Por Claudio Lozano *
En una Argentina donde el ingreso promedio de sus habitantes oscila entre los 550 y los 600 pesos (y la canasta de pobreza 770) o donde el 80 por ciento de las personas viven en hogares que no logran reunir siquiera 1500 pesos al mes, las afirmaciones del nuevo titular de la UIA respecto de que las empresas pagan salarios dignos resultan, por lo menos, inoportunas y, seguro, desubicadas.
El dirigente empresario habrá querido señalar que las grandes firmas (a las que la UIA representa) efectivamente pagan los salarios más altos del mercado. Lo que no dijo es que sus empresas son también un verdadero paradigma de la desigualdad, ya que en ellas los trabajadores mejor pagos son, a la vez, los más explotados. Ocurre que estas firmas aprovechan el bajo piso salarial resultante de un mercado laboral que opera con alta desocupación y elevada informalidad laboral. Sobre la base del derrumbe social y especulando con la pauperización de la mayoría de los trabajadores, logran fijar los salarios por encima de ese nivel, pero bien por debajo de la evolución de la productividad y de las ganancias de sus empresas. Así ocurre cuando, al considerar la cúpula de las 200 firmas más importantes, observamos que cada trabajador representa ventas anuales por 610.000 pesos y ganancias anuales por 50.000. Si el corte lo restringimos a las primeras 10 empresas surge que cada trabajador representa ventas por 1.700.000 pesos y utilidades por 180.000.
Lo expuesto se puede completar señalando que mientras el PIB crece en términos anuales un 20 por ciento, las primeras 200 empresas expandieron utilidades por un 170 por ciento y las primeras 10 por encima del 400 por ciento.
Este comportamiento, fundado en su diferencial poder de mercado, define el carácter desigual que asume el reparto de los ingresos en la Argentina y explica por qué, al considerar el sector industrial entre el 2001 y hoy, la productividad de los trabajadores creció más de doce puntos y el margen bruto de explotación se expandió más del 10 por ciento. Por si esto fuese poco, la cúpula empresaria ocupa pocos trabajadores, exhibe un alto grado de extranjerización, un bajo volumen de inversión en relación a sus ganancias, un alto giro de utilidades al exterior, elevados niveles de elusión fiscal, apropiación de recursos fiscales vía subsidios y baja demanda a proveedores locales. Se trata de una cúpula que ha sido socia de la apertura, de las privatizaciones, y en la que suena extemporáneo su reclamo de evitar la “desnacionalización”. Con una elevada participación en el stock de capitales fugados y con un comportamiento que incluyó comprar empresas en el loteo privatista de los ’90 para luego re-venderlas a precios que les permitieron ganancias millonarias, puede decirse que tienen una elevada responsabilidad en el drama social de la Argentina presente.
* Diputado nacional.
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