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La noche en que Daniel Barenboim festejó los 50 años de su debut

En agosto de 2000 el gran pianista tocó en el Colón.
Acaba de editarse un CD con el registro de aquel concierto extraordinario.

 Por Diego Fischerman

El objetivo declarado era festejar uno de esos aniversarios redondos a los que el mercado es tan afecto. El vendría, se dijo, a conmemorar el medio siglo de su debut oficial como concertista. Algunos recordaban, todavía, a ese niño de pantalones cortos yendo con seriedad hasta el taburete, junto al piano de la Sala Breyer. A los ocho años, Daniel Moisés Barenboim había tocado por primera vez en público. Ya lo había hecho varias veces en recitales privados, y músicos como Adolf Busch, Sergiu Celibidache e Igor Markevitch lo habían estimulado a desarrollar una carrera musical. El concierto con el que recordó ese debut, en el Teatro Colón, podría haber sido una simple operación de marketing. Sin embargo, como siempre que Barenboim está involucrado, las cosas fueron distintas a lo previsto.
El programa anunciado estaba conformado por la Sonata K 330 de Mozart, la Appassionata de Beethoven y uno de los libros de Iberia de Isaac Albéniz. Hasta allí, simplemente, un concierto extraordinario. Después vinieron los bises, durante casi una hora, y, al final, el público de pie cantando el “Feliz cumpleaños”, el grito de un “Gracias” emocionado desde la platea y la previsible contestación del pianista: “Gracias a ustedes”. Había sido, además de un gran concierto, una fiesta en la que la idea del reencuentro y la comunicación con el público habían construido un plus, un resto del texto, que había impregnado la música, desde el toque exquisito, las notas perladas, el peso perfecto y la duración exacta de las apoyaturas, el uso sutil del pedal, la delicadeza de los trinos y la claridad de las exposiciones temáticas en Mozart hasta la furia y el controlado descontrol del final de la sonata de Beethoven y la poesía de esas evocaciones pretendidamente españolas de Iberia en las que el paisaje se difumina en un lenguaje musical donde el color termina siendo fundamental.
Esa especie de dimensión agregada a la música (pero propia de ella) fue una parte esencial, también, de esos 50 minutos de bises en que hubo lugar para “el Bailecito del viejo Resta, que venía a casa de mis padres y que toqué en mi primer o mi segundo concierto”, obras de Schumann, Schubert, Domenico Scarlatti y Chopin y la Polichinela de Villa-Lobos, con la que Rubinstein se despidió de los escenarios y que Barenboim eligió, junto a la Moza donosa de Ginastera, para homenajear a Latinoamérica. En ese concierto estuvo expuesta, además, esa cualidad que Barenboim logra imprimir a sus interpretaciones, la de estar más allá del instrumento. Si pianistas como Kissin o, incluso, Pollini, colocan casi inevitablemente el piano y el pianismo en el centro de la escena, en el caso de Barenboim siempre da la impresión de que el relato se está desenvolviendo en un plano más profundo, más intangible que el instrumental. Que sus versiones transcurren en el mundo de las ideas.
Si algo puede asegurarse de Barenboim es que la inmovilidad le es ajena. Desde ese concierto, el 18 de agosto de 2000, hasta su retorno a Buenos Aires, durante el invierno de 2002 y en medio de una gravísima crisis económica que hizo que decidiera cobrar a porcentaje de la recaudación, como si fuera un principiante, hubo grabaciones de versiones ejemplares de Los maestros cantores y Lohengrin, de Wagner, y de esa Iberia de Albéniz que había adelantado en parte (un CD que el sello Warner jamás trajo al país), hubo una orquesta palestino-israelí, diálogos con el pensador Edward Said (que acaban de publicarse en libro) y, también, el reconocimiento dado por el Premio Príncipe de Asturias. Y, mientras provocaba en su ciudad natal un acontecimiento de magnitud, con su integral de las 32 sonatas para piano de Beethoven, el sello EMI publicaba un CD con la grabación de aquel concierto de hacía dos años.
La filial local de la empresa decidió publicar una edición argentina (lo que implica el detalle nada desdeñable de su precio de venta, tambiénargentino, de alrededor de 23 pesos). El álbum, de gran calidad en el registro y buena presentación se llama Daniel Barenboim. Live from the Teatro Colón 2000, y, salvo los números de la obra de Albéniz, incluye lo más significativo de aquel concierto: la Sonata en Do Mayor K 330 de Mozart, la Sonata en Fa Menor Op. 57, “Appassionata”, de Beethoven, las Sonatas Kk 9 y 159 de Domenico Scarlatti, el Momento musical D780 (Nº 3) de Schubert, Des abend, de las Piezas de fantasía Op. 12 de Schumann, el Estudio Op. 25 Nº 2 y el Nocturno Op. 27 Nº 2 de Chopin, el Bailecito de José Resta, la Danza de la moza donosa, de las Danzas argentinas Op. 2 de Alberto Ginastera y Polichinelle, del primer libro de Prole do bebé de Heitor Villa-Lobos.

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Daniel Barenboim festejó en el Colón su medio siglo con la música.
El pianista y director tiene hoy un prestigio mundial impresionante.
 
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