DISCOS
Otro incendiario trabajo de una banda mexicana llamada Molotov
La frase “No me llames frijolero, pinche gringo puñetero” es una muestra gratis del poder de fuego del grupo de “Gimme tha power”.
Por Eduardo Fabregat
El estribillo tiene un alto poder infeccioso: “No me digas beaner, Mr. Puñetero/ Te sacaré un susto por racista y culero/ No me llames frijolero, pinche gringo puñetero”. No importa la carga ultramexicana del asunto. Como ya sucedió con himnos como “Gimme tha power”, “Puto”, “Voto latino” o “Parásito”, el single de Molotov produce un encantamiento inmediato, contagio de salto y adrenalina, ganas de bailar y darse duro, como sugiere el nombre de su nuevo disco. Dance and dénse denso, piden Randy “Gringo loco” Ebright, Paco Ayala, Micky Huidobro y El Tito Fuentes, aunque el arte del álbum abunde en imágenes de pogo y slam descontrolado que no eluden lo sangriento. ¿Cómo se hace para llegar a semejante frenesí? Puede probarse con insertar el CD en el equipo y darle caña al volumen con el tema que abre y titula el disco: el efecto es inmediato.
Molotov, hay que decirlo, es uno de los pilares de una escena azteca que no pierde el dinamismo. Si Café Tacuba es el grupo que mejor supo combinar mexicanismo y experimentación, Molotov hace uso de una licuadora que mezcla potentes dosis de rap, metal, rancheras, corridos y rock. La virulencia no se queda en lo estrictamente musical, ya que el cuarteto no ahorra líneas a la hora de atacar de frente a políticos, policías, gobernantes y afines (y hasta músicos fresa: su enfrentamiento con Maná, a quienes ridiculizaron desde el título de su debut ¿Dónde jugarán las niñas?, ya es anecdótico) con una ametralladora verbal que contagia. Muy contagioso es el retrato de situación que ofrece el arrasador “Noko”, donde la vida de los excluidos por el sistema se resume en el grito: “No comeremos mañana ni hoy, honey/ nos comeremos aquí entre los dos, nena”. Es difícil resistirse a Molotov en plan de rockear, difícil no terminar coreando a los saltos la arenga casi demencial de “¡¡Queremos pastel, pastel, pastel!!”.
Lo que hace aún más interesantes a los mexicanos es que no todo pasa por las descargas de adrenalina seudojuvenil. Y que, a la luz de las experiencias políticas recientes, no son pocas las similitudes con esta tierra. Léase si no la relajada descripción de “Hit me (Gimme tha power II)”, o “Nostradamus mucho (que se caiga el teatro)”, en la que bastaría con sólo cambiar el país: “México, el país en donde es libre el delincuente/ que caiga gruexo, que caiga quien caiga/ Que nos dejen decir lo que se nos dé la gana/ Que los ex presidentes devuelvan la lana/ Que se caiga el teatro, que se les caiga”. Lana, en mexicano básico, es lo que tienen Carlos Saúl y sus amigos en Suiza.
Y, claro, Molotov hace gala de eso que no enseña la academia ni aparece en ningún botón del ProTools: onda. Eso que dejan caer “Here we kum”, el inexplicable juego culinario de “Changüich a la chichona (sic)” –otra invitación al grito épico– y un par de perlas. En primer lugar, el ya citado “Frijolero” (cuyo video, animado íntegramente en Flash, es otro hallazgo), tan redondo en lo musical como filoso en sus definiciones sobre el imperio estadounidense. Pero también las variaciones sobre el clásico “Funkytown” (Lipps Inc.) de “No me da mi Navidad (Punketon)”, que roza la genialidad con frases como: “El rock es cultura, el ska es agricultura”, y abre la oferta a un baile más relajado. El recuento necesariamente debe incluir a “E. Charles White”, que pasa lista tirando nombres a cual más cacofónico (más de uno que conozca el slang mexicano señalará a “Thomas Alegre y Pacheco” como su preferido), para resolver en un estribillo que reíte de Nirvana...
Dance and dénse denso, piden los mexicanos, pero también buscan provocar el pensamiento: sus arengas no son gritoneo de protesta sino un agudo análisis de la realidad de un país de fuerte influencia en América, pero demasiado cerca de un país chupasangre. Ese reflejo de una realidad tan parecida a la propia ya es un buen motivo para acercarse a Molotov. Su pasión por el riesgo, su instinto y el nivel de calidad que exhiben para plasmarlo en un pedazo de plástico, los convierten en necesarios para entender cómo anda en estos días la música que no sale de ningún programa de TV.