Sáb 15.11.2003

ECONOMíA  › PANORAMA ECONOMICO

¿Dónde está el mundo?

› Por Julio Nudler

Nadie discute que el consumo sea el engranaje decisivo de la reactivación, pero en la cabeza de los empresarios no ocupa un lugar suficiente. Es importante, pero no basta. En la misma semana en que el Gobierno se tomó el trabajo de lanzar sucesivas señales salariales para reasegurar que la demanda final de bienes seguirá creciendo, en ámbitos industriales se extendió una duda inquietante: ¿quién aprovechará ese dinamismo?, ¿de dónde provendrá la producción con que se abastecerá esa recuperación del mercado interno? En términos claros, la cuestión es Brasil, cuyas exportaciones industriales están volviendo a ser una pesadilla para las fábricas argentinas. Ahora, con la balanza de comercio bilateral volcada en favor del vecino, se torna evidente que la fuerte devaluación del peso no ha logrado, una vez que se asentó la polvareda, resolver la desventaja de productividad que arrastra el aparato productivo nacional, resultado –para muchos– de las diferentes políticas industriales que siguieron uno y otro país desde los ‘90, cristalizadas en condiciones hoy estructurales. El problema se torna más crudo aún por la diferente fase cíclica que viven los dos mayores socios del bloque austral, con la Argentina en acelerado repunte y Brasil apenas saliendo de una recesión. Esto inclina la cancha del intercambio comercial en favor de la economía momentáneamente menos dinámica.
Precisamente en esta instancia, cuando el bloque austral se ve envuelto en renovadas tensiones, más allá de los gestos de buena voluntad recíproca de los presidentes Lula y Kirchner, el Mercosur se enfrenta con instancias determinantes de la negociación por el ALCA y con la Unión Europea. En este punto, y desde su puesto en la Unión Industrial Argentina, Javier González Fraga se descuelga con la propuesta de retrogradar el Mercosur, que debería según su planteo dejar de constituir una unión aduanera –caracterizada por definición por un arancel externo común; es decir, una barrera de protección compartida respecto del resto del mundo– para conformar sólo un área de libre comercio, sin aranceles entre sus miembros pero restituyéndole a cada uno la soberanía para definir su política comercial hacia otros países.
Para colmo, este pronunciamiento ve la luz en momentos en que la UIA bordea la fractura, por la tirantez entre la línea oficial, comandada por un hombre de la industria alimentaria, y la oposición, dirigida por el Grupo Techint, el más poderoso de la Argentina. Sin embargo, y para que nada resulte fácil, la carga contra el Mercosur proviene tanto de un bando como del otro, aunque por razones bastante diferentes. Los dueños de la siderurgia nacional viven por ahora resguardados de la competencia brasileña por un acuerdo sectorial de precios, que implica que para ellos no existe el arancel cero para el comercio intrabloque. Pero se aproxima la expiración de ese acuerdo, que expirará en 2004 y se impuso como alternativa a un antidumping, y Techint parece resuelta a presionar a Brasil con el ALCA. En el fondo, lo que parece inamovible es que por el momento el acero argentino no puede competir con el brasileño por razones de productividad y de contexto (política industrial y financiera), lo cual también vale para otros sectores fabriles.
Del otro lado, los ramos más competitivos prefieren que el país pueda negociar con los grandes jugadores del comercio internacional sin seguir con las manos atadas por el proteccionismo brasileño. Esto significa plantearle a Estados Unidos y a la Unión Europea sus ofertas arancelarias para obtener a su vez un trato ventajoso, sin tener que llevar una posición común con Brasil. Muy concretamente, González Fraga elogia desde su atalaya de la UIA la estrategia chilena, que optó por los acuerdos bilaterales, incluyendo ahora el que selló con EE.UU. Dice que así los empresarios trasandinos tienen acceso a mercados potenciales sin aranceles cien veces más grandes.
Pero como en el comercio mundial lo que se cobra en una ventanilla se paga en otra, esa estrategia podría ratificar una estructura productiva argentina compuesta por el agro, la agroindustria, la energía y algunos sectores básicos, relegando la aspiración a una mayor diversidad y a un objetivo de pleno empleo de la mano de obra. En principio, no parece ser éste el proyecto político del kirchnerismo y tampoco el modelo que persigue el equipo encabezado por Roberto Lavagna. Pero lo concreto es que hasta ahora Economía viene desentendiéndose de la cuestión de la integración, con lo que estratégicamente carece de un ingrediente sustancial.
Esta ausencia de definición no es indiferente para los industriales que deben decidir si invierten o no en expandir su capacidad de producción. Pueden sentirse muy satisfechos con los guiños pro consumo lanzados desde el Gobierno, pero ellos son insuficientes en las condiciones de un mercado abierto a la oferta brasileña, que ingresa sin pagar arancel alguno (lo cual seguiría ocurriendo aunque se deshiciese la unión aduanera), y también eventualmente a la de otros orígenes, dependiendo de cuáles sean las concesiones comerciales que el país ofrecerá finalmente a estadounidenses y europeos, o incluso a nivel multilateral en la OMC.
Todo esto significa que tener alguna idea del nuevo escenario comercial en el que se desenvolverá la Argentina es un dato de primer orden para que el sector productivo defina sus inversiones, a su vez necesarias para evitar que se multipliquen los cuellos de botella que ya aparecen en algunos sectores (el de la chapa está precisamente entre ellos) ante la tonificación de la demanda interna. Obviamente, todo problema de esta naturaleza tiene una solución a mano: importar. Pero en ese caso habrá que hablar de precios más altos y de una recuperación más morosa del empleo.
Respecto del Mercosur, de la última cumbre Lula-Kirchner surgió la creación de una comisión para monitorear el comercio entre ambos países, instándose a los privados a superar por consenso los problemas que surjan por algún excesivo desnivel sectorial. Pero nadie sabe qué puede pasar si los empresarios no se ponen de acuerdo –es decir, si los brasileños no acepten autorestringirse en su penetración del mercado argentino–, entendimientos que por otra parte sólo pueden tener efectividad en sectores muy concentrados, como el del acero. El ejemplo vale como muestra de la difusa aproximación a un problema estratégico clave, en torno del cual los grandes intereses privados están cavando sus trincheras.

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