ECONOMíA
Sin crédito, en la industria todo se hace con dinero en el mostrador
El director de la Cepal, Bernardo Kosacoff, trazó un horizonte industrial no tan pesimista, destacando igualmente que ante la ausencia de financiamiento muchas operaciones se realizan en efectivo.
Por David Cufré
Uno de los efectos de la devaluación y de la desaparición del crédito es la consolidación de la economía de contado. Casi todo es en efectivo. Se compra y se vende con pagos al día. En el campo industrial no existe prácticamente otro sistema. Contra lo que podría imaginarse, la extensión de esta práctica, que retrotrae los usos comerciales a los años ‘80 y por ello merece el calificativo de primitiva, le cae muy bien al sector productivo. Y en especial, a las pequeñas y medianas empresas que durante la década pasada sufrieron con mayor rigor los efectos del (no) financiamiento bancario. El primer beneficio, si así puede calificarse, para las pymes es que ya no están solos con ese padecimiento.
Así lo explicó el director de la Cepal (Comisión Económica para América Latina), Bernardo Kosacoff, el último viernes, en un seminario organizado por la Universidad de Tel Aviv para analizar la economía que quedó y la que podría reconstruirse. Durante la convertibilidad, continuó Kosacoff, los costos operativos de las empresas eran muy altos en dólares. Los insumos, las tarifas, los salarios y el financiamiento costaban caros. De allí tanta insistencia con la reforma laboral, para limar gastos, aunque fuera por esa vía.
Pero los costos seguían siendo pesados y, para cubrirlos, las compañías estaban obligadas a incrementar su producción y sus ventas. En consecuencia, necesitaban financiamiento para sostener ese ritmo productivo. Bajo ese esquema, perdían quienes tenían que pagar más caro por los créditos bancarios y mucho más quienes ni siquiera accedían a ese financiamiento y tenían que salir a buscarlo por afuera del circuito formal. También perdían las pymes en su relación con las grandes por los plazos de cobro de las mercaderías que les vendían.
En la economía posdevaluación, muchos sectores industriales venden menos, pero ganan más. Recuperaron rentabilidad porque los costos en dólares se licuaron (salvo el de los insumos importados, que empiezan a ser sustituidos por otros nacionales), porque aumentaron los precios de sus productos (la inflación mayorista ronda el ciento por ciento), porque prácticamente desapareció el costo financiero y porque se cobra contra entrega. “Las empresas están haciendo caja y van mejorando su capacidad de repago de las deudas pendientes”, puntualizó Kosacoff, en su descripción de lo que ocurre en el ámbito industrial. El investigador recordó que en los ‘90 el grueso del financiamiento bancario se restringía a 200 empresas grandes, al Estado nacional y a las administraciones provinciales, y al segmento hipotecario, mientras el resto era discriminado.
Al trazar sus proyecciones, Kosacoff resaltó que la estructura del aparato industrial permite un crecimiento importante. “Hay que ser muy críticos con el patrón de especialización productiva de los ‘90, pero es claro que las industrias que sobrevivieron generaron durante esos años capacidad para producir mucho más de lo que lo están haciendo ahora”, afirmó. “La Argentina tiene todas las chances de recuperar el crecimiento económico en base a su aparato productivo”, concluyó.
En este punto, tanto Kosacoff como otros expositores del mismo seminario indicaron que las perspectivas serían mejores si hubiera financiamiento, pero con posibilidades de acceso igualitario. Miguel Kiguel, presidente del Banco Hipotecario, hizo su análisis parado en la vereda financiera. Desde allí el panorama se ve más turbio. La posibilidad de que reaparezca el crédito depende de que se regenere la confianza en los bancos y éstos empiecen a captar depósitos. Para Kiguel, eso es imposible mientras siga el corralito y el corralón.
El ex jefe de asesores de Roque Fernández precisó que en julio salieron del corralito “apenas” 160 millones de pesos, cifra muy inferior a la de los meses anteriores. “El Gobierno debería abrir el corralito para dar un mensaje de paulatino retorno a la normalidad”, sugirió. Según su opinión, se corre algún riesgo de que aumente la presión sobre el tipo de cambio, pero descartó que eso pueda traducirse en un salto explosivo de lainflación y mucho menos que todo termine en hiperinflación. Pero Kiguel subrayó que el mayor problema del sistema financiero es el corralón. “El Gobierno tiene que terminar su pelea con la Corte Suprema” para que emita un fallo contra los amparos, recomendó, y dijo que “el drenaje del corralón es un problema serio que amenaza la estabilidad económica”.
Fuera de la coyuntura, Kiguel sostuvo que el mayor desafío de esta administración y de la próxima es establecer “reglas de juego claras que sean cumplidas”. La gravedad de la crisis se debe, en buena medida, a que todas las normas fueron vulneradas. “La ley de intangibilidad de los depósitos estuvo hasta que dejó de servir, lo mismo con la ley de convertibilidad, nada de lo que había se respetó y así no puede funcionar ninguna economía”, alertó. En cuanto a la economía que viene, Kiguel aclaró públicamente su cambio de postura con respecto a la dolarización. “Es una idea que apoyé en algún momento, pero que ahora no serviría para la Argentina”, dijo frente a una numerosa audiencia, con varios banqueros en las primeras filas. Y argumentó que la medida sería rechazada por la comunidad financiera internacional, que “no apoya los sistemas de tipo de cambio fijo”.
A su turno, Guillermo Calvo, economista jefe del BID, reconoció que la Argentina llegó a la situación actual en parte por culpa del FMI. “Tuvieron el enfoque de Poncio Pilatos: ‘Ahora me lavo las manos’”, cuestionó, aunque eludió cualquier autocrítica por su parte. Kiguel también afirmó que el Fondo “tuvo gran responsabilidad en lo que pasó, avalando el default y la devaluación, tal vez sin entender bien las consecuencias, y negándose a colaborar” con el Gobierno, aunque esto lo atribuyó a la desconfianza que genera en Washington la figura de Duhalde. Finalmente, el consultor vinculado con el menemismo, Carlos Melconian, dejó un dato sobre el tipo de cambio que sería más conveniente para la economía futura. “Es el que nunca tuvimos: entre 2 y 3 pesos. Arriba de 5 sería una tragedia. Y cuando estaba uno a uno había que hacer 500 abdominales por día para tener el físico que hacía falta para aguantarlo, y eso traía otros problemas”, reconoció, ahora que la convertibilidad es un recuerdo.