Lunes, 10 de marzo de 2014 | Hoy
ECONOMíA › TEMAS DE DEBATE: QUé PUEDE PASAR CON LA ACTIVIDAD ECONóMICA ESTE AñO
El país pareciera estar ingresando a su segundo año de recesión de los últimos doce. A diferencia de 2009, donde la caída del PIB fue consecuencia de la crisis global, el estancamiento de este año tiene más condimentos locales. Qué hacer para reactivar.
Producción: Tomás Lukin
Por Agustín D’Attellis *
La ruptura del proceso de Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI) a mediados de la década del ’70 dio lugar a una etapa de transformación estructural de la economía argentina que implicó consecuencias muy dañinas sobre la industria. Esta etapa se caracterizó por un fuerte atraso cambiario, privatizaciones, liberalización comercial y financiera, desregulación y flexibilidad laboral, entre otros aspectos que delinearon el cuadro macroeconómico necesario para el desarrollo de un modelo económico de valorización financiera, en detrimento de uno de industrialización. Ese modelo económico y su impacto en el mercado de trabajo provocaron un fuerte deterioro sobre las condiciones de vida de la población. A partir del año 2003 se pone en marcha en nuestro país un modelo económico que abandona definitivamente el régimen de acumulación financiera y pasa a adoptar uno de acumulación productiva con inclusión social.
Durante los primeros años de vigencia del actual modelo económico las condiciones tanto externas como internas permitieron sostener elevadas tasas de crecimiento de la actividad económica (8,5 por ciento es la tasa de crecimiento promedio anual entre 2003 y 2008), y una expansión mayor aún de la industria. El Estimador Mensual Industrial (EMI) da cuenta, durante el período 1998-2002 de una caída de 6,5 por ciento promedio anual, y pasa a registrar un incremento promedio anual de 9,4 por ciento para el período 2003-2008. La utilización de la capacidad instalada era de apenas un 56 por ciento en el año 2002, mientras que alcanza casi un 73 por ciento en la actualidad. Mientras tanto, la Inversión Bruta Interna pasó de representar apenas un 11,3 por ciento del PBI en el año 2002, a un 23 por ciento aproximadamente en la actualidad. Queda claro que ha sido mucho el camino recorrido, pero es evidente también que queda mucho por recorrer. Países que han logrado un importante desarrollo económico presentan niveles de inversión muy superiores aún, como el caso de China, donde se invierte un 45 por ciento del PBI, o el de Corea, donde se invierte un 33 por ciento del producto.
El importante crecimiento de la industria desde 2003 en adelante, impulsada por una demanda doméstica creciente, que se refleja en los datos de consumo de bienes durables, tales como electrodomésticos, automóviles, motos, equipos de aire acondicionado, etc., ha generado cuellos de botella, dada la fuerte dependencia de bienes de insumo importados que posee nuestra industria, tras el largo período de explícita destrucción de la misma. Para avanzar en el proceso de desarrollo económico con inclusión social a lo largo del tiempo y sortear las restricciones que el mismo impone no basta con la modificación del esquema macroeconómico, ni con establecer un tipo de cambio más o menos competitivo, sino que es necesario llevar adelante una importante política industrial orientada a posicionar a nuestra economía en el esquema mundial. Esto implica una decisión estratégica que involucra a más de dos generaciones. La estabilidad macroeconómica lograda a lo largo de estos últimos diez años augura un escenario favorable para esto, pero se trata sólo del primer paso.
Debe avanzarse en el desarrollo de una política industrial que apunte a dinamizar a sectores estratégicos, de mayor valor agregado y orientados no sólo al mercado interno sino también a la exportación. Resulta imperioso el desarrollo de un esquema de incentivos a las exportaciones industriales de alto valor agregado, así como el estímulo de la sustitución de importaciones en sectores claves como el automotor, donde la demanda de insumos importados es elevada y produce que el crecimiento de ese sector conduzca hacia la restricción externa. Existen herramientas tales como subsidios, tratamientos impositivos diferenciales y muchas otras, necesarias para avanzar en este sentido. Por ejemplo, el caso de las economías regionales y la tan necesaria industrialización de la ruralidad, para generar valor agregado en nuestro sector agropecuario, requiere de mucho más que un tipo de cambio competitivo. Resulta necesaria una reformulación de la política de incentivos a la industrialización del interior del país.
Avanzar en el desarrollo de la industria requiere, además de la iniciativa privada, de una participación muy importante del Estado. La lógica del mercado llevaría a un país como el nuestro a reprimarizar su producción. Las políticas de protección son muy importantes para muchos sectores industriales, pero se trata de una condición necesaria, no suficiente. En los últimos dos años se observa cierto estancamiento en la inversión, y pérdida de dinámica en el proceso de industrialización, situación que debe revertirse rápidamente. Medidas tales como el redireccionamiento del crédito hacia la inversión productiva a partir de la reforma de la Carta Orgánica de nuestro Banco Central, o la Nueva Ley de Mercado de Capitales, que apunta a desarrollarlo y ponerlo al servicio de las necesidades de financiamiento del sector productivo son muy importantes, pero deben ser complementadas con una política industrial con fuerte contenido estratégico, para lo cual debe avanzarse rápidamente en el desarrollo de instrumentos necesarios, como por ejemplo una Matriz Insumo-Producto actualizada, fundamental para contar con toda la información necesaria sobre la cual montar una estrategia de política industrial en el marco de un desarrollo económico planificado en el largo plazo.
* Economista LGM, profesor e investigador UNM y UBA.
Por Diego Coatz *
Muchos economistas ponderamos las virtudes de la última década vinculadas con un proyecto de inclusión social con eje en el crecimiento de las actividades productivas, así como también analizamos las diferencias en relación con la dura herencia social de las décadas previas. Sin embargo, el escenario actual permite avizorar que Argentina se encuentra ingresando a su segundo año de recesión de los últimos doce. A diferencia del anterior (2009), en que la caída del PIB fue producto del impacto de la crisis global, el estancamiento proyectado para este año tiene más condimentos locales que externos. Tampoco tendrá las características de aquélla, en la que el salario real no sufrió reducciones, la inflación pasó de un máximo de 27 por ciento en plena crisis del Gobierno con el campo a menos de 14 por ciento en noviembre de 2009, la política cambiaria era estable y no había restricciones. Por el contrario, ahora estamos entrando en un año con inflación por encima del 30 por ciento que traerá aparejada seguramente una pérdida del poder adquisitivo y de empleo. El resultado final dependerá de cómo se maneje la coyuntura y la capacidad de conseguir financiamiento externo para reducir el impacto en la actividad económica.
Un activo de la última década es que se logró cierta separación entre Estado y el interés económico. Sin dudas, el capitalismo posee diversas dinámicas intrínsecas, los actores disputan intereses sectoriales con tensiones distributivas que exceden a la esfera económica. Pero no debería perderse de vista que también gravita bajo reglas más o menos claras de cómo se comportan los actores frente a los incentivos macroeconómicos. Los países en desarrollo se caracterizan por no emitir moneda de reserva de valor internacional, lo que redunda en la necesidad de conseguir divisas adicionales cuando las economías crecen.
El argentino no nació con una fiebre por el dólar. O tal vez no mucho mayor que nuestros vecinos. Argentina agregó a su moneda 14 ceros durante los últimos 40 años, Brasil 13 y Ecuador directamente la entregó y dolarizó. Si las tasas de interés resultan bajas, hay expectativas de devaluación (porque se pierden reservas, se necesitan más dólares para importar o estamos cerrados a acceder a financiamiento), aquellos individuos o empresas que cuentan con excedentes económicos, sean empresas trasnacionales, compañías nacionales, bancos, hasta trabajadores con capacidad de ahorro, tienden a dolarizar sus carteras (decisiones de ahorro). El análisis no puede basarse en la divisoria de aguas entre buenos o malos, sino en entender que estamos en un capitalismo globalizado y caracterizado por la integración financiera a nivel internacional.
Para frenar o minimizar el atesoramiento en dólares, los Estados articulan regulaciones con incentivos. Por el contrario, prohibir la compra de divisas, si bien pudo (o puede) generar una sensación de gobernabilidad económica de corto plazo, siempre termina por incubar problemas –dólar paralelo, pérdida adicional de reservas– mayores a los supuestos beneficios, y la forma de salir termina siendo más costosa.
Desde fines de 2011 se tomaron decisiones en materia financiera contrarias a esta lógica. Cuando asumió el actual equipo económico, contaba con una mochila pesada, fruto de dos años de desajustes macroeconómicos. No obstante, las microdepreciaciones de noviembre y diciembre, tasas de interés bajas mediante, los impuestos a autos de alta gama, etc., funcionaron como parches de una rueda que necesitaba ser recalibrada en su totalidad.
El resultado de esta dinámica fue contundente: a una semana de haber aumentado la tarifa del boleto de colectivo un 67 por ciento (con su impacto en materia de precios y poder adquisitivo), se tuvo que devaluar 20 por ciento el tipo de cambio en tan sólo dos días. Sin instrumentos para generar dólares adicionales, la devaluación puede resultar recesiva y la recuperación de la senda de crecimiento no está garantizada en el corto plazo.
De ahí las encrucijadas actuales. La suerte de este año consiste en estabilizar el tipo de cambio oficial para brindar certidumbre a la inflación y los salarios. Y aunque ello se logre, obtener más dólares producto de una recesión que reduzca importaciones es un riesgo elevado. Sobre todo si sigue el cepo y múltiples tipo de cambio (oficial, turista, blue, contado con liqui) que premia a los que logren hacerse de dólares o de bienes dolarizados (importados) al precio más bajo para luego obtener rentas vendiéndolos a un valor más elevado. Si a esto le sumamos los déficit estructurales: energía, transporte, falta de integración industrial, el escenario se complica aún más. Abordar estos temas nodales en un momento en que la coyuntura apremia es sumamente complicado. No obstante, se debe hacer el esfuerzo, este Gobierno se ha caracterizado por ser creativo frente a contextos adversos. Coyuntura y estructura deben ser parte de la misma agenda.
Tanto la región como el país todavía presentan perspectivas favorables, las tasas de interés internacionales siguen siendo bajas y los términos de intercambio elevados en términos históricos, pero a nivel estructural y de cambio en la matriz productiva se ha avanzado poco (seguramente nuestro país sea el que tiene más elementos positivos para mostrar en materia industrial). Si las condiciones internacionales se tornan más hostiles toda la región va a padecer un ajuste productivo y social. Argentina, por cuestiones propias, lo está comenzando a percibir antes de tiempo, pero todavía existe margen para minimizar los costos y recuperar una agenda de crecimiento.
* Profesor UBA.
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