casos...
–Son mucho más que eso. En ese ambiente puede provocarse una experiencia sensorial, apelando a las múltiples inteligencias de las cuales podemos disponer y que no son sólo las intelectuales. Pueden ser las kinéticas, que el psicólogo de la educación estadounidense Howard Earl Gardner llama múltiples (musical, kinestésico, matemática, lingüística, etc.). La información está ahora más ligada al concepto de erudición del siglo veinte. Me acuerdo de un diseñador de museos, el que hizo el Museo del Holocausto en Washington. Le pregunté qué creyó prioritario al hacer el diseño de ese museo en particular. Yo había ido con mi hijo, que entonces tenía once años y a la salida él se puso a llorar, cosa que me hace recordar el momento como muy emotivo. Eso generó un diálogo mientras caminábamos. Hablamos no sólo del museo sino de muchas otras cosas que tienen que ver con la emoción. Me dijo luego el creador, un sobreviviente judío llamado James Ingo Freed, que su intención era provocar un diálogo intergeneracional. Era natural que yo respondiera, “la pegaste” conmigo, porque facilitaste un intercambio con mi hijo. Bueno, eso un museo es capaz de hacerlo, cosa que no hace fácilmente un libro u otra fuente de información.
–Interesa a la vez que impresiona esa nueva cualidad, casi un nuevo orden o nuevo poder que ejerce este tipo de institución...
–Es más, el museo es un espacio de seguridad. En este momento cuando todo parece ser como un conflicto extendido socialmente, donde se siente que el principal problema es la inseguridad, el museo es un espacio donde se puede relajar el sentido paranoico de la convivencia. Aquí se pueden generar estos diálogos, que pueden no tener que ver con lo que establece la exposición como prioritario. Apunta a un diálogo entre amigos que tengan otras cosas que ver, pero en un ambiente que lo propicia. Es decir, estas nuevas maneras de ver al museo generaron otras técnicas o escenografías, otras habilidades, incluso tecnológicas. Hay instituciones como el nuevo museo del diseño del Smithsonian, en la Quinta Avenida de Nueva York, uno de cuyos directivos, Deborah L. Mack, viene a nuestra conferencia, que tiene una impronta tecnológica para mí entre lo más inteligente que he visto en museos. Cuando llega el visitante recibe una especie de lápiz electrónico con el que irá marcando lo que le gusta a cada uno y eso ingresa en una base de datos donde quedan registrados los gustos, curiosidades y necesidades del visitante. Por ejemplo, tienen en las paredes una colección de papeles pintados: se elige uno y se anota con el lápiz y se puede ver todo el ambiente con el mismo papel. Las anotaciones pertinentes van al correo electrónico del visitante.
–Tanta capacidad de llegada a algo tan íntimo como los gustos y preferencias parece alarmante.
–Eso lo diseñó un australiano de origen chino, Sebastián “Seb” Chan, creador de medios digitales, que también viene a Buenos Aires. Estuvo mucho tiempo trabajando en ese museo pero ahora se vuelve a Australia. El museo está en lo que fue el gran caserón de Thomas Mellon, ex juez que fue el fundador del banco y un imperio industrial.
–¿Qué se puede esperar que surja de esta conferencia internacional en Buenos Aires?
–En TyPA no hemos propuesto un congreso académico. Quisimos hacer un lugar de encuentro, de posibilidades de desarrollar contactos, de “networking”, de mostrar cómo se superaron problemas similares que tenemos todos, en toda América... Acá viene gente de Canadá, Estados Unidos, Guatemala, Paraguay, Uruguay y todos los países de nuestra región. Nos proponemos hacer algo muy entretenido. El congreso tendrá un formato que es el que queremos que tengan los museos. Va a haber humor, juego, erudición, va a haber reflexión seria. Va a haber mucho diálogo. Por ejemplo, viene Néstor García Canclini de México, va a participar en una mesa del futuro, pero además va a tener media hora para expresar en qué está pensando hoy Néstor García Canclini. Va a ser algo muy informal. También va a venir la directora del Museo del 9/11, de Wall Street, Alice Greenwald. Es uno de los museos más poderosos que yo haya visto en mi vida. El poder va en sentido militar. Es como decir, a nosotros nos pegaron fuerte y tenemos capacidad para devolver el golpe. También tendrá una sesión de treinta minutos, después de su presentación formal. Y también haremos un juicio de los dispositivos electrónicos en los museos. Todo será filmado.
–¿Algo de todo eso se dirige a llamar la atención de la juventud, y otros, que pasan el tiempo encorvados estudiando sin límite el contenido de los adminículos de bolsillo que se han transformado en herramientas esenciales de comunicación?
–Las nuevas generaciones están tan ensimismadas en sus artefactos electrónicos que les resulta menos atractivo todo lo que no es inmediato y frente a ellos. En los museos es ahora un tema importante. Lo que tradicionalmente había eran cuadros, objetos, animales embalsamados, y eso algunas veces es muy poco atractivo comparado con lo que ofrece la tablet. Por lo tanto vamos a hacer un juicio en donde habrá un fiscal acusador, un uruguayo, vegetariano y antitecnología, y habrá un defensor, que será el ya mencionado Seb Chan, que tendrá como testigo de causa al vicedirector del Museo de Dallas (Texas), Robert Stein. El jurado será el público que tendrá que recomendar a favor o en contra de los dispositivos electrónicos en los museos. O sea, buscamos formatos que hagan que un museo deje de ser solemne y que puede ser un lugar de encuentro y diálogo, humor y sarcasmo. Traemos expositores de museos donde se practica esto.
–¿Hay suficiente interés e impulso para cambiar en forma muy profunda? Un ejemplo al voleo, el museo municipal en la ciudad de Mendoza, el que está bajo la plaza, ha hecho muy interesantes exposiciones pero su apariencia bordea lo patético. ¿Cómo se cambia en el corto plazo?
–Hay que cambiar. Yo soy de la idea de que el buen proyecto consigue dinero. Tomo como ejemplo la alianza que ha hecho TyPA con la American Alliance of Museums, la más grande asociación de museos del mundo, con 20.000 asociados y hacen reuniones anuales donde concurren 5000 personas profesionales de museos. La presidenta del consejo, Kaywin Feldman, viene a Buenos Aires. Nosotros nos aliamos con ellos para hacer esto. Nuestro congreso es una empresa muy compleja, muy cara, para la que tenemos ya 500 inscriptos pagos. TyPA no es rica, somos mucho más pobres que el museo municipal de Mendoza, ya que usted citó el ejemplo. Pero lo podemos hacer. Creo que un buen proyecto con buenas alianzas consigue buenos resultados. De hecho, hace ya dos años que hacemos el laboratorio TyPA de gestión en museos. Los egresados, que fueron 30 cada año, se han ayudado entre sí de tal manera que hay resultados concretos. Van en grupo a ayudar a resolver un problema en un museo. De hecho lo hicimos en San José, Entre Ríos, este año. Otro ejemplo es el museo de Ciencias Naturales de Rosario, que estaba abandonado, está siendo reinaugurado poniendo en práctica las lecciones. El director de ese museo estuvo en nuestros cursos, entendió el nuevo paradigma. A nuestros cursos traemos a la principal gente del museo de ciencias naturales de Francia. Hay una cátedra en el Central Saint Martin’s, una universidad de las artes de Londres, que se llama “ambientes narrativos” que trata de lograr que los espacios públicos de una ciudad se “narren” o comuniquen con la gente. Invitamos a Tracy Austen, que tiene esa cátedra, a venir a dar clases acá y seguir haciendo nuevos proyectos. Para esos nuevos paradigmas, TyPA ha sido la impulsora de su introducción en nuestro país. Sabemos que en Latinoamérica en general lleva tiempo transformar las cabezas para hacer de los museos una institución relevante y adaptada al tiempo que vivimos. Pero es necesario empezarlo.
–¿Y la Fundación TyPA sabe cómo encontrar el apoyo presupuestario para hacer todo eso?
–Primero, para ponerlo de manifiesto. Como en el caso que trabajamos en San José en abril, estamos por publicar un informe sobre esa experiencia, cómo reformular una exposición y hacerla más contemporánea. Para que sirva de modelo para otros. Conseguimos el dinero. Nos apoyó la Fundación del Nuevo Banco Entre Ríos, la embajada de Estados Unidos... Se consigue. El dinero está. La cuestión es saber pedirlo y tener un buen proyecto. Es una excusa fácil decir no tengo plata. Como también es una excusa fácil decir que los museos no son flexibles, son muy burocráticos... Hay que ponerse a hacer cambios profundos, muchachos. Hay una mesa de discusión acá sobre el tema de lo público y lo privado en la gestión de museos. ¿De qué manera se puede hacer más flexible la gestión para generar recursos? En algunos casos, como en Brasil, ya se está haciendo. A través de las leyes de organizaciones civiles y de mecenazgo que permiten a colecciones públicas, como ser la Pinacoteca del Estado de San Pablo, tener un régimen privado de gestión. El que creó ese régimen, Marcelo Araujo, es el ministro de cultura del estado de San Pablo. No tenemos la plata para cambiar. No sé si alguien la tiene, para cambiar radicalmente la situación cultural, pero sí para impulsar el cambio. Las letras, el cine, los museos son los campos donde más hemos trabajado. Y encontramos que el mundo de los museos es un ambiente muy propicio para hacer inversiones de tiempo y talento como hacemos nosotros. Ejemplo primero es este gran congreso. Lo que hemos logrado nosotros hasta aquí fue formar redes internacionales en las que hay interés en lo que se está haciendo en la Argentina. Por ejemplo, la Cancillería argentina, cuando inició el Programa Sur de traducciones de autores argentinos, vino luego a consultarnos a nosotros, más tarde Magdalena Faillace se hizo cargo del proyecto. A la Cancillería les dimos todos nuestros contactos, cosa de hacer un desarrollo más genérico.
–¿Pero... no podemos hacer mucho más acá?
–Claro que se puede. El primer problema ahora es que aquí vemos un panorama de museos en que uno se pregunta si serán necesarios. El modesto contribuyente de impuestos no está bien compensado por estos servicios. Los museos han logrado “agiornarse” en muchos países, por lo tanto hay que hacerlo aquí. Durante años se creía que los museos iban a desaparecer como tales. En la misma forma, se pensó que desaparecería el cine con la creación de la televisión. Luego se pensó que la televisión desaparecería a raíz de Internet... sin embargo los museos en muchos países han logrado transformarse. El público que va a los museos es mayor que el que va a los espectáculos deportivos, el Louvre le gana a Disney en público. Es el momento de “reimaginarnos”.
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