DISCOS
Liliana Felipe, una argenmex de lengua filosa y osadía estética
“Trucho” parece grabado a las apuradas, casi en vivo. Pero ofrece una invalorable oportunidad para empezar a conocer a una artista en llamas.
En el cosmos de Liliana Felipe se cruzan planetas artísticos disímiles: resonancias de los experimentos con las palabras de los surrealistas franceses de los años ‘20, ecos del politizado cabaret de Berlín antes de la llegada de los nazis al poder, ramalazos de la cultura de café concert en el Buenos Aires de los ‘60, aires de las apuestas transgresoras del teatro británico de vanguardia de los años ‘80, una impronta generacional revulsiva y contestataria. Todo eso pasado por un coqueteo con la exuberancia típicamente mexicana, una apuesta a sumar y superponer elementos, antes que a decantarlos. El resultado del cóctel es devastador: una artista que se ofrece al público con sus heridas a flor de piel mientras agita sus brazos como aspas de un molino fuera de control.
Felipe es argentina, de Córdoba, y vive desde los años de plomo en México, donde formó pareja personal y artística con una agitadora cultural notoria, la actriz y directora Jesusa Rodríguez. En el CD que el sello Los Años Luz acaba de editar en la Argentina, están claros los motivos por los que se fue de aquí, en su momento. En la contratapa luce la sonrisa de su hermana Ester Felipe acompañada de estas palabras: “Desaparecida el 10 de enero de 1977 en Argentina. Se busca asesino!!! General (RE) Luciano Benjamín Menéndez”. Para la cara interna Felipe escribió: “Dedico este disco al pueblo argentino, por su valentía y su coraje frente a tanto político mierdero, tantos jueces corruptos y militares caguengues, por no hablar de los curas, para qué”. El CD está titulado con una de las palabras más argentinas del mundo. Se llama Trucho.
La mayoría de las 17 piezas de esta obra fueron grabadas en un recital de febrero de este año, en el centro cultural El Habito, un proyecto conjunto de la pareja Felipe-Rodríguez, en el DF. El resto, en una sesión de junio, con un piano prestado. La aparición de Trucho tiene que ver con el lento proceso por el cual Felipe ha comenzado, un cuarto de siglo después de su partida, a volver a la Argentina para empezar a mostrar parte de su obra, aquí casi desconocida. En México, su figura es de singular gravitación en la cultura de izquierda y por demás conocida para el público masivo, a tal punto que es una de las figuras centrales de un especial que de tanto en tanto emite la señal de cable HBO, sobre las mujeres de la canción mexicana. En el recital en que se basa ese programa, se ve a Felipe, sola su alma junto a un piano, en un escenario gigantesco presidido por la misma foto de su hermana desaparecida.
Felipe canta con bronca, con gracia, como un macho, como una dama, con ironía, con desgarro, con crueldad, con frialdad, con pasión, a capella, susurrando, imprecando, y a los gritos, como si para ser ella misma tuviese que ser muchas personas más. Dice un fragmento de “Los nadies”, de Eduardo Galeano con acento mexicano y se manda con un tango, “Lo que vos te merecés”, arrastrando la pronunciación como una Adriana Varela sobreactuada. Intenta en “Cucurucha” una canción como inspirada en “Chilanga banda”, de Café Tacuba, y brilla haciendo canción un extracto de “Java”, de Julio Cortázar. Cada vez que su entusiasmo la desborda, se disciplina. Cada vez que su talento luce disciplinado hay algo en su voz o en su piano que rompe la armonía. No es desprolijidad, aunque la prolijidad no sea lo suyo, sino el desafío de tomar del cosmos del rock el desprejuicio y la sinceridad como valores artísticos. Lo mismo ocurre con su elección de vida: no hace proclamas a favor del lesbianismo ni discursos incendiarios, pero tampoco se anda con vueltas sobre su sexualidad. Cuando habla de amor y sexo, piensa en mujeres, y lo dice.
En la deliciosa “Como Madame Bovary” queda claro el efecto embriagador de los cruces de mundos que propone: mezcla una retahíla de comparaciones osadas a partir de la deuda externa –”como Madame Bovary tenemos deudas con el FMI, como Madame Butterfly te jode un gringo y no te dice ni good bye, como Madame Pompadour tanta miseria nos da un toque de glamour, como Madame Recanier al más payaso le decimos canciller”– para terminar mandando a los que manejan el poder económico “a la puta madre que los recontra mil re parió”. Es que a veces, sugiere, el idioma no alcanza para transmitir sensaciones que una caricia, una bofetada o un insulto definen mejor. Hay, sin embargo, una transparencia abrumadora en su estética desafiante, un punto en que por debajo de las inflexiones y ademanes brota una voz herida en estado puro. Dispuesta a la imprecación y la ternura, el arrebato y la transgresión, el odio y la ternura, pero jamás al silencio.