Sábado, 29 de abril de 2006 | Hoy
ECONOMíA › PANORAMA ECONOMICO
Por Alfredo Zaiat
El “clima de negocios desfavorable”, muletilla que resume que un sector del poder económico no se siente cómodo con este Gobierno, resulta funcional para mantener los latidos del corazón del actual plan económico basado en un dólar alto. Se da así un resultado paradójico: la oposición y ciertos analistas que castigan con críticas –algunas superfluas y otras precisas– la gestión de Néstor Kirchner terminan fortaleciendo la estrategia oficial de crecimiento económico y, por lo tanto, su hegemonía política. La insistencia que en Argentina no existe “clima de negocios”, frase gaseosa repetida como antes la carencia de “buena fe” en el trato a los acreedores, son apelativos de lobbies que aspiran a obtener algún beneficio para su actividad. Pero esa percepción se difunde al resto de la sociedad generando incertidumbre en agentes económicos que demoran o directamente archivan proyectos de inversión. Pese a todo, la inversión sigue en niveles muy altos. En un reciente informe de coyuntura del Estudio Bein & Asoc. se destaca que la relación Inversión/Producto Interno Bruto a precios corrientes está en valores record (21,5 por ciento, en 2005) y apenas 1,2 puntos porcentuales por debajo de los ratios de 1998 cuando la comparación se realiza a precios constantes. Esa elevada inversión se concreta pese al actual “clima de negocios”, estimulada por las atractivas rentas que sigue ofreciendo la economía argentina. ¿Qué pasaría si existiera en el establishment ese consenso vaporoso denominado “clima de negocios” en términos positivos y, además, una corriente de simpatía con Kirchner como la que reúne, por ejemplo, la chilena Michelle Bachelet o el brasileño Lula da Silva?
La respuesta a ese interrogante es un juego, un ejercicio contrafáctico. Se trata de una hipótesis que trata de estimar cuál sería la tasa potencial de inversión en Argentina, si además de los robustos resultados que se contabilizan en las principales variables macro se registraran formas y medidas del agrado del mundo empresario. La estatización de Aguas luego de tres años de negociación con los franceses, la pelea por el precio de la carne, los varios acuerdos de precios con sectores oligopólicos, el enfrentamiento con el FMI y los acreedores, la relación con Hugo Chávez o la actual tensión con Finlandia por las papeleras, entre otros conflictos, provocan profundo desagrado en un selecto sector de la sociedad que tiene la capacidad de difundir su estado de ánimo al resto. En otro escenario, amigable para ellos, se puede suponer que las inversiones serían mayores y el ingreso de capitales más abundante.
Esos millones de dólares adicionales provocarían una presión bajista aún más fuerte que la actual sobre el tipo de cambio, obligando al Banco Central a realizar compras todavía más importantes a las que ya está concretando. La entidad monetaria buscaría entonces retirar del mercado esos pesos en exceso, como lo efectúa ahora pero con más urgencia, aumentando la tasa de interés. Esa suba de la tasa alentaría un ingreso mayor de dólares –en este caso solamente especulativos– que agregaría más tensión sobre la cotización del billete. Sería probable que en ese panorama el Gobierno tuviera que abandonar su política de dólar muy alto, para ubicarlo en un valor alto o apenas un poco alto por la fuerza del mercado. Ese deslizamiento hacia cotizaciones más bajas que la actual sería saludado por los economistas mediáticos que dirían que así se controlará la inflación. A esa altura, con una tasa más alta, un dólar más bajo y con una corriente inversora que provocaría a la vez un salto de las importaciones, los exportadores empezarían a quejarse por el nivel de las retenciones porque pasarían a comer una porción mayor de su renta ante la apreciación del tipo de cambio. El Estado debería resignar parte de esos recursos fiscales para no frenar el crecimiento de las ventas externas. Se presentaría entonces un problema en el frente fiscal.
Comenzaría al mismo tiempo un debate sobre el frente externo porque se iría reduciendo el excedente, compensado en parte en la cuenta corriente con el ingreso de capitales –productivos y financieros– por el favorable “clima de negocios”. El aumento de las importaciones reeditaría las restricciones externas, una de las características de las políticas económicas de las últimas dos décadas, actuando como limitante al crecimiento. Ese escenario de incubación de una futura crisis no sería percibido por la mayoría porque el consenso predominante entre gurúes de la city y gendarmes de los buenos modales sería que “por fin, ahora se están haciendo las cosas bien”. Roberto Frenkel definió con aguda inteligencia, en un reciente artículo publicado en la prensa brasileña, que el tipo de cambio bajo es un veneno lento: “las ventajas de la apreciación (caída del dólar) se hacen sentir rápido y alcanzan a mucha gente. El tipo de cambio bajo es popular”. En seguida, aclara, que “en cambio, los efectos negativos son más sutiles, tienen menos visibilidad y demoran más en manifestarse”. Sobran las experiencias recientes en ese sentido desde la convertibilidad hasta el Plan Real en Brasil, economía que está repitiendo esa estrategia con Lula.
De todos modos, el “clima de negocios” existe porque los empresarios creen en esa categoría inventada en la sociología de la city. Puede ser que en visiones de mediano y largo plazo o en proyecciones de sustentabilidad de una determinada política económica los resultados “óptimos” se alcancen con cielo despejado y escasa probabilidad de precipitaciones. Pero el riesgo se encuentra en que tras ese objetivo de un futuro venturoso y estable se termine por descalabrar el presente y, por lo tanto, esa meta lejana nunca se logre más allá de las buenas intenciones. El “clima de negocios” que prevalece hoy en Argentina es funcional para la estrategia del Gobierno de crecer a ritmo chino. El principal determinante de la inversión se verifica en las rentas elevadas que ellas prometen, en un contexto local con costos internos todavía muy bajos en muchos sectores e internacional favorable por commodities por las nubes, y no por simpatía política con el Gobierno. Es cierto que sólo se realizan las inversiones imprescindibles para incrementar la frontera de producción acompañando el crecimiento de la demanda y con capital propio por el escaso financiamiento bancario. Pero esa dinámica por ahora ha mostrado que es suficiente para impulsar un crecimiento sostenido. No lo ha sido tanto, en cambio, para mejorar a ese mismo ritmo la equidad distributiva. Los meteorólogos del “clima de negocios” no se ocupan de ese estado del tiempo.
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